El respeto es una de las últimas muestras de humanismo y buena educación que van quedando en nuestra sociedad. No se trata de veneración, ni de admiración, ni por supuesto de obediencia, que puede haberlas, sino de la debida consideración, deferencia o cortesía. El respeto a los mayores, el respeto a las opiniones ajenas, el respeto a la crítica, el respeto a los maestros o el respeto a uno mismo son algunas cualidades básicas para la convivencia.
Todas esas cualidades se las han saltado los últimos días destacados miembros del sector gobernante del PSOE. Hasta cuatro ministros han llegado a reaccionar con una virulencia, una agresividad y una falta de respeto impropias de quien se supone que debe mostrar ejemplaridad. ¿A cuento de qué? A cuento de unas palabras del hombre que recompuso un partido prácticamente desaparecido durante el franquismo, del hombre que no sólo lo llevó al poder sino que lo mantuvo durante catorce años, el periodo más largo de los socialistas en el Gobierno.
No soy fan de Felipe González –tal vez en su primera legislatura–, pero eso no me impide reconocer los méritos históricos del personaje. No sólo para el PSOE, sino para España, que llevó de la miseria posterior a la dictadura a la modernización que permitió la admisión del país en Europa hace cuarenta años.
Reconocer sus méritos no tiene por qué implicar el olvido de sus errores, algunos muy graves. De la corrupción –Ibercor, Filesa, Roldán,…– a los Gal hay todo un legado negro del felipismo. Que cada uno pondere qué pesa más en la balanza. Pero de ahí a que pase a la Historia como «el de la cal viva», como le llaman algunos de sus correligionarios comprando el discurso de Podemos, hay un trecho.
El propio portavoz del PSOE en el Congreso, Patxi López, ha llegado a afirmar que González «ha perdido todo el respeto y todo el prestigio que podía tener en la izquierda de este país» porque, según él, «ha comprado el argumentario completo de la derecha», mientras lamentaba «la pérdida de referentes a la izquierda».
El único referente a la izquierda que le queda al partido socialista es el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero. Pero por una sola razón, porque, a diferencia de otros jarrones chinos como González o Guerra, Zapatero da la razón en todo a Pedro Sánchez. Y no sólo, sino que además ayuda al actual Gobierno en los asuntos más controvertidos, como la negociación de la amnistía con Puigdemont o las relaciones con Venezuela.
Nadie parece recordar en el PSOE que hoy condecora al ex presidente que 2011 tiró la toalla y convocó elecciones anticipadas para, como dijo, que «otro dé certidumbre» y él retirarse a León. ¿Cómo estaría el país para que en esos comicios los socialistas obtuvieran el peor resultado de su historia y el PP los mejores?
Las palabras de Felipe González a propósito de la ley de amnistía, que calificó de «barrabasada» y una «vergüenza» a los ojos de cualquier demócrata, no fueron precisamente amables. Pero hay formas y formas de contestar. Se puede replicar que es su propia opinión, no la del Gobierno, o se puede contestar, como han hecho, abriéndole las puertas para que se vaya del partido.
Es cierto que cada generación tiene todo el derecho del mundo a gobernar su tiempo. Pero ello no impide mantener el respeto debido a los referentes del pasado. El PSOE, denostando a Felipe González, está tirando piedras contra sí mismo, despreciando el patrimonio de su periodo más largo en el Gobierno, y renunciando a aglutinar sensibilidades críticas que enriquecerían sin duda sus raquíticos resultados electorales.
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