Si se hace una búsqueda en Google por ‘test de sensibilidad alimentaria’, ‘prueba de intolerancia alimentaria IgG’, ‘test de sensibilidad IgG’ emergen cientos de resultados, la mayoría de clínicas privadas, laboratorios de análisis clínicos y aseguradoras, que ofertan una evaluación del grado de sensibilidad alimentaria hasta para más de 200 alimentos a través de un simple análisis de sangre. Según el número de alimentos que incluya la prueba, su precio oscila entre los 90 y los 600 euros, lo que la convierte en un filón, dada su creciente demanda debido al cada vez mayor interés de la población por saber si lo que come está vinculado a esas molestias gastrointestinales u otros problemas de tipo dermatológico o neurológico sin causa clara.
Estos test comerciales no precisan de prescripción médica. Tampoco cuentan con evidencia científica. «Los test de sensibilidad alimentaria en sangre no tienen utilidad diagnóstica alguna y no deben ser recomendados», afirma Enrique Domínguez Muñoz, jefe de Servicio de Aparato Digestivo del Hospital Clínico Universitario de Santiago (CHUS) y catedrático de Medicina de la Universidad de Santiago de Compostela (USC).
En idénticos términos se expresa la nutricionista viguesa y doctora en Farmacia Amil López Viéitez: «Carecen de validez diagnóstica y pueden llevar a conclusiones erróneas«.
Y no se trata de dos opiniones aisladas. De hecho, estos test no se emplean como herramienta dentro del sistema de salud público y sociedades científicas como la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC), la Sociedad Española de Patología Digestiva (SEPD) y otras europeas e internacionales también desaconsejan su uso, ya que los estudios no avalan la relación entre la presencia de IgG o IgG4 y las supuestas sensibilidades alimentarias.
«No tienen utilidad diagnóstica alguna y no deben ser recomendados»
Aunque el test de inmunoglobulina G (IgG) frente a alimentos es el más extendido, no es el único que se comercializa y que carece de aval científico: Alcat, biorresonancia, prueba del pulso, prueba citotóxica, test del cabello, vegan test, prueba de Sarm, Moratest, test de kinesología, la prueba de resistencia biológica y la bioelectrorresonancia son algunos otros. La lista es larga. Algunos de estos están disponibles en establecimientos no sanitarios, como algunos gimnasios y peluquerías.
Según el doctor Domínguez, los test de sensibilidad alimentaria en sangre solo indican la exposición o consumo habitual de distintos alimentos. «No indican de ningún modo intolerancia», expone este especialista, que también es miembro numerario de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Galicia.
Diagnóstico erróneo
El mayor problema de estos test es que pueden dar un diagnóstico erróneo y hacer que las personas adopten sin ninguna justificación dietas muy restrictivas, incorrectas y no saludables que pueden tener repercusiones en su salud. Además, el efecto placebo de estas pruebas puede tener mucho peso, por lo que pueden achacarse a la presunta intolerancia síntomas que tienen otra explicación, lo que podría provocar que la verdadera causa quede sin diagnosticar y sin tratar.
«Es un grave error tener en consideración los resultados de estos supuestos test de intolerancias alimentarias, ya que suelen conllevar la realización de dietas restrictivas que son claramente inadecuadas y nutricionalmente incompletas. Las consecuencias para la salud, en forma de déficits nutricionales y sus consecuencias, son importantes y potencialmente graves», remarca médico y profesor.
Por su parte, la nutricionista y farmacéutica Amil López Viéitez reconoce que en los últimos años han proliferado estos test comerciales que prometen detectar intolerancias a cientos de alimentos a partir de una simple muestra de sangre, cabello o incluso saliva. «La mayoría de estos test miden anticuerpos IgG4 frente a alimentos, pero este tipo de inmunoglobulinas no está relacionado con reacciones adversas alimentarias, sino con la exposición habitual a dichos alimentos», explica.
«Algunas personas desarrollan ortorexia por malinterpretar los test»
La nutricionista viguesa, creadora de la Dieta Coherente, alerta del riesgo para la salud de dejar de consumir alimentos sin que sea necesario. «Restringir alimentos de forma masiva e injustificada puede llevar a carencias de vitaminas, minerales y micronutrientes. Además, algunas personas desarrollan ortorexia (obsesión patológica por comer sano) al evitar múltiples alimentos por miedo o por una malinterpretación de los test», explica.
Aumento de casos
La prevalencia de intolerancias alimentarias se sitúa en torno al 15-20% de la población, mientras que las alergias alimentarias afectan a un porcentaje menor (1-3% de adultos y 4-6% de niños). Dado el aumento de la incidencia de ambas manifestaciones, es conveniente diferenciarlas, ya que son dos conceptos completamente distintos. La alergia es una reacción inmunológica anormal a un alimento, habitualmente con la producción de anticuerpos específicos tipo IgE, mientras que la intolerancia no involucra al sistema inmunológico, sino a la incapacidad del cuerpo para digerir o procesar ciertos alimentos.
Los síntomas también difieren: los de la intolerancia son síntomas digestivos, habitualmente hinchazón abdominal, gases, diarrea o dolor abdominal, desencadenados por la ingesta de un alimento concreto; los de la alergia, picor, urticaria y dificultad para respirar, entre otros síntomas, y puede llegar a ser mortal si desencadena una reacción anafiláctica.
En cuanto a las causas del aumento de su incidencia, no hay un factor único, aunque el doctor Domínguez detalla que el consumo excesivo de alimentos ultraprocesados; de conservantes, colorantes y otros aditivos; el frecuente uso de antibióticos y otros fármacos que modifican la microbiota y el funcionamiento normal del tubo digestivo; y tóxicos como el alcohol y el tabaco pueden explicarlo. «No obstante, no podemos obviar la mayor conciencia de la población y el mejor diagnóstico como una de las causas del aumento de las intolerancias alimentarias. En la mayor aparición de alergias, como ocurre con otras enfermedades de base inmunológica, se discute sobre el papel de una menor exposición a potenciales alergenos alimentarios y microorganismos en la infancia como un factor relevante», afirma.
Las alergias alimentarias, al igual que otras alergias, se diagnostican habitualmente por pruebas cutáneas de exposición al alérgeno. «En algunos casos puede emplearse la cuantificación de determinados anticuerpos específicos IgE en sangre e, incluso, pruebas de exposición controladas al alérgeno. La intolerancia alimentaria se diagnostica habitualmente mediante test basados en el análisis de muestras de aire espirado tras la ingesta del azúcar a evaluar, habitualmente lactosa o fructosa», concreta el especialista de digestivo del Hospital Clínico de Santiago.
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