Hay
algo profundamente inquietante en un ser humano que se sube a un
avión sabiendo que no va a aterrizar. Que despega no para volver,
sino para morir.
Durante
la Segunda Guerra Mundial, Japón dio forma a una de las expresiones
más extremas del nacionalismo y el culto al sacrificio: los
kamikazes, pilotos suicidas que se lanzaban contra barcos enemigos en
misiones sin retorno.
Su
nombre, kamikaze, significa “viento divino”, en recuerdo de los
tifones que salvaron Japón de la invasión mongola en el siglo XIII.
Pero esta vez no fue la naturaleza la que acudió en su defensa.
Fueron jóvenes pilotos, muchos apenas mayores de edad, entrenados no
para sobrevivir, sino para impactar.
Algunos
escribían haikus, poemas breves, antes de despegar. Otros se
emborrachaban. Y todos sabían que sus aviones no estaban diseñados
para volver. Para saber de dónde surge esta estrategia, qué mentalidad la
hace posible, qué siente alguien que sube al cielo sabiendo que no
verá el suelo de nuevo, en la Enciclopedia Oculta, abordamos uno
de los episodios más desconcertantes y trágicos de la historia
militar: los kamikazes.
Guillermo Díaz, divulgador, escritor, apasionado de la historia, el
cine, la literatura, los mitos, las leyendas, los héroes y malditos, nos cuenta cuando decide Japón a utilizar a los kamikazes. «A finales de 1944 el Imperio japonés está en retroceso. Okinawa es un infierno y se opta por lo impensable. Este imperio no entiende de rendición y la tradición de matar o morir se traslada al cielo»
Kamikazes preparados para combatir
código samurai
Los kamikazes tienen relación con la filosofía tradicional japonesa, con el código
samurái. «Pero deformada, con una visión propagandista del Imperio Japonés. Tiene relación con el ‘bushidō’ que fue usado como pegamento ideológico. Una relectura del ‘seppuku’ o ‘harakiri’ como propaganda nacionalista»
Los kamikazes eran chicos formados, universitarios entre 17 y 20 años. «Se ofrecían en masa, pero también se aplicaban presiones sociales y militares. Algunas mujeres se ofrecieron como voluntarias pero fueron rechazadas»
Los aviones se modificaban para que pudieran realizar las misiones. «Utilizaban el famoso Mitsubishi Zero, le retiraban el armamento o el combustible extra necesario para volver y cargaban de bombas el fuselaje central. Luego estaba el Ohka, que era un misil tripulado»
Llegaron
a tener una gran efectividad, sobre todo psicológica, que estratégica o táctica. «Hundieron barcos, pero no detuvieron la guerra» A los pilotos se les despedía con sake y banderas y se despedían con fotografías y cartas. «Hacían una ceremonia del último vuelo»
cartas de despedida
Una de esas cartas de despedida la escribió Fujii Michio a su madre, antes de despegar y decía: “Querida madre, mañana iré al campo de batalla. No puedo decir que no tengo miedo. Pero más fuerte que el miedo es el deseo de protegeros. Si muero, no lloréis. Pensad que me habéis dado al emperador”

Kamikazes
desacuerdos
No todos
los mandos estaban de acuerdo con esta práctica y hubo críticas
internas. «Primero porque sabían que no iba a cambiar el discurso de la guerra y, por otro lado, porque les parecía que el impacto moral que iba a tener en la población iba a ser nefasto» Algunos la vieron como una aberración, pero en un sistema donde el emperador era dios, disentir era traición.
Como muestra de esa mirada más lúcida, tenemos el ejemplo de un instructor
superviviente que escribió: “Algunos chicos lloraban en silencio antes de subir al avión. Otros reían demasiado fuerte. Yo los miraba y pensaba: ¿cuándo nos convertimos en una nación que envía a sus niños a morir por metáforas?”
Si un kamikaze fallaba, se les obligaba a repetir la misión. Otras quedaban marcados. No eran héroes, pero tampoco desertores. Como escribió uno de ellos: “Nos decían que la muerte era un honor. Pero vivir sin haber muerto tampoco era exactamente vivir.”
el recuerdo
En algunos museos se les glorifica. En otros se les
llora. Y queda su voz colectiva, como esta despedida escrita por varios pilotos: “No esperamos volver vivos. Pero pedimos que esta tierra no olvide nuestras vidas jóvenes. Que el futuro no repita esta desesperación disfrazada de gloria.”
Hoy,
la palabra “kamikaze” ha quedado reducida en Occidente a un gesto
temerario, una locura sin sentido. Pero detrás de ella hubo rostros,
cartas, poemas, miedo, juventud. No fueron meteoros suicidas. Fueron muchachos convertidos en armas. Y en su nombre todavía resuena un lamento que nos obliga a mirar de frente, lo que ocurre cuando una nación se rinde al fanatismo disfrazado de honor. Porque el viento divino no vino. Y los muchachos no volvieron.