El padre de John Clark, trabajador del ferrocarril, se vio obligado a dejar Escocia en 1952 para ganarse la vida en el sur de Inglaterra. Lo hizo solo. Su mujer y sus tres hijos esperaron en Chapelhall, a muy pocos kilómetros de Glasgow, el momento en el que las condiciones permitiesen el reencuentro familiar. Cuatro meses después llegó una carta en la que les comunicaba que había encontrado una humilde pero agradable casa en la que vivir todos juntos, que le habían mejorado el sueldo, que allí no hacía tanto frío como en Glasgow y que había llegado la hora de estar juntos de nuevo. Lo que no se imaginaban en casa de los Clark es que el mismo día que abrieron el correo para conocer aquellas buenas noticias el padre de familia había muerto arrollado por un tren.
Ese día todo cambió en la vida de John Clark, el mayor de los hijos del matrimonio. Con once años se vio obligado a madurar de golpe. Mientras estudiaba comenzó a hacer pequeños trabajos con los que ayudar a su madre y a los quince años ya se empleó en una de las minas que había en la comarca. El fútbol era su único consuelo, el espacio en el que sentía que los problemas desaparecían o al menos se aplazaban. Tenía una carácter tranquilo que trasladaba a todo lo que hacía en el campo. Un centrocampista zurdo que llamaba la atención en el modesto Larkhall Thistle y por quien empezaron a interesarse diferentes clubes ingleses. Pero entonces se cruzó por primera vez en su vida la figura gigantesca de Jock Stein. En 1958 era el responsable del equipo reserva del Celtic y aún faltaban unos años para que se le conociese como “el jefe”. John Clark ni se lo pensó cuando Stein le habló de la posibilidad de jugar para el Celtic. Era plenamente consciente de lo que significaba ponerse esa camiseta y lo que significaba el club para comunidades como aquella en la que había crecido. Clark se unió al equipo reserva en la misma hornada en la que llegaron otras piezas esenciales como Billy McNeill o Bobby Murdoch. Formaron un equipo extraordinario que se llevó la Liga de reservas tras una sonora goleada sobre el Glasgow Rangers por 8-2. Era una evidencia que el futuro de aquella generación era el futuro del Celtic. Pero los caminos de Stein y de aquel grupo de futbolistas se separó temporalmente. El presidente del club le dijo que siendo protestante era complicado que hiciese carrera como entrenador del Celtic y que por ello era mejor que iniciase su carrera en otro lugar donde pudiese construir una carrera que sirviese de impulso para un hipotético regreso.
Sin Stein en el club las cosas eran más complicadas para aquellos jóvenes que, sin embargo, no tardaron en asomar en el primer equipo. El 3 de octubre de 1959, coincidiendo con la ausencia de Bobby Evans y Bertie Peacock, internacionales por Escocia e Irlanda (en aquel tiempo el calendario doméstico seguía adelate aunque hubiese partidos de selecciones), John Clark y Billy McNeill jugaron juntos como pareja titular en el centro de la defensa. Dieciocho y diecinueve años tenían en aquel momento. El Celtic ganó 5-0 en una tarde magnífica en la que, sin saberlo todavía, acababa de poner la primera piedra para su proyecto más legendario y triunfal. Los años siguientes fueron complicados para el conjunto católico de Glasgow que vivía una larga sequía de títulos. John Clark entraba y salía del equipo y solo a partir de 1964 disfrutó de su condición de titular indiscutible. Poco después el club volvió a llamar a Jock Stein que había pasado esos años entrenando al Dumfermline y al Hibernian. Aquello fue una revolución absoluta para el Celtic. Aquellos chavales del grupo de reservas se hicieron con el mando del equipo y a partir de ahí fue sumando más jóvenes salidos todos de Glasgow y su entorno. Pese a que Clark había alternado diferentes posiciones en su ausencia, Stein decidió que sería su líbero haciendo compañía a su amigo Billy McNeill. Aquel fue uno de sus grandes aciertos porque Clark, que no se había criado como defensa, se adaptó a esa posición de manera prodigiosa. Aprendió rápido y pareció desarrollar un don para intuir el peligro, para olfatear dónde iba a estar el siguiente problema. “Es como un telépata” llegó a decir de él Jock Stein. Eso le permitía anticiparse y con su buen pie resolver con limpieza cada acción. Los aficionados comenzaron a llamarle ‘el cepillo’ (‘the brush’) por su forma de limpiar y barrer aquella zona de campo. Lo que vino a partir de ahí es el cuento de hadas del Celtic. En su primer año con Stein ganan la Liga (doce años llevaban esperando por ella) y pierden de manera polémica la semifinal de la Recopa en Liverpool. Pero en la temporada 1966-67 llega la locura. El Celtic, con un equipo formado al completo por futbolistas de Glasgow y sus alrededores y pese a perder a mitad de temporada a Joe McBride, el mejor delantero escocés del momento, gana la Liga, la Copa, la Copa de la Liga y se corona campeón de Europa en Lisboa tras ganar al Inter de Milán. La temporada perfecta que no cabía ni en los sueños. John Clark y Tommy Gemmell fueron los únicos futbolistas que disputaron los 59 partidos de aquella temporada inolvidable. De hecho, hasta 1968 Clark llegó a disputar de forma consecutiva 140 partidos con la camiseta del Celtic, lo que supone un récord en la historia del club que difícilmente nadie será capaz de superar. En aquella alineación eterna, llena de talentos extrovertidos y tormentosos en ocasiones como Auld, Johnstone, Lennox o Murdoch, él era la paz y la calma.
Retirada
Clark jugó en el Celtic hasta 1971 y luego estuvo un tiempo pequeño en el modesto Morton antes de retirarse con poco más de treinta años. Cuando Billy McNeill, su compañero desde aquellos años en el equipo reserva del Celtic, se sentó en el banquillo del Aberdeen le quiso otra vez a su lado. Era la sombra que siempre deseaba tener cerca, dentro y fuera del campo. Lo tuvo aún más claro cuando en 1978 McNeill recibió el encargo de reemplazar a Jock Stein en el banquillo del Celtic. Era un trabajo que no podía hacer sin John Clark. Juntos ganaron tres Ligas y sobre todo dieron salida a otra generación de jóvenes futbolistas siguiendo el ejemplo de quien les había enseñado el camino.
Pero el gran gesto de John Clark, el que retrata su talla y dimensión como persona, aún estaba por llegar. En los años noventa el Celtic se quedó sin utillero y a alguien se le ocurrió que por qué no ofrecérselo a una leyenda del club que siempre había dado ejemplo con su honestidad. Para algunos miembros de la directiva suponía casi una ofensa planteárselo, pero él no lo dudó un instante. Servir al Celtic era lo que mejor sabía hacer y no encontraba un objetivo mejor en la vida. Y así, durante veinte años, John Clark fue un elemento más en el vestuario del equipo cuidando del material y limpiando las botas de aquellos futbolistas que no podían creer que de esa tarea se ocupase personalmente uno de los “Leones de Lisboa”, alguien a quien los aficionados saludaban todos los días con reverencias. Aquel gesto, rebosante de humildad, seguramente era la mejor enseñanza que los jóvenes podían recibir. Clark dejó la tarea con casi setenta años para poder disfrutar del Celtic con la inconfundible chaqueta verde que los campeones de 1967 se ponían los domingos en Celtic Park. Esa prenda, después de su muerte esta semana a los 84 años, ya solo la pueden lucir Jim Craig, William Wallace y Bobby Lennox.
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