Gianluigi Donnarumma abraza a Messi después de la eliminación de Inter Miami a manos del PSG. / Associated Press/LaPresse / LAP
Perdonen la afrenta inicial, pero hay que ser bastante estúpido para alegrarse de que Messi o Di María se despidan del Mundial de Clubes. Por lo menos para la generación que hemos crecido soñando ser un cordón de sus botas. Es difícil imaginar el fútbol sin ellos y ellos tampoco saben qué pasará cuando ya no estén. Por eso lo mejor de este Mundial de Clubes es, sin duda, los últimos bailes que puedan dar los veteranos que se irán al retiro o un plano secundario donde saldrán del radar. Con todo, les localizaremos, para ver hasta su última gota de sudor.
Messi y Cristiano Ronaldo son patrimonio cultural, porque el deporte que han dignificado todavía era algo más que un producto de masas. Son dos líderes de la salvaguarda occidental, que ahora se ha convertido en un cóctel de buenas promesas. Nunca Mbappé, Vinicius o Lamine Yamal tendrán el sentido inmaterial y competitivo de los que hoy se rebelan ante la jubilación forzosa. Vale más un lanzamiento de falta a última hora del ’10’ o el penalti forzado por Di María para llevar a la prórroga el duelo contra el Chelsea que cualquier regate que decida el torneo.
Un título que otorga al ganador un astrolabio de oro. Un antiguo instrumento científico utilizado desde hace más de 2.000 años para resolver problemas relacionados con la astronomía, la navegación y el tiempo. Y justo esos son los problemas que tiene el fútbol actualmente. El primero, relacionado con la astronomía de sus estrellas, efímeras y controladas desde que son niños para un camino pautado que solo lleva a la adulación por redes sociales. Salvo que el jugador se salga del marco y construya un relato más allá de unas u otras zapatillas.

Álvaro Carreras abraza a Ángel Di María tras la eliminación del Benfica. / BRIAN WESTERHOLT / EFE
Algo que ha conseguido Lamine Yamal con la narrativa de Rocafonda, pero quien con su insultante juventud nos hace sentir muy viejos para los que Messi, Di María, Ramos, Modric, Luis Suárez, Müller, Neuer, Thiago Silva, Busquets o Jordi Alba fueron los hermanos mayores a los que seguir. Personajes opuestos, pero movidos por la rebeldía que descataloga a los jugadores a los que el imponente ritmo físico de Europa les supera. Messi jugó andando, como tantas otras veces, pero no necesita hacer una carrera de más para despertar nuestros mejores recuerdos.
Lo mismo sucede con Sergio Ramos. No hace falta que suba a todos los córners. Simplemente con que se eleve para un cabezazo como el que le dio el empate a Rayados contra el Inter es suficiente. No somos una minoría los que pensamos así. En los campos donde juega el Real Madrid solo hay un nombre que se ha coreado en todos ellos: el de Modric, un jugador ‘against modern football’ si se confirma su deseo de jugar en el Milan, evitando Arabia, EEUU o cualquier otro paraíso millonario que nos resignaría a verle en torneos como el Mundial de Clubes. Su frase de despedida del Bernabéu es la mejor para estos casos: “No llores porque terminó, sonríe porque sucedió”, atribuída a García Márquez para darle entidad, aunque el Nobel nunca confirmó tal supuesto y ya no podrá hacerlo.
La nostalgia se ha apoderado de todo. La ’33’ de Alonso será siempre un mayor reclamo que una nueva victoria de Alonso. El último triple de LeBron tendrá más repercusión que el número 1 del Draft. Y así con todo, la dopamina que dan los recuerdos es la confirmación de que vivimos en un presente donde la mediocridad, cada vez más digitalizada, se ha apoderado de todos los estratos. Por eso, como último deseo antes de que el fútbol muera tal y como lo conocemos, le pedimos al árbitro que no pite el final, porque los Greatest Of All Time (GOAT) se nos van.