Les Fogueres de Sant Joan 2025 ja són història. Con todos los monumentos que se plantaron en las calles de Alicante convertidos en recuerdos tras una larga Nit del Foc y con el concurso de fuegos artificiales llegando hoy a su final, una vez superada la resaca física y emocional que deja una fiesta tan intensa, toca hacer balance con un objetivo: mejorar. Hay margen de sobra, y más si sus dirigentes, políticos y festeros, no quieren que se muera de éxito, que es una posibilidad nada descartable ante la ambición desmedida por romper récords, con los dos millones de visitantes ahora como listón.
Y no hay Hogueras que finalicen sin polémica. En 2024 fue el malestar de los festeros por las dificultades para formar en la previa de la Ofrenda ante la marabunta de personas concentradas en torno al racó de Soto. Con esa tendencia de la fiesta ganando espacio a la Fiesta. Ese problema se ha combatido con una significativa reducción del volumen de la música (dejándola en «hilo») para que la juerga fuera del recinto tuviera menos atractivo, además de una evidente presencia policial en la zona. Las soluciones, por lo normal, parecen sencillas.
Este año, en cambio, una de las principales controversias ha llegado justo cuando todo acababa, con el purificador efecto de la Cremà. Y todo porque las barracas, incluidas las de Especial, no pudieron quemar sus portaladas de manera individualizada. Los bomberos, a través de un informe firmado por el jefe del servicio, rechazaron esa posibilidad días antes, obligando a los festeros a transportar por las calles, sorteando el tráfico, las construcciones, en ocasiones de grandes dimensiones, hasta la hoguera más cercana.
Alegan desde el Ayuntamiento que la cremà «de elementos combustibles de gran volumen fuera del perímetro oficial de la hoguera supone un riesgo directo para la seguridad de personas, mobiliario urbano, instalaciones temporales (luces, tarimas…) y bienes inmuebles próximos». Además, añaden que «interfieren en la planificación operativa, dificultando la movilidad, el orden de intervención y la cobertura de emergencias concurrentes». Y, por último, apuntan que «la ausencia de un plan técnico de seguridad impide autorizar intervenciones fuera de los dispositivos oficiales».
Parece que cualquiera de esos inconvenientes podría ser subsanable si existiera voluntad de dar a las barracas el peso que reclaman, sobre todo a esas de categoría Especial que montan portaladas en ocasiones, y no pocas, más visitadas que la mayoría de las hogueras. Bastaba este año con pasarse por delante de El Cabasset, junto a Maisonnave, para ver a decenas de personas paradas a cualquier hora del día con la mirada fija en las escenas inspiradas en «13, Rue del Percebe». Las barracas son santo y seña de las Hogueras, un elemento más que diferenciador con las Fallas, por lo que también merecen el cariño de las administraciones. Y más en estos tiempos en los que el monumento no pasa por su mejor momento, creándose categorías residuales (como Séptima) y con las subvenciones para las hogueras más imponentes, en lo porcentual, por debajo de categorías menores. Porque si los que mandan no potencian las hogueras ni tampoco las barracas, ¿a qué se dedican?
Cuentas pendientes
En esa línea de avivar todo aquello que no hace grande a las Hogueras aparecen con fuerza los racós jóvenes, que se multiplican ajenos a la Fiesta. Normal que su proliferación preocupe a la Federació, porque el dinero que dejan en las comisiones a las que están vinculadas no siempre (o más bien, pocas veces) se traduce en monumentos de mayor categoría en las calles. De hecho, parte de las hogueras con racós jóvenes no plantan en Especial ni en Primera, con varias de las significativas en Tercera. Ahí es nada.
Estos espacios solo generan molestias, sin ofrecer nada sustancial a cambio para impulsar la Fiesta, para hacerla más atractiva. Al revés: ocupan espacios en la vía pública, provocan ruido ensordecedor hasta avanzada la madrugada (apurando al máximo lo permitido), además de la suciedad extrema, entre otros problemas, ligada a las aglomeraciones de, en estos casos, personas que solo buscan la fiesta por la fiesta.
Aunque esa convivencia tensionada, con sus particularidades, no es exclusiva de los espacios jóvenes, también se repite por las calles con los racós convencionales y las barracas. Y ahí es donde el Ayuntamiento, que debe trabajar activamente para garantizar la máxima seguridad y fomentar la convivencia (¿es necesario mantener a máxima potencia la música a última hora si ya solo queda un puñado de festeros rezagados o cortar calles para tener material acopiado durante días a la espera del montaje?), debería dedicar esfuerzos, y no hacer como ahora: mirar hacia otro lado, reiterando que todo cumple la normativa y consolidando ratoneras de donde cuesta imaginar cómo escapar en caso de una emergencia. Y, sobre todo, debe huir de la demagogia: sin convivencia ni seguridad la primera damnificada siempre será la Fiesta.
Parece que esa preocupación por la seguridad empezará por Luceros. Esa imagen del alcalde retirando vallas (frente a la mirada impasible de policías), ante las serias dificultades de evacuación tras una mascletà, debe agilizar la revisión de protocolos. E iniciado el camino se debería extender a esos otros espacios donde la seguridad también está cuestionada. ¿O hará falta que el alcalde tenga que retirar más vallas?
Y ahora: «Somos hijos del pueblo» y «A la luz de las Hogueras»
Apenas un día después de vivir la Nit de la Cremà, de disfrutar de la banyà, de recordar la mascletà, de ver llorar a la Bellea del Foc, de entonar el «Som fills del poble…» y «A la llum de les Fogueres…», el Ayuntamiento de Alicante aprobó, con el impulso de Vox y el respaldo necesario del PP, una iniciativa para reclamar a las Cortes, donde la derecha y la ultraderecha suman mayoría, que la ciudad pase a ser de predominio lingüístico castellano, renunciando así a toda esa historia que no se entiende sin el valenciano, desde las fiestas, los himnos y la gastronomía a los topónimos. Con esa propuesta, que Vox ha llevado ante el Pleno reiteradamente hasta su aprobación en su ánimo de fracturar la convivencia, se agita una batalla ficticia en la ciudad: la de la lengua. Y no sólo eso, sino que se apuesta por un modelo en el que los perjudicados serán los escolares, que perderán competencias lingüísticas. A tiempo está el PP de frenar una sinrazón que rompe con el pasado y lastra el futuro.
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