El cerebro no funciona igual cuando escribe solo que cuando se apoya en una inteligencia artificial. Esa es la principal conclusión de un estudio reciente que ha analizado cómo cambia la actividad cerebral al usar asistentes como ChatGPT para redactar textos.
La divulgadora de neurociencia y psicología emocional Raquel Mascaraque (@raquelmascaraque) ha difundido los resultados, que apuntan a una disminución de la creatividad, la atención sostenida y la memoria de trabajo en quienes delegan por completo el proceso de escritura. Una transformación sutil pero acumulativa, que los expertos ya comienzan a denominar “deuda cognitiva”.
El experimento que midió el cerebro de 54 personas
La investigación, aún en fase de prepublicación, llevó por título Your Brain on ChatGPT: Accumulation of Cognitive Debt when Using an AI Assistant for Essay Writing Task. El objetivo era medir cómo responde el cerebro a la escritura con y sin inteligencia artificial. Para ello, los científicos dividieron a 54 personas en tres grupos:
- Uno redactó ensayos con ayuda de ChatGPT.
- Otro utilizó Google para recopilar información.
- El último lo hizo sin herramientas externas, solo con su memoria y creatividad.
Durante el proceso, todos llevaban un casco de encefalograma que registraba la actividad de 32 regiones cerebrales. Lo que ocurrió fue revelador.
El análisis EEG de la función de transferencia directa dinámica (dDTF) / Your Brain on ChatGPT: Accumulation of Cognitive Debt when Using an AI Assistant for Essay Writing Task
Una actividad cerebral más baja con la inteligencia artificial
Los resultados mostraron que quienes utilizaron ChatGPT presentaban menor conectividad entre áreas del cerebro y una reducción significativa en las ondas alfa y beta, frecuencias asociadas a la atención sostenida, la planificación, la memoria y la toma de decisiones.
La actividad neuronal era más baja, el esfuerzo mental menor y la implicación subjetiva en el texto se reducía. Solo un 50 % de los usuarios de IA afirmaron sentir el ensayo como propio, frente restante del grupo que no utilizó tecnología.
El texto no se recuerda, no se siente, no se piensa
Una de las conclusiones más llamativas del estudio fue la pérdida de sentimiento de autoría. Los usuarios que trabajaron con IA no solo mostraban menor conexión emocional con sus textos, sino que también recordaban menos lo que habían escrito. Apenas un 16,7 % fue capaz de citar frases de su propio ensayo pocos minutos después de finalizarlo. El resto lo describió como “demasiado genérico”, “frío” o incluso “robótico”.
Este fenómeno no desapareció al dejar de usar ChatGPT. En una cuarta sesión, cuando se les pidió escribir sin ayuda, los participantes no recuperaron su actividad cerebral habitual. Sus ondas seguían aletargadas, como si el cerebro hubiera delegado por costumbre.
Una herramienta útil que no debe sustituir el pensamiento
Raquel Mascaraque destaca que el estudio, aunque preliminar y con una muestra reducida, pone de manifiesto una tendencia preocupante. “La IA es una herramienta maravillosa, pero debemos usarla para potenciar nuestras capacidades, no para sustituirlas”, explica. “Si la inteligencia artificial piensa por nosotros, poco a poco dejaremos de hacerlo”.
La divulgadora insiste en que el problema no es el uso, sino el uso constante y acrítico. El acceso fácil a textos bien estructurados puede generar una sensación de eficiencia inmediata, pero también puede atrofiar funciones mentales que requieren práctica, como la memoria, la síntesis o la argumentación.
Educación, no prohibición
Mascaraque también subraya la importancia de enseñar a usar estas herramientas desde edades tempranas. “Prohibirlas en institutos no hará que los adolescentes dejen de usarlas. Solo conseguirá que las usen mal”, señala. “Necesitamos una alfabetización digital que incluya ética, pensamiento crítico y responsabilidad”.
El verdadero desafío no está en bloquear el avance tecnológico, sino en aprender a convivir con él sin sacrificar nuestras capacidades cognitivas. La inteligencia artificial puede ser una aliada poderosa si se usa con conciencia, pero también puede empobrecer el pensamiento si se convierte en un atajo permanente.
La deuda cognitiva, como toda deuda, se acumula sin que uno lo note. Primero es una línea que no se escribe. Luego, una idea que no se elabora. Después, una opinión que no se argumenta. Cuando la tecnología piensa por nosotros, lo que perdemos no es tiempo es capacidad.