La Iglesia de San Ildefonso, en Jaén, no es solo uno de los templos más relevantes de la ciudad, sino también el lugar donde se venera desde hace siglos a la Virgen de la Capilla, patrona de Jaén. En esta basílica menor, situada en el corazón del casco antiguo, se mezclan el gótico, el renacimiento y el neoclásico, fruto de siglos de reformas y ampliaciones. Pero lo que más llama la atención a muchos visitantes es un detalle discreto, situado en la portada principal: una cabeza humana tallada en piedra que asoma desde uno de los contrafuertes.
Esa figura, que pasa fácilmente desapercibida para quien no la busca, ha alimentado durante generaciones una leyenda que se remonta al siglo XVII. La historia, documentada en escritos como el “Memorial sobre el culto y devoción a la Virgen de la Capilla” de Antonio Becerra (1639), se ha transmitido oralmente como una advertencia y un símbolo de justicia divina y social.
El robo sacrílego que escandalizó a una ciudad devota
En torno al año 1620 se produjo un robo en el interior de la iglesia. El ladrón —cuya identidad nunca fue registrada con certeza— sustrajo varios objetos de valor que adornaban el camarín de la Virgen de la Capilla, entre ellos, lámparas y elementos de plata que la iluminaban.
Este acto de sacrilegio causó un gran escándalo en la ciudad, ya que Jaén era por entonces una comunidad profundamente religiosa. La devoción a la Virgen de la Capilla no era solo una cuestión de fe, sino también de identidad colectiva. El robo fue interpretado como un ataque directo no solo a lo sagrado, sino también al orgullo de la ciudad.
Juicio, condena y una sentencia poco común
El responsable del robo fue detenido y juzgado por las autoridades civiles. Las fuentes consultadas coinciden en que fue condenado a muerte por su delito, como era habitual en la época para crímenes considerados especialmente graves. Lo excepcional vino después: como forma de escarmiento, se decidió representar su rostro en piedra y colocarlo en la fachada de la iglesia donde había cometido el robo.
Así, la imagen del ladrón fue inmortalizada en uno de los contrafuertes de la fachada principal. Esta decisión, además de ser un castigo simbólico, pretendía servir como advertencia a futuros profanadores: que quien atentara contra lo sagrado no quedaría impune. No se trata de un relieve artístico decorativo, sino de una escultura con función moralizante, que respondía a la mentalidad del momento.
El paso del tiempo: de escarmiento a leyenda urbana
Con el paso de los siglos, la cabeza ha permanecido en su lugar, resistiendo restauraciones y transformaciones arquitectónicas. Hoy en día, sigue visible para quien se detiene a buscarla en la fachada, aunque la mayoría de los transeúntes y turistas la ignoran.

Basílica de San Ildefonso in Jaén, Andalucía.
El relato ha pasado a formar parte del folclore local, convertido en una curiosidad que mezcla hechos documentados con la tradición oral. Aunque algunos aspectos no puedan comprobarse con total exactitud, la permanencia física de la escultura da peso y continuidad a la narración.
Patrimonio vivo y símbolo del vínculo entre fe, justicia y arquitectura
Más allá de su valor anecdótico, la cabeza esculpida en la Iglesia de San Ildefonso representa un tipo de expresión cultural muy característica de su tiempo. En una época en la que lo religioso impregnaba todos los ámbitos de la vida, los templos no solo eran lugares de culto, sino también escenarios donde se proyectaban valores sociales y advertencias morales. La escultura cumple así una doble función: como recuerdo físico de un episodio concreto y como elemento simbólico que une arquitectura, religión y justicia.

Hoy, esta pequeña cabeza de piedra sigue observando desde su lugar en la fachada, discreta pero firme, como una cápsula del tiempo que conecta el presente con el siglo XVII. Para Jaén, es una muestra de su rica historia local; para los curiosos, un motivo más para detenerse ante los muros y mirar con otros ojos.
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