El pasado 13 de junio, Andrew Bosworth, jefe de tecnología en Meta, se puso el uniforme militar para jurar el cargo como nuevo teniente coronel del Ejército de Estados Unidos. Su misión no será dirigir un batallón de soldados ni tomar decisiones en el campo de batalla, sino servir en las filas de la Unidad de Innovación de Defensa, organización dirigida por un ex vicepresidente de Apple que asesora al Pentágono sobre la compra de inteligencia artificial y otras tecnologías comerciales. El acto, en el que también se fichó a altos directivos de compañías punteras como OpenAI y Palantir, ilustra cómo los lazos que unen a la industria tecnológica y la militar están más apretados que nunca.
La alianza entre Silicon Valley y el complejo industrial-militar es tan antigua como su historia. Aun así, la invasión rusa de Ucrania y el temor a que China desbanque a EEUU en la carrera tecnológica global han revitalizado una relación simbiótica de la que ambas partes se nutren. A ese escenario geopolítico de urgencia hay que sumarle la apuesta de Donald Trump por modernizar el Pentágono e impulsar el presupuesto de defensa hasta superar el billón de dólares, lo que lo convertiría en el mayor de la historia del país. Todo eso ha hecho que, como remarcó Bosworth antes de jurar el cargo, cada vez más empresas tecnológicas ya no escondan sus intenciones: «Hay mucho patriotismo oculto que está saliendo a la luz en Silicon Valley».
El negocio de la guerra
El destape tecnomilitarista tiene una explicación económica. Entre 2004 y 2021, algunas de las llamadas Big Tech —Amazon, Facebook, Google, Microsoft y Twitter— recibieron al menos 44.500 millones de dólares en contratos federales con el Pentágono y otras tres agencias implicadas en la guerra contra el terrorismo, según un estudio de la organización MPower Change. Desde entonces, el gasto ha ido a más. El mercado de tecnología militar avanzada, actualmente de 4.000 millones de dólares, podría dispararse a 10.400 millones en 2032, predicen las estimaciones de P&S Intelligence.
La lucrativa oportunidad de negocio que ofrece el ejército seduce a cada vez más compañías de hardware y software que hasta ahora se habían enfocado en desarrollar aplicaciones de uso cotidiano, lo que Axios ha descrito como un «cambio de época» en los esfuerzos del sector digital. La próxima vez que hagas scroll en Instagram, consultes algo a ChatGPT o veas un vídeo en YouTube podrías estar entrenando algoritmos con fines militares.
Palmer Luckey, fundador de Anduril, y Mark Zuckerberg, mandamás de Meta. / Anduril
A principios de mes, OpenAI recibió un contrato de 200 millones para proporcionar herramientas de inteligencia artificial al Departamento de Defensa. Otras firmas como Meta o Anthropic también han reducido sus políticas de seguridad para poner su IA al servicio de los fines militares del Pentágono. La compañía de Mark Zuckerberg incluso trabaja en un casco de realidad mixta para dotar a los soldados de «mayor letalidad, movilidad y conocimiento de la situación».
El Ejército recluta ‘start-ups’
Washington también ve una oportunidad en esa simbiosis. Como hizo antes con la NASA, el Gobierno estadounidense está simplificando los trámites burocráticos para agilizar la colaboración privada con el ejército. Consciente de esa necesidad, Oracle acaba de lanzar una iniciativa para ayudar a proveedores más pequeños a vender su tecnología militar al Pentágono. «Estamos más abiertos a negocios y colaboraciones que nunca», ha explicado recientemente Justin Fanelli, director de tecnología de la Armada.
Esa maniobra ha abierto la puerta a que prometedoras start-ups compitan por contratos públicos hasta entonces monopolizados por gigantes armamentísticos como Lockheed Martin, Boeing o RTX y ofrezcan soluciones vanguardistas —drones, ciberseguridad, sistemas de vigilancia o armas autónomas— más baratas y fáciles de implementar. Si la privatización de la carrera espacial propulsó SpaceX, la de la guerra ha disparado a firmas como Anduril o Palantir, fundada, según su director ejecutivo Alex Karp, para «impulsar a Occidente hacia su evidente superioridad innata». Ambas permiten a la administración ahorrar tiempo y dinero, dos elementos cruciales en pos de la hegemonía militar mundial.

Vehículos equipados con cámaras patrullan la frontera entre EEUU y México. / Jim Watson / AFP
De la Guerra Fría al 11-S
La historia de Silicon Valley y la industria militar es prácticamente indisociable. El valle californiano empezó a erigirse como meca del prominente sector digital estadounidese a finales de la década de 1950, cuando, en plena paranoia por la Guerra Fría, el Departamento de Defensa y las agencias de inteligencia impulsaron mediante contratos gubernamentales el desarrollo de tecnologías cruciales para el ejército como los semiconductores, el GPS o el precursor de internet.
Medio siglo después, y tras los atentados del 11-S, el Pentágono dio la vuelta a su estrategia e invirtió en el sector privado para potenciar la creación de tecnologías comerciales que después puedan ser adoptadas en el campo militar. En plena guerra contra el terrorismo, no obstante, la relación se fraguó a oscuras. Durante años, hacer negocio con la guerra estaba tan mal visto que los empleados de esas compañías se rebelaban. En 2018, Google se vio obligada a cancelar su contrato con Defensa. Siete años después, la alianza está tan normalizada que empresas como Amazon, Palantir u Oracle incluso han financiado el desfile militar que el pasado 14 de julio conmemoró el 250 aniversario de la fundación del ejército estadounidense. El alud de dinero público ha sepultado definitivamente ese tabú.
Suscríbete para seguir leyendo