Autora de biografías importantes y también de obras de ficción, traductora al francés y descubridora para el mundo francófono de un gigante de la literatura actual como Mariana Enríquez, Anne Plantagenet acaba de publicar en español un librito breve sobre una de esas historias que a menudo quedan condenadas a un breve en las páginas de sucesos o a medio minuto de Telediario. Su peso específico, sin embargo, es mucho mayor de lo que aparenta su centenar de páginas, porque en él se disecciona un cáncer muy extendido en la sociedad contemporánea: el de la inhumanidad con la que muchas empresas aparentemente prósperas y civilizadas tratan a sus empleados.
‘Desaparición inquietante de una mujer de cincuenta y seis años‘ (Alba, 2025) nos descubre la historia real de Letizia Storti. Una mujer anónima, trabajadora de una planta de la industria farmacéutica francesa, a la que Plantagenet conoció durante el rodaje de En guerra (2018), la película de su amigo Stepháne Brizé sobre una lucha sindical en Francia rodada con obreros reales. La escritora estaba allí en busca de material literario, y Letizia era una de esas actrices no profesionales. Juntas viajaron a Cannes y vieron cómo el público ovacionaba a la cinta, con Storti subida al escenario en el Palacio de Festivales. Una experiencia que construyó un cierto afecto entre ellas. Pocos años después, distanciadas por dos vidas muy diferentes, Plantagenet se enteró de que aquella mujer luchadora y llena de energía había intentado suicidarse y, después, había desaparecido. Supo entonces que el siguiente libro que habría de escribir solo lo podía protagonizar ella.
-¿Cuándo tuvo claro que en la historia de Letizia Storti había un libro?
-Cuando desapareció. Cuando leí noticia en la prensa del sur de Francia [su pista se perdió en Marsella] con ese titular, Desaparición inquietante de una mujer de 56 años, fue un shock. Para mí Letizia no era una mujer anónima, la había conocido un poco. Y con lo que sabía de ella, y lo que descubrí después, tuve la necesidad de escribir el libro, de luchar contra el olvido de esa mujer que toda su vida había luchado por existir, por ser visible, y que de repente se volatilizó. Pero su desaparición había empezado mucho antes. En realidad estaba vinculada con sus condiciones laborales y con su vida de mujer sola, modesta, de origen italiano…
-¿Diría entonces que este libro, más que de un proyecto literario, partió de un deseo de hacer justicia?
-Yo creo que es las dos cosas. Quería rendirle homenaje y también, a través de su historia, denunciar algo que pasa en las políticas de gestión de muchas empresas hoy en día, que destruyen a la persona. A gente como Letizia Storti, una mujer muy valiente, a quien le gustaba su trabajo, muy comprometida, sindicalista, que tenía muchas pasiones… Poco a poco la fueron quebrando, hasta que la destruyeron totalmente y un día decidió tirarse por la ventana y no vivir más. Todo eso para mí era muy difícil de soportar.
Anne Plantagenet. / Alba Vigaray
-¿Qué nos dice la historia de Leticia de la sociedad en la que vivimos?
-Que las personas ya no importan y son solo los puestos de trabajo que ocupan, que pueden ser reemplazadas o eliminadas en cualquier momento. Y más cuando son mujeres, cuando tienen cierta edad, cuando son sindicalistas comprometidas que no dudan en decir las cosas y molestan al sistema. Leticia era muy valiente, defendía mucho a sus compañeros de trabajo y lo pagó. Pagó su sindicalismo y pagó incluso su papel en la película de Stéphane Brizé. Aquello provocó muchos celos y decidieron aniquilarla poco a poco.
-¿Cree entonces que hubo premeditación?
-Sí, claro. Por haber tenido la visibilidad que había tenido. La fábrica de medicamentos donde ella trabajaba pertenecía a un grupo americano y fue vendida a un grupo japonés. Decidieron suprimir empleos, algo muy habitual. Hubo una presión muy fuerte sobre los trabajadores, sobre algunos más que otros, y Leticia claramente estaba en la primera línea.
-Es bastante alucinante cuando cuenta la frialdad, la inhumanidad, con la que la tratan en la empresa, rotándola en puestos en los que no podía trabajar debido a sus lesiones.
-Claro, yo no sabía todo eso. Decidí investigar, buscar testimonios, documentos, intentar entender lo que pasó en esa fábrica para que esa mujer, que estaba tan llena de vida, un día decidiese no luchar más y abandonarlo todo. Intenté relatar su cotidianidad laboral, y descubrí algo terrible. Porque todo empieza con un banal accidente doméstico: se hace una lesión en la muñeca y queda levemente incapacitada, pero la empresa la coloca en un puesto en el que no puede trabajar. A ella, que amaba su trabajo, que estaba muy implicada, que llevaba trabajando desde los 18 años, le dijeron que no valía nada.
-Es entrañable la relación que se establece entre Letizia, el director Stéphane Brizé y el actor Vincent Lindon [protagonista de ‘En guerra’]. Después de su intento de suicidio y luego de su muerte, son ellos quienes reivindican su figura. Al final, en el equipo de una película sobre la lucha sindical se establecen también esos lazos de solidaridad reales.
-Pasó algo durante el rodaje de esa película. Stéphane trabaja muy a su manera, con rodajes cortos e intensos. Aquí además representando algo ya de por sí intenso, una lucha colectiva. Un colectivo de obreros alrededor de la figura de Vincent Lindon, que era el único actor profesional. Todos los días iban al rodaje en el plató como irían en la vida real, para luchar contra el cierre de esa fábrica, porque ni siquiera sabían el final de la historia.
-¿Se ha hecho justicia en el caso de Letizia Storti?
-Las denuncias todavía están por resolver. Lo único que me parece justo es que el intento de suicidio haya sido reconocido como accidente laboral. Es decir, que fue causado por el trabajo. Es importante, porque en estos casos las empresas hacen todo lo posible para que no sea así, para que se considere la consecuencia de una depresión. «La empleada tenía problemas con su marido», etcétera. No quieren resultar implicados, por la imagen de la empresa y también por una cuestión financiera, porque cuando es accidente laboral tienen que pagar muchas indemnizaciones.
-Cuenta también cómo el gobierno de Macron cambió la legislación laboral en Francia, quitando protecciones a los trabajadores, y eso tiene una influencia directa en este tipo de casos.
-Sí, es una consecuencia directa. Bueno, no es una exclusiva decir que Macron no está del lado de los trabajadores, ¿no?, sino de los patrones y de los directivos. Redujo mucho los derechos de los trabajadores y sobre todo sus posibilidades de defenderse en la empresa. Suprimió comités, por ejemplo.
-En el libro habla de las cosas que usted tiene en común con Letizia: el origen italiano por parte de madre, también de clase trabajadora, familias inmigrantes en Francia… Ella le hablaba, por ejemplo, del racismo que había sufrido en su infancia. ¿Se parece su historia?
-La mía no, porque soy de segunda generación. Pero la de Letizia es un poco la historia de mi madre, que sufrió racismo porque era hija de un padre italiano y obrero que no hablaba muy bien francés. Fue por eso por lo que conocí a Leticia. Yo estaba como observadora en el rodaje de Stéphane porque en aquella época estaba escribiendo un libro sobre mi abuelo materno, obrero italiano. Me interesaba estar en contacto con esa gente que es como mi familia. El libro sobre mi abuelo, y también sobre mi madre, se llama D’origine italienne (De origen italiano, 2019, no está traducido al español), y fue publicado en esa fecha. Se lo regalé a Letizia, porque teníamos ese puente en común: Italia, la Italia del norte… provenimos de la misma región y del mismo medio social.
-Por el lado paterno, su padre era un ‘pied noir’ (la población colonial de Argelia) de origen español. Con esa historia ha tenido cierto conflicto, y también la recogió en un libro…
-Sí, Tres días en Orán (Siruela, 2023). Es la historia de mi padre y mi familia paterna, franceses que nacieron en la Argelia francesa pero de familia española. En mi casa no se hablaba español porque habían salido de Andalucía en el siglo XIX, emigraron a Argelia y fueron naturalizados franceses. Y cuando termina la guerra de Argelia, en 1962, es una tragedia, un dolor muy fuerte. Yo me pasé la infancia escuchando las historias de mi abuela sobre la tierra y la casa perdidas. Ese tema del exilio, de su dolor. Era una historia que no se podía contar.
-¿Por qué no se podía contar?
-Porque es una herida todavía muy viva. Las relaciones de Francia con Argelia siguen siendo muy complicadas hoy. Se sigue poniendo a todos los pied noirs en el mismo lugar: reaccionarios, colonos… Y es un error histórico, porque la mayoría eran muy pobres, mucho más pobres que en la metrópolis. Tenían muy poca tierra, perdieron todo, fueron insultados y muy mal acogidos en Francia. Yo, como niña que adoraba a mi abuela y sus historias fantasiosas, me imaginaba una tierra muy exótica en África. Luego descubrí la historia de la guerra de Argelia, algo de lo que nunca se hablaba en casa, siempre se les llamaba «los acontecimientos». Y descubrí también el racismo. Durante mucho tiempo estuve presa de esa paradoja: adoraba a mi abuela, pero mi abuela era racista. ¿Cómo vivir con esa herencia? Un día, después de la muerte de mi abuela, decidí ir a Argelia. De manera inconsciente, esperé a su muerte para ir. Mi padre me acompañó en ese viaje y esa es la historia que conté en Tres días en Orán.
-En el conjunto de su obra, ficción y no ficción están bastante equilibradas. ¿Prefiere alguna de las dos?
-Mi trayectoria es un camino que no decidí yo. No decidí escribir la historia de Letizia Storti, su historia se cruzó con la mía y tenía que escribirla. Y voy a seguir trabajando ese tema: mi próximo libro será también el caso de una mujer desaparecida anónima, un caso real por el que voy a asistir durante semanas a un juicio. Supongo que ahora estoy inmersa en un ciclo de narrativa de no ficción. Pero no quiere decir que renuncie a la ficción o que no vaya a escribir más novelas. Me gustan mucho las novelas, me gusta mucho la ficción y es lo que empecé escribiendo. Luego escribí biografías: María Casares, Marilyn, Manolete, [la actriz y poeta romántica] Marceline Desbordes… Me interesan las vidas de los otros, pero ahora no quiero escribir sobre famosos. Quiero escribir sobre mujeres anónimas, humildes… Pero todos mis libros tienen temas en común: el exilio, las heridas de la infancia, el lugar en mundo…
