En los áridos paisajes del Sahel, donde las sequías se alternan con lluvias torrenciales y el viento arrastra el polvo de los cultivos fallidos, los niños y niñas de la región se ven obligados a cargar con una herencia climática que ninguno de ellos eligió y que, sobre todo, es difícil cambiar. «El cambio climático aquí no es un concepto abstracto. Es hambre, es abandono escolar, es matrimonio forzoso. Y lo sufren sobre todo los niños y adolescentes», alerta Stefano Fino, portavoz la oenegé Plan International, una entidad con presencia en 85 países que acaba de publicar un informe sobre cómo el cambio climático está afectando a la vida de los infantes en países como Burkina Faso, Camerún, Chad, Gambia, Guinea, Mauritania, Mali, Níger, Nigeria y Senegal.
«Ya no hablamos solo de cuestiones ambientales sino de cómo este fenómeno está alimentando la pobreza, la inseguridad alimentaria y los conflictos armados«, comenta el experto en una entrevista con EL PERIÓDICO.
«El cambio climático aquí no es un concepto abstracto. Es hambre, es abandono escolar, es matrimonio forzoso. Y lo sufren sobre todo los niños y adolescentes»
Según explica Fino, en zonas del sur global como el Sahel el cambio climático se ha convertido en una “tormenta perfecta” en la que las causas y efectos se retroalimentan. La situación que se vive en esta región, afirma, ilustra con crudeza lo que los expertos ya califican como una crisis multidimensional. «Las condiciones extremas como las sequías prolongadas, las lluvias erráticas o las inundaciones repentinas están destrozando los medios de vida de millones de personas. Y eso acaba empujando a miles de familias a desplazarse en busca de elementos básicos como agua, comida o refugio«, explica el portavoz de la oenegé en referencia a los resultados del estudio, para que el se entrevistaron a una veintena de personas de esta región. Una de ellas, una mujer de Níger, incluso explicó que la situación llega a ser tan grave que a veces «el hambre nos ha llevado a comernos la comida que normalmente reservamos para el ganado«.
Desde Níger, una mujer explica que la situación llega a ser tan grave que a veces «el hambre nos ha llevado a comernos la comida que normalmente reservamos para el ganado»
El doble peso de la injusticia
La crisis, en todas sus facetas, afecta al conjunto de personas que habitan en esta región. Pero tal y como apuntan los estudios sobre el terreno, las niñas son las que se llevan la peor parte, ya que cargan con el peso de una doble injusticia. Por un lado, la de nacer en una región empobrecida y, por otro lado, la de hacerlo siendo mujeres. «Son las primeras en abandonar la escuela cuando los recursos escasean y las últimas en comer cuando no alcanza para todos», señala Fino. Según apuntan los estudios, a medida que las familias luchan por sobrevivir en un contexto de escasex y precariedad, ellas son las primeras en ser apartadas del sistema educativo para dedicarse a tareas de cuidado, muchas veces invisibles, pero esenciales para la subsistencia del hogar como para la recolección de agua o leña, que a menudo implica recorrer kilómetros a pie.
«Las niñas son las primeras en abandonar la escuela cuando los recursos escasean y las últimas en comer cuando no alcanza para todos»
Los testimonios recogidos en el informe ilustran hasta qué punto la crisis climática, el hambre y la precariedad incrementa la violencia estructural que sufren las niñas. «En este contexto, el cuerpo de las niñas se convierte en terreno de sacrificio ante una crisis que ellas no provocaron. Hay niñas que debido a esta situación se han visto obligadas a intercambiar sus cuerpos por comida«, denuncia Fino.
También hay casos documentados de niñas que sufren abusos y violencia sexual mientras atraviesan el desierto en busca de agua o alimentos. O de infantes que se ven obligadas a matrimonios forzados por pura supervivencia. «Las niñas dejan de ser vistas como personas en desarrollo y pasan a ser moneda de cambio», denuncia Fino, quien recuerda que estas circunstancias no solo coarta el presente de estas niñas sino que, además, limita cualquier posibilidad real de desarrollo personal en su futuro.
«El cuerpo de las niñas se convierte en terreno de sacrificio ante una crisis que ellas no provocaron. Hay niñas que debido a esta situación se han visto obligadas a intercambiar sus cuerpos por comida»
Sobrevivir desde la esperanza
El informe insiste en que el cambio climático no solo es una injusticia global, sino también intergeneracional. Los países del Sahel, responsables de una fracción mínima de las emisiones globales, están pagando un precio altísimo. «Es un desequilibrio brutal. Las comunidades que menos han contribuido al problema son las que más lo sufren, y tienen además menos herramientas para adaptarse», lamenta el experto.
Pero por suerte, no todo son pérdidas. En medio de esta tormenta, hay también brotes de resistencia. Según explica Fino, desde oenegés como Plan International se está trabajando en iniciativas para empoderar a niños, niñas y jóvenes, dándoles voz en sus comunidades y en los espacios donde se toman decisiones. «Ellos tienen que ser protagonistas del cambio. Nadie conoce mejor la realidad que viven», explica.
«Las comunidades locales deben que ser las protagonistas del cambio. Nadie conoce mejor que ellas la realidad que viven»
Mientras las organizaciones locales luchan por sobrevivir ante las inclemencias climáticas, Fino sostiene que los países desarrollados no puede seguir mirando hacia otro lado. «Lo que ocurre en el Sahel no es solo una tragedia lejana; es el reflejo más crudo de un modelo de desarrollo desigual que seguimos sosteniendo. No podemos pensar que el mundo es solo España o solo Europa. Lo que sucede en el Sahel tiene que importarnos porque es una cuestión de derechos humanos”, insiste el especialista, quien recuerda que mientras aquí debatimos sobre metas de descarbonización, allí miles de niñas abandonan sus estudios, son forzadas a casarse y ven cómo su infancia se evapora entre la pobreza y el calor extremo. El informe de Plan International es, en esencia, una llamada de atención para que la justicia climática también llegue allá donde sus impactos son más silenciados.
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