Tratar de detener cuanto antes al sicario de Telde. Ese sigue siendo el objetivo principal de la Policía Nacional desde que el pasado jueves Josué, el Conejero, de 38 años y lugarteniente de un narcotraficante en prisión por intentar matar a dos hombres en 2022, su tío José, el Negro, muriese asesinado en plena calle en San José de Las Longueras después de recibir cinco disparos en el abdomen por parte de un encapuchado que huyó en moto a toda velocidad por las calles del municipio. Y para eso continúa activa la operación Jaula, un despliegue policial que blinda la isla para impedir que el pistolero huya y lograr arrestarlo después de acribrillar a tiros a el Conejero en un ajuste de cuentas por tráfico de drogas ordenado por los enemigos de su tío.
El punto de mira está en Jinámar, un barrio que desde el mismo jueves está tomado por los agentes y donde un clan de la droga, rival de José, el Negro, –y cuyo líder podría haber encargado el asesinato, según la principal hipótesis– podría estar dando cobijo al asesino después de que éste huyera a través del viaducto de San José de Las Longueras en dirección al barrio de El Ejido. La Policía Nacional trata de seguir los pasos del sicario y para eso no solo analiza las cámaras de tráfico y de seguridad de los comercios, sino que peina la isla con controles de tráfico y vigila puntos estratégicos como los puertos y el aeropuerto para evitar que escape. Al cierre de esta edición, la Policía seguía tratando de identificar, localizar y detener al autor de los disparos que acabaron con la vida de Josué, el Conejero.
Josué ‘el Conejero’, asesinado. / La Provincia
La búsqueda del sicario sigue en marcha mientras la investigación en la que participan la Unidad de Delitos Violentos, Homicidios, la Policía Judicial y la Policía Científica continúa abierta; también colaboran la Guardia Civil y la Policía Local. Los agentes también tratan de averiguar si hubo amenazas previas con la entrada de dos hombres armados en la casa familiar del clan liderado por José, el Negro el pasado martes, dos días antes del asesinato. Investigan este extremo a raíz de la versión aportada por allegados del fallecido, según apuntan fuentes no oficiales.
Un barrio conmocionado
En el barrio teldense donde ocurrieron los hechos, los vecinos despertaron ayer conmocionados por el tiroteo que acabó con la vida de el Conejero. La noticia ha sacudido a una comunidad acostumbrada a la tranquilidad, donde cuesta asimilar que un ajuste de cuentas haya tenido lugar en una de sus calles. «Tengo pánico de salir», confiesa Sandra, una vecina del barrio que comentaba con otros residentes el suceso.
Los habitantes coinciden en que se trata de una zona de gente humilde y trabajadora, donde nunca ocurren incidentes tan violentos. Sin embargo, todo ha cambiado con el estallido de tensiones entre los dos clanes relacionados con el narcotráfico. Tras este fatal desenlace los vecinos sienten conmoción y miedo.
En el lugar, los allegados del fallecido han colocado un ramo de flores y velas en su recuerdo. El color azul y blanco de la corona contrasta con alguna que otra mancha de sangre que ayer permanecía en el lugar como recuerdo de lo sucedido a las 19.20 de la tarde del jueves. «Mi hermano salió y lo vio aún con vida», cuenta una vecina que prefiere no decir su nombre. «Había más vecinos intentando socorrerlo y él estaba en el suelo con sangre, no se podía mover», cuenta cómo fueron esos primeros minutos de caos en los que los primeros que llegaron fueron los propios vecinos, hasta que rápidamente se desplazó la comitiva de policial y la ambulancia.
La poca costumbre de este tipo de crímenes hizo creer a la vecina, –que veía la televisión cuando todo ocurrió– que los disparos eran petardos. Solo fue hasta que escuchó el vocerío que provenía del exterior cuando entendió que algo grave había sucedido, y que no se trataba de unos chiquillos jugando. Su primera impresión fue de incredulidad; un día después sentía respeto al salir de su hogar ante la incertidumbre de «lo que pasará a partir de ahora».
Por su parte, Sandra se dirigió ayer al barrio con la intención de ayudar a un familiar dependiente como hace habitualmente, pero también para advertirle que redujera sus salidas a la calle si ella no le acompañaba. El mismo mensaje le transmitió a su hijo adolescente de 16 años, que ocasionalmente va de visita a la casa de sus abuelos en la zona del asesinato. «Tengo miedo de que mis hijos salgan y me los maten», cuenta visiblemente afectada. La calle donde se produjo el crimen es una vía por la que suele pasar la mujer casi a diario y justo a esa misma hora. Por suerte, ayer no fue uno de esos días, por lo que no tuvo que presenciar el trágico final de Josué. Sin embargo, ese golpe de suerte no le hace obviar que seguirá caminando por esa calle, pero ahora con inseguridad. «Imagínate que hubiera pasado ayer y me meten un tiro», reflexiona. «Parece una película», confiesa Sandra.
«Tengo miedo, cinco tiros no es una cosa normal. ¿Quién me dice a mí que no puede haber una bala perdida?», cuestiona María mientras espera la guagua. La mujer tiene esperanzas de que las aguas se calmen, y que esto no implique un incremento de la inseguridad en la zona. «Esto significa que hay drogas o armas en el barrio, yo quiero vivir tranquila, a mí no me interesa», apunta.
Aunque ahora es un barrio apacible, San José de Las Longueras, como muchas otras zonas de la Isla, ha tenido un pasado complicado a consecuencia de la droga. Juan Carlos, nacido y criado allí, recuerda la década de los 80 como una época marcada por la inseguridad y el consumo. A pesar de lo ocurrido hace años, Juan Carlos nunca imaginó que el barrio presenciara un asesinato con armas de fuego. «Estas cosas las vemos en las noticias de Colombia, pero en Canarias nunca pasa», comenta, aún incrédulo. La situación ha sido extrema, pero confiesa que sentía más inseguridad durante su adolescencia, que en la actualidad tras este suceso, que califica como «puntual».
«Ha sido algo impensable. Estábamos todos los vecinos asomados, con los pelos de punta», recuerda Francisco desde la ventana de su casa. Aún le cuesta creer que a unas pocas calles de su hogar hayan matado a tiros a una persona. Desde su vivienda no escuchó nada, solo se enteró cuando su teléfono no paraba de sonar con mensajes y llamadas. «La gente empezó a escribir porque no dejaban entrar ni salir del barrio», explica. Francisco reconoce que «siempre ha habido droga, pero esto es una exageración». Cuando llegó el camión con los panes, el vecino le preguntó al repartidor: «¿Te enteraste de lo que pasó?». El crimen es la noticia del día en el barrio, el debate entre vecinos y la comidilla de los que llegan a la zona. «No quiero pensarlo más, no me lo termino de creer», concluye impresionado.
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