El Gobierno defiende la estrategia de Pedro Sánchez ante la OTAN: «Un éxito para España»

El Ejecutivo de Pedro Sánchez ha cerrado filas en torno a su estrategia diplomática durante la cumbre de la OTAN celebrada en La Haya, que ha estado marcada por la reaparición del fantasma arancelario con Donald Trump como telón de fondo. Lejos de entrar en un cuerpo a cuerpo con el expresidente estadounidense —favorito en las encuestas para volver a la Casa Blanca—, el Gobierno ha optado por una línea de contención calculada: evitar el choque directo y confiar en los engranajes institucionales de la Unión Europea para frenar cualquier giro hostil en la política comercial transatlántica.

Calma, eludir una escalada directa del cuerpo a cuerpo”, resumen desde el Ejecutivo. En esa misma línea, fuentes del entorno de Sánchez aseguran que “España tiene tras de sí a Europa en su conjunto”. Una forma de enfatizar que cualquier modificación en las reglas del juego económico debe pasar por Bruselas, no por decisiones bilaterales impulsadas por la presión estadounidense.

Este posicionamiento ha sido interpretado por Moncloa como un elemento diferencial frente a lo que, en privado, califican como “postureo” de otros socios de la Alianza Atlántica. Los compromisos inmediatos con aumentos del gasto militar hasta el 5% del PIB, reclamados por Trump, son vistos desde Madrid como movimientos destinados más a evitar su ira que a consolidar una estrategia de seguridad común.

Sánchez como contrapeso progresista

En la sala de máquinas del PSOE hay un mensaje claro: Sánchez ha sido “coherente” en La Haya con su trayectoria de siete años al frente del Gobierno. Es decir, una política exterior centrada en la integración europea, el multilateralismo y un distanciamiento medido frente a la política de bloques.

Esa coherencia se convierte en una virtud destacada por su entorno. “La reunión ha sido un éxito para España”, sostienen, remarcando que el presidente ha sabido moverse en un tablero en el que los líderes conservadores han marcado la tónica general de la cumbre. En ese contexto, el presidente español ha aprovechado su perfil como prácticamente único líder socialdemócrata con peso en Europa para reforzar su papel como alternativa a Trump en el bloque occidental.

En voz baja, desde el propio PSOE se reconoce la soledad de Sánchez en ese escenario: “Las mismas filas socialistas admiten sentirse en soledad ante la escasez de gobiernos de izquierdas”. Pero lejos de verlo como una debilidad, lo convierten en un activo. Un dirigente que representa otra forma de hacer política exterior, sin entregarse a los impulsos nacionalistas ni a la escalada militar como primer reflejo.

El mensaje que el Gobierno quiere proyectar tanto dentro como fuera de España es el de una diplomacia sólida, europeísta y coherente. Una línea que contrasta con la que algunos socios han exhibido en público. Mientras otros líderes se han apresurado a alinearse con las exigencias de Trump, Sánchez ha mantenido su hoja de ruta, confiando en que la Comisión Europea actuará como dique de contención si llega una nueva embestida comercial desde Washington.

Para el Ejecutivo, el verdadero campo de juego sigue siendo Bruselas. De ahí que, como ya ocurrió en otras fases del mandato, el presidente haya buscado blindar su imagen en Europa como aliado estable. En este contexto, se remarca su voluntad de mantener el rumbo sin aspavientos, confiando en la fortaleza institucional de la Unión Europea y en el peso de España como socio estratégico.

La estrategia no está exenta de riesgos, especialmente si Trump regresa a la Casa Blanca con medidas unilaterales que afecten al comercio o a la defensa. Pero por ahora, el mensaje es claro: Sánchez se planta sin ruido, pero con fondo. Como contrapeso progresista dentro de la OTAN y como garante de una política exterior firme pero no estridente.

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