De importar turistas a exportar tecnología

En el calendario emocional de las empresas, hay dos simulacros de apocalipsis anuales perfectamente programados: el que precede a la Navidad y el que precede a las vacaciones de verano. Ambos comparten una extraña histeria colectiva por cerrar todos los proyectos pendientes como si el tiempo fuese a extinguirse el 30 de junio o el 22 de diciembre. A este frenesí productivo se suma, para mayor gloria del cortisol, el desfile de funciones infantiles, regalos a profesores, cenas con amigos y el estrés logístico de preparar «unos días de descanso». Probablemente más de una persona se reconozca en esta escena… si es que aún le queda un minuto para leer esta columna entre reuniones urgentes y reservas de última hora. Porque si hay algo que compartimos a estas alturas del año, además del caos, es ese deseo casi visceral de escapar. Necesitamos vacaciones. Y las necesitamos ya.

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