El mundo ha cambiado con Donald Trump. El equilibrio de intereses y la geopolítica con las disrupciones habituales provocadas por Putin, organizaciones yihadistas, Estado Islámico, restos de Al Qaeda y guerras africanas enquistadas, ha quedado en el recuerdo.
El principal enemigo de la paz mundial es un delincuente sionista con ínfulas de mesías que quiere redefinir las fronteras de Oriente Medio. Ha atacado Yemen, Líbano, Siria, Palestina e Irán porque un país con diez millones de habitantes no puede desplegar tropas y conquistar los territorios limítrofes, como hizo el Imperio Romano. Luego opta por destruir las economías y ejércitos adyacentes para convertirlos en vasallos o en esclavos (palestinos) -como EE.UU. hace con los europeos con técnicas más sutiles-. Israel no tienen PIB, población ni ejército suficiente para financiar una guerra, por lo que necesita de otro tirano con más recursos: Trump participó con barcos y aviones interceptando los misiles que Irán lanzaba a Israel en respuesta al ataque judío. Pero desde la madrugada del domingo ha entrado en guerra atacando directamente el programa nuclear iraní.
No seré yo quien defienda a los ayatolás iraníes. Una suerte de asesinos y dictadores que reprimen salvajemente a su pueblo, en especial a las mujeres, y han suministrado miles de drones a los rusos para bombardear Ucrania.
Pero hay que contextualizar la información: Irán es miembro del Tratado de No Proliferación Nuclear, lo que nos facilita tener ojos y oídos en Irán. Y sabemos que ha enriquecido uranio al sesenta por ciento, lo que le permitiría tener una bomba atómica. Sabemos que Tulsi Gabbard, directora de la CIA, ha manifestado públicamente que Irán no tiene armas nucleares y no está cerca de tenerlas.
Es decir, parafraseando a Aznar y a Bush, «no tienen armas de destrucción masiva». Pero esta no es la cuestión. Y aun en el caso de que llegase a tenerlas, como las tiene Corea del Norte, serían para utilizarlas como un elemento de disuasión.
La cuestión de fondo es otra: el nuevo imperialismo americano e israelita. El primero puede hundir la economía y los mercados mundiales con sus aranceles de ida y vuelta, porque además Trump está frustrado. Nadie le ‘compra’ los aranceles y los líderes mundiales, en especial la Unión Europea, lo llevan toreando tres meses. Es EE.UU. las cosas van mal. Coca-Cola ha comunicado que en diciembre abandonará los EE.UU. porque los aranceles al aluminio le destrozan el negocio. Y el abandono de científicos es impresionante. La mayoría se van a Canadá. Recuerden que el cuarenta por ciento de los premios Nóbel americanos, son inmigrantes. Su ministro de Salud, Kennedy, ha cesado a todos los miembros del Centro de Prevención de Enfermedades (CDC) porque no quiere vacunar a la población. Es un antivacunas confeso. Y el Tribunal Supremo avala la expulsión y encarcelamiento de inmigrantes en «terceros países».
Netanyahu, por su parte, lleva diciendo desde 1996 que Irán tiene armas de destrucción masiva. Lo cual era mentira hace treinta años y sigue siendo mentira hoy. Dice que quiere liberar a Irán de los ayatolás. También es mentira. Israel se ha convertido en otro país teocrático, fundamentalista y cada vez más nacionalista que quiere reinar mediante el terror militar sobre Oriente Medio, redefiniendo unas fronteras bíblicas imaginarias. Y cuenta con la complicidad de un resentido y megalómano que ha sido capaz de enfrentarse al movimiento MAGA, que no quiere la guerra con Irán, para demostrar su poder. Como hizo con Harvard. ¿Saben por qué declaró la guerra a la universidad? Porque no aceptaron a su hijo Barron, el alto con cara de pasmado, por falta de calificaciones y capacidades.
A pesar del alto el fuego, Jamenei no abandonará su programa nuclear porque es la única arma que tienen para evitar ser conquistado y «democratizado» como Irak y Afganistán. Y Netanyahu seguirá con su guerra barata arrasando Gaza con el beneplácito de sus miniyos europeos que van mucho a misa, pero supeditan el concepto de piedad al color de la piel.