Es la capital inevitable para los representantes del régimen de los ayatolás, en estos tiempos de tribulación para el país persa. El ministro de Exteriores iraní, Abbas Araqchi, emprendió viaje este domingo a Moscú desde Estambul, donde tenía previsto el lunes ser recibido por el presidente Vladímir Putin, en un encuentro en cuya agenda estará la nueva situación creada por la entrada de EEUU en la guerra con Irán, como no puede ser de otra forma. Eso sí. Lo que se puede descartar de antemano es una intervención militar directa de Moscú en el conflicto. Como ya recordó en su día el viceministro de Exteriores, Andréi Rudenko, ante la Duma Estatal, el pacto de asociación firmado con Irán para afrontar conjuntamente los desafíos globales «no constituye el establecimiento de una alianza militar», a diferencia de acuerdos firmados por Rusia con países como Corea del Norte.
Rusia «siempre ha sido una parte de las conversaciones nucleares, y siempre hemos informado a nuestros amigos rusos de la evolución de nuestras conversaciones, o de la falta de progresos», declaró Araqchi. En otras palabras, toda intervención de Moscú en el actual conflicto a tres bandas entre EEUU, Israel e Irán será como máximo a nivel diplomático. «Rusia detesta ser marginada en la diplomacia de Oriente Próximo, quiere tener un sitio en la mesa», ha escrito Hanna Notte, directora del Centro James Martin sobre Estudios de No Proliferación, en un largo hilo posteado en la red social X.
Sin embargo, a medida que el conflicto se intensifica, las capacidades del Kremlin de ejercer influencia en su socio Irán se van reduciendo progresivamente. «La capacidad del Kremlin de traer a la mesa de negociaciones algo único disminuye cada día… Rusia es el único país dispuesto a retirar el uranio enriquecido (de Irán), pero si el tema es resuelto por medios militares, puede que finalmente no haya nada que retirar, y como un mediador simple, Rusia no tiene más que ofrecer que Qatar u Omán», escribe Nikita Smagin, experto en política interior y exterior del centro Carnegie en un artículo titulado ‘¿Puede Rusia utilizar el conflicto Israel-Irán en su provecho?’.
Previsible incremento
Otro de los beneficios para Moscú a corto plazo que se podrían derivar del conflicto es el previsible incremento en los precios del petróleo que nutran las arcas rusas y por consiguiente, contribuyan a financiar el esfuerzo bélico en Ucrania, además del efecto-distracción que tendría una guerra prolongada en Oriente Próximo, desviando la atención mediática los recursos de Occidente de Ucrania hacia el conflictivo Mediteráneo oriental. «Los precios del petróleo ya han subido desde que Israel inició los bombardeos aéreos, y la inestabilidad en Oriente Próximo no va a hacer más que empujarlos hacia arriba…y si las bombas israelíes comienzan a matar a civiles iraníes, Rusia muy alegremente apuntará al doble estándar occidental en un intento de justificar sus acciones en Ucrania», escribe Smagin.
Todo ello, en ningún caso, podría subsanar el grave daño que sufriría el Kremlin en el caso de que el régimen iraní llegara a colapsar, apenas meses después de que el dictador Bashar el Asad, otro de los escasos aliados en la zona, fuera depuesto en apenas unos días ante el irremisible avance de unos rebeldes que llevaban década y media enfrentados a él. «Si el régimen iraní colapsa sería un golpe estratégico y reputacional para Rusia, superior a la caída (del régimen) de Damasco», aseguró a ‘The Guardian’ una fuente con vínculos con el Ministerio de Exteriores ruso.
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