Una sala del tanatorio de La Paz, en las afueras de Madrid, acoge este domingo a familiares y amigos de un militar retirado con el grado de coronel. Su nombre, Antonio Troncoso de Castro, se quedó habitando las circunvoluciones de la memoria del último franquismo. De hecho no fue un interviniente intrahistórico de la dictadura, sino uno de sus instrumentos sonados: en el jubilado que ha fallecido a la edad de 92 años este 21 de junio convergió la acción del ejército franquista contra la primera ETA.
Ha fallecido el fiscal militar del Proceso de Burgos. El 3 de diciembre de 1970, en el inicio de aquel consejo de guerra, él era un capitán del Cuerpo Jurídico del Ejército. Ya había tenido la experiencia de ejercer la acusación contra un miembro de ETA, Andonio Arrizabalaga, poco antes-fue condenado a muerte con pena conmutada- pero aquella no era una causa más de la jurisdicción militar.
El jurídico de Burgos era el gran proceso de la dictadura contra la banda, y se dirimían penas de muerte por tres asesinatos -los del guardia civil José Pardines, el policía Melitón Manzanas y el taxista Fermín Monasterio– en el marco de un «delito por rebelión militar«. Esa figua penal era la que en la dictadura conducía al reo ante el pelotón de fusilamiento.
Dieciséis integrantes de la primera encarnación de ETA fueron procesados durante seis días de aquel invierno. En el banquillo estaban Mario Onaindía, Eduardo ‘Teo’ Uriarte, Itziar Aizpurua y Jokin Gorostidi, etarras de entonces algunos de los cuales evolucionarían después hacia Euskadiko Ezkerra para integrarse en la vida política de la democracia. Entre los abogados, figuras que luego serían señeras en la Transición, como Juan María Bandrés, Francisco Letamendia, Miguel Castells o Gregorio Peces-Barba.
PROMOCION – ETA: El proceso de Burgos 1970, anterior 77 / El Periódico
Les reos, en ese momento, se asomaban al paredón en el «Sumarísimo 31/69». Ese fue el nombre de la causa. El franquismo, con Troncoso como ponente, pretendió un juicio global y definitivo contra ETA, con condena ejemplar y mucha publicidad, pero la dictadura atrajo sobre sí una gran presión internacional al tiempo que ETA aprovechaba para secuestrar al cónsul honorario de Alemania en San Sebastián, advirtiendo de que, según fuera la sentencia, acabaría con su vida.
Espada en mano
En ‘Historia y memoria de ETA. Las raíces de un cáncer’ (Tecnos) los historiadores Gaizka Fernández Soldevilla y Santiago de Pablo enmarcan el caso, y destaca en su relato una escena cargada de simbolismo. En un momento de la vista, Mario Onaindía, para aprovechar la presencia de la prensa, sube unos escalones hacia el estrado y grita «Gora Euskadi Askatuta». El capitán Antonio Troncoso desenvaina entonces su sable y lo interpone entre él y el etarra.
El juicio acabó con nueve condenas de muerte. Un gran movilización internacional, con presiones diplomáticas de los gobiernos occidentales más importantes de la época y del propio Vaticano condujo a la conmutación de las penas. Nadie fue fusilado entonces, pero no porque el ponente de la acusación Troncoso no quisiera. El entonces capitán se mantuvo en su petición de pena capital incluso pese a que al franquismo no le venía nada bien la descomunal presión internacional.
«El capitán Troncoso era franquista, como la absoluta mayoría de los oficiales del Ejército, pero también era católico muy conservador, con un particular código del honor y un apego férreo a la justicia militar -explica hoy a este diario Fernández Soldevilla, resumiendo conclusiones recogidas en su libro-. Por eso no dudó en seguir adelante con las condenas a muerte, que creía eran un castigo justo, pese a las presiones y a pesar de estar poniendo en aprietos al Gobierno».
Escritor
Troncoso de Castro fue autor de ocho libros, una producción ensayística que discurrió en 1978 y 1979 por sendas guías de viaje, «Geografía y Turismo de la Segunda Región Militar’ y ‘Ceuta y Melilla’, y que se adentró después en política con ‘Subversión cultural y Fuerzas Armadas’, publicada año y medio después de los intentos de golpe de Estado del general Alfonso Armada y el teniente coronel Antonio Tejero.
Pero el inicio de su producción escrita tiene mucho más que ver con su biografía: ‘Terrorismo y estado moderno’, publicado en 1975 por la misma Editorial Aldecoa que recopiló un ejemplar titulado ‘El legado de Franco’.
Por entonces, el libro tuvo su aquel por el detalle de que quien lo firmaba hubiera sido el acusador del gran consejo de guerra contra ETA, el hombre que empuñó su espada en plena sala de vistas proporcionándole a la escena del juicio una decimonónica tonalidad.
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