Dellafuente convierte el Metropolitano en un patio granadino

Cuando la estrella de ocho puntas, también conocida como estrella tartésica, llegó a la península ibérica con los musulmanes, simbolizaba el paraíso rodeado de ocho montañas. Fue en el Reino de Granada donde alcanzó su máximo esplendor, coronando las paredes de la Alhambra.

Dellafuente, cuyo nombre es Pablo Enoc Bayo Ruiz, (Granada, 1992) la lleva al cuello desde sus inicios y ayer noche decidió llevarla consigo también hasta el Estadio Riyadh Air Metropolitano de Madrid. Tras la suspensión de su actuación en el estadio Santiago Bernabéu, Dellafuente decidió aplazar el show y añadir una fecha más. Casi un año después, el momento llegó.

Un escenario a 360 grados en forma de estrella mudéjar, decorado con mosaicos al estilo fajalauza y fuentes árabes en el centro. Una réplica de un patio de la Alhambra. Así se presentó el inesperado concierto del rapero granadino.

Un himno a cielo abierto

Como aquel 1 de junio de 2019 en este mismo estadio, suena el himno de la Champions. Empieza la cuenta atrás. Con una simple camiseta roja, su clásico gorro de pescador y gafas de sol, Dellafuente aparece desde el fondo de la octava punta. “Me duele porque ella no me conviene y era bailaora, era bailaora”, canta, recorriendo el contorno de la estrella con Bailaora.

El estadio está lleno, y él lo sabe. “Buenas noches, familia. Wao”, exclama mirando a su alrededor. La pista es una marea de camisetas de fútbol con su logo. Y a pesar del pésimo sonido del recinto, 67.000 personas gritan al unísono, eufóricas.

Con su ritmo folklórico fusionado entona Otra noche en Granada, del álbum Torii Yama (2024), acompañado de bailarines disfrazados de ninjas que evocan el estilo japonés. Un juego de agua y luces se despliega: el espectáculo visual es hipnótico.

Y la primera sorpresa de la noche aparece en medio del escenario. Como por arte de magia, Judeline aparece con un vestido amarillo para interpretar Romero Santo. Dellafuente había prometido una noche llena de detalles, y el público ya no podía esperar a descubrirlos todos.

Bienvenidos a mi casa

En cuanto la canción termina, Judeline desaparece así como llegó y el cantante lanza una pregunta al público con su marcado acento granadino:“¿Quién está aquí desde antes de Consentía?” El rugido es total. “¿Y desde Guerrera?” Otro. “¿Y desde Manos rotas?” Imposible distinguir los gritos.

“He intentado construir mi música de muchas formas, pero es gracias a ustedes si sigo aquí cada año. Bienvenidos a mi casa”, dice. Y así fue: se trajo su casa andaluza, la que lleva construyendo más de diez años, para compartirla con sus seguidores. Su vida, su música, aquí, en un estadio de Madrid.

Suena Dile, de 2016. Luego 13/18 y Cuéntamelo. Un chorro de agua se eleva mientras suena Ayer. La estrella se tiñe de verde y Lia Kali sube a cantar Fosforito. Así es Dellafuente: una experiencia sensorial total, un carrusel de emociones sin tregua. Durante Romeo y Julieta, una Kiss Cam arranca risas. Sharila pone a bailar, y Guerrera, versionada a salsa, estalla, aunque C. Tangana no aparece.

Todo va a más. El dúo granadino Pepe y Vizio acompaña al artista en varias canciones, cumpliendo muchas de las quinielas del público. Se despiden con un “¡Que viva la gente de Graná!” y luces rojas inundan el estadio.

Un estadio infernal

Los bailarines reaparecen con antorchas. Dellafuente, encapuchado, los sigue, evocando la estética de su último disco. 400 demonios fusiona música árabe y rock, llevándolo al extremo con una orquesta en directo. Fuego y luces rojas intensas elevan el clímax visual.

Y entonces, silencio. Todo se apaga, pero ya sabemos que algo grande está por venir. De repente, Rels B y Vizio aparecen jugando al ajedrez sobre un sofá de madera. El estadio grita. Buenos genes se canta entera. No dejan a nadie con la boca cerrada. Dellafuente toma la palabra para preguntar de dónde ha venido el público: ¿fuera de España?, ¿el norte?, ¿Barcelona?, ¿Madrid?, ¿Andalucía? Esos últimos conquistan el estadio.

Las sorpresas no paran: Amore sube a escena con Malicia, mientras un DJ set transforma el patio andaluz en una discoteca madrileña. Con Salomon Sessions, Dellafuente remezcla clásicos que ya forman parte de la cultura pop.

No entiendo el veneno

El cantante pasa de un registro a otro con naturalidad, sin dejar espacio para respirar. RVFV llega también y todo el mundo explota con K alegría. De pronto, aparece un piano antiguo. De la fiesta pasamos al drama. Sentado sobre la fuente, Dellafuente canta: “La vida es hermosa, no entiendo el veneno”. Las lágrimas corren fáciles.

Pero, en menos de un segundo ya se ha recompuesto. “Seguro que esta se la sabe alguien”, dice antes de arrancar con Manos rotas, esta vez junto a Morad. El estadio no para de estallar.

Ha pasado una hora y media. Dellafuente se pone serio. “De alguna forma, esta es una despedida.” Cuenta que ahora es una persona completamente diferente de la que empezó hace 10 años y ya no se siente cómodo con muchas de sus canciones. “Quiero ser yo y no lo que la gente espera de mí”, confiesa, con honestidad.

Y aunque está rodeado de miles, parece estar hablándonos a cada uno. La vulnerabilidad se vuelve fortaleza. Te amo sin límites y Te como la cara bajan la tensión antes del cierre. “Gracias por todo. Necesito descansar y asimilar todo lo que siento”, dice antes de despedirse. Se va como llegó, cantando su tema más conocido: Consentía. Confirmando que, sí, los que estábamos allí estábamos desde antes de esa canción.

Fuente