La canaria Fayna Díaz es una de las mentes que se encuentra detrás de la rápida respuesta de Estados Unidos para hacer frente a las emergencias sanitarias. Tras implicarse en la carrera para encontrar una tratamientos antivirales contra la covid, el trabajo de Díaz hoy consiste en detectar y seleccionar aquellos grupos de investigación o laboratorios capaces de acelerar los procesos para hacer frente a una emergencia de salud pública. Hoy en día, su trabajo es clave para hallar una alternativa terapéutica que permita frenar los contagios de sarampión entre los grupos antivacunas. «No es una práctica muy diseminada entre la población, pero tenemos que buscar una alternativa porque sí está presente en grupos reducidos», explica.
Y es que el país nortemericano es uno de los más afectados por la corriente antivacunas del sarampión. Como explica Díaz, hay Estados en los que la protección a los menores ha caído hasta el 85%. «Cualquier cifra por debajo del 90% es muy baja, ya que no garantiza la protección», insiste la investigadora. Ante la imposibilidad de hacer remontar estas cifras, la administración estadounidense empezó a buscar alternativas. «La idea es encontrar un antiviral que sea eficaz contra el sarampión para utilizarlo de manera preventiva a la población y así controlar su diseminación», indica la investigadora.
En concreto, desde la Oficina de Biodefensa, Recursos de Investigación e Investigación Traslacional del NIH, Fayna Díaz se encarga de «proveer de lo que haga falta a grupos de investigación para que puedan pasar rápidamente de la investigación básica a las pruebas clínicas», explica. Hoy día, Díaz gestiona tres laboratorios con modelos animales y varios grupos de investigación con antivirales prometedores que podrán ser probados en los primeros.
Nuevos antivirales
«Nos centramos especialmente en productos antivirales basados en bloquear la replicación de virus RNA que sean universales, es decir, que sirvan para proteger contra varios agentes infecciosos», revela Díaz. Esta característica de las investigaciones sufragadas es crucial, pues es lo que puede acelerar el proceso para hallar un producto idóneo.
Es esta peculiar estructura para la financiación científica con la que cuenta Estados Unidos lo que permitió conseguir «una vacuna para la covid en apenas 10 meses». En España este perfil es inexistente. «Nuestro trabajo se basa en acudir a congresos, leer bibliografía científica y, en definitiva, saber qué proyectos se están desarrollando en nuestro campo», revela Díaz, que admite que mantener una estructura como esta «es caro» porque, en muchas ocasiones, los resultados de su presencia en el sistema científico público no se ven hasta pasados varios años o cuando existe una emergencia sanitaria.
Este año, después de casi tres años en el National Institute of Health (NIH), la investigadora se ha encontrado de frente –como otros muchos científicos– con los recortes a la ciencia de la Administración Trump. Las decisiones del presidente de los Estados Unidos, Donald J.Trump, han tenido impacto directo en la plantilla y en la propia capacida de financiación del instituto. «Se ha reducido un 20% la plantilla y los proyectos que yo gestiono han pasado de más de 50 a 14», revela. Con la intención de «eliminar duplicidades», el Ejecutivo ha decidido recortar personal en áreas de recursos humanos, contabilidad y formación, y crear un solo órgano que asista a los 27 centros y diversas oficinas en los que se divide el NIH.
Una carrera meteórica
Díaz emigró desde el Archipiélago hace más de veinte años para estudiar Veterinaria en Córdoba. «Mi pasión siempre fue la veterinaria clínica, pero empecé a hacer prácticas y me picó el gusanillo de la investigación», revela. Después de graduarse, consiguió una beca para desarrollar su tesis doctoral, que realizó en el Centro de Investigación de Sanidad Animal de Madrid, dependiente del Instituto de Nacional de Investigación Agraria y Alimentaria,defendiendo su tesis en la Universidad Complutense de Madrid. «Mi tesis versaba sobre la encefalopatía espongiforme bovina, es decir, el mal de las vacas locas», recuerda.
Mientras terminaba su tesis doctoral, obtuvo una beca de seis meses para trabajar en fiebre aftosa y en ese laboratorio fue donde conoció a los compañeros que, posteriormente, la llevarían a Estados Unidos. Ya en tierras norteamericanas, Díaz continuó estudiando en enfermedades de animales en el Plum Island Animal Disease Centeren un laboratorio de alta seguridad biológica.
«Crecí profesionalmente y conseguí mi propio laboratorio», rememora. Pero su meteórica carrera se encontró de frente con una inmensa remodelación de su laboratorio que obligaba a trasladarse a Kansas: «la infraestructura estaba vieja y obsoleta y no valía con reformarla, había que construirla de nuevo». Ya en plena pandemia, Díaz llegó al NIH con la crucial tarea de encontrar un antiviral eficaz para frenar la cara más temible de la covid y, desde entonces, ha decidido qué proyectos estratégicos financia el Estado.
«Temía que no me hallara fuera del laboratorio porque este trabajo obligaba a estar mucho más frente al ordenador», explica. Sin embargo, pronto se acostumbró –e incluso se entusiasmó– conociendo la ciencia desde una perspectiva muy diferente. «Fue todo un descubrimiento; ahora lo que más me gusta es saber lo que están haciendo otros grupos y darles ese impulso para trasladarlo a la población», recalca.
Sin billete de vuelta
La única vez que ha pensado en volver a Canarias fue a los dos años de vivir en Estados Unidos, por la mente de Díaz pasó la posibilidad de volver a Canarias. «Me concedieron una Juan de la Cierva y estuve a punto de volver», confiesa. Pero la crisis económica de 2008 truncó sus planes. «A eso se añadió que mi situación personal no era la mejor para volver, así que se alargó y nunca lo hicimos», recalca. Ahora, asume, volver sería incluso más difícil, ya que, a nivel profesional, cada año que pasa se siente más conectada a Estados Unidos y menos a la tierra que dejó. «Para nosotros sería como empezar de cero», sentencia. Con las políticas de Trump –que amenazaban con eliminar plantilla – admite que se lo ha «llegado a plantear» de nuevo.
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