Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) es una de las firmas indispensables de la literatura española contemporánea. Su último libro, ‘El verano de Cervantes’ (Seix Barral), surge de toda una vida leyendo ‘Don Quijote’. En él entrevera recuerdos de su infancia con la revelación del lugar que el hidalgo manchego ha ocupado en su vocación literaria.
Lleva toda su vida leyendo ‘El Quijote’. ¿Por qué publica ahora ‘El verano de Cervantes’?
Porque fue saliendo así. A mí me gusta que los libros salgan inesperadamente. He leído mucho tiempo, muchas veces, ‘Don Quijote de la Mancha’ y me ha hecho mucha compañía. Un verano, hará unos 10 años, lo empecé a leer. Además, era un verano que era perfecto porque no tenía que escribir una novela. Tengo dos tipos de verano: el que estoy escribiendo un libro y estoy muy concentrado y el que me puedo dedicar a leer sin remordimiento. Estaba leyendo de nuevo ‘Don Quijote’ y empecé a copiar citas y tomar apuntes de manera muy libre. De una manera intermitente, a lo largo de otros veranos, volvía siempre a esos cuadernos de notas. Cada vez iba teniendo más apuntes y ya intuía la posibilidad de hacer un libro.
Antonio Muñoz Molina, durante la entrevista. / Ana de los Ángeles
Siempre en verano.
Me di cuenta de la centralidad del verano en ‘Don Quijote de la Mancha’. Por una parte, el libro en sí mismo siempre transcurre en verano, no pasa el tiempo. Eso me llevó al recuerdo de mis primeras lecturas, que eran también en verano, en mi ciudad, en Úbeda. Y a un descubrimiento porque yo encontré ‘Don Quijote’ por casualidad. No tenía quien me guiara, ni quien me dijera ‘lee esto’. Yo leía lo que caía en mis manos. Me he dado cuenta de que la facilidad con la que yo leí ese libro tenía que ver con que el mundo que retrataba se parecía mucho al mío. Era el mundo rural de principio de los años 60, en el interior de la provincia de Jaén. Y ese mundo conservaba de una manera asombrosa muchas cosas de la época de Cervantes.
El Quijote que lee hoy será muy diferente al que leyó en su infancia, supongo.
Eso nos pasa a todos con lo que nos gusta. Tenemos un núcleo de cosas a las que volvemos siempre, sean libros, música o películas. Los libros, si te importan, tienes que leerlos, al menos, dos veces. Hay algunos que, por una razón u otra, te acompañan a lo largo de la vida. Tú vas cambiando y en cada momento el libro te habla de una manera. Por ejemplo, una manera concreta en la que ha cambiado mi lectura de ‘Don Quijote’ tiene que ver con la conciencia de algo en lo que no reparaba antes, que es la importancia que tienen ciertos personajes femeninos, que deciden romper con las normas para ir a buscar aquello que desean. Eso ahora resuena de una manera distinta a como podía hacerlo, no digo ya 50 años, sino incluso 20. También me he dado cuenta de que hay mucho de crónica política. Una cosa que obsesiona a Cervantes es la crueldad y la corrupción en la justicia.
El libro no es un ensayo sobre la obra de Cervantes, tampoco es un libro de memorias. ¿En qué género lo enmarcaría?
Mira, cuando se publicó ‘Don Quijote’ nadie sabía cómo llamarlo. La palabra novela no se aplicaba a ese tipo de libros. A mí me gusta leer y escribir libros que se escapan a una clasificación de género. No es un ensayo, pero tiene parte de ensayo, tiene parte de memoria personal como de diario, de la vida inmediata. ¿Cómo se llama ese género? Pues no lo sabemos.
Se dice que ‘Don Quijote’ funda la novela moderna, porque muestra la diversidad de la vida. Una buena novela es un antídoto contra los estereotipos»
Si preguntamos por la calle igual nos sorprendemos de que muchos no se hayan leído ‘El Quijote’ en su vida. ¿Qué ha pasado?
Lo que pasa es que leer una obra literaria es una cosa mucho más sofisticada de lo que parece. Cuando lees, estás poniendo mucho más de ti en el libro de lo que tú crees. Tú no eres el espectador de un concierto, eres el interpretante. Al leer estás tocando una partitura. Todos nosotros tenemos procesos de aprendizaje y vamos de lo más simple a lo más complejo. Necesitamos que nos ayuden a mirar. El proceso de llegar a las grandes obras literarias es gradual, tiene que estar muy cuidado y el lector, acompañado.
¿Cómo se siente más libre, escribiendo o leyendo?
La libertad hay que ejercerla en cada momento de la vida. Leyendo y escribiendo y procurando no hacer daño ni dejar una huella tóxica en el mundo.
Dice en su libro que ‘El Quijote’ es la gran enciclopedia del mundo. ¿Qué contiene?
Gente. Si te fijas, toda la novela, las dos partes, tiene la misma estructura que es que va por el camino y va encontrando cosas. Es como el esquema de la vida. Tú vas por un camino y vas encontrándote gente, peripecias y, si prestas un poco de atención, te encuentras con todas las facetas de la experiencia humana. Te levantas por la mañana y ¿cuántos mundos atraviesas, con cuánta gente te encuentras? Te das cuenta de la variedad de gentes. Cada persona tiene su propia vida, su dignidad. No es una cuestión jerárquica. Los poemas épicos tratan, sobre todo, de los héroes, de príncipes. ‘Don Quijote’ trata de gente del campo, gente que no tiene lugar en la literatura, gente trabajadora, prostitutas, arrieros, un morisco que ha vuelto a España en secreto, gente que se ha enamorado, que se ha perdido, ladrones. Siempre se dice que ‘Don Quijote’ funda la novela moderna. La funda en el sentido en el que muestra la riqueza, la diversidad de la vida y el valor de cada individuo concreto. Es decir, una buena novela es un antídoto contra los estereotipos.
¿Cómo escribiría Cervantes hoy ‘Don Quijote’ en tiempos de salud mental?
Cervantes siempre prestó mucha atención a la salud mental, tanto en ‘Don Quijote’ como en ‘Las novelas ejemplares’, entre otros. La fuerza que tiene el personaje no es que sea un loco idealista, sino que es muy sensato en casi todo y un completo insensato en unas pocas cosas. Todos nosotros tenemos zonas en las que somos completamente juiciosos y, de pronto, tenemos un trastorno biológico, ya sea por motivos políticos, amorosos o religiosos. Esa es la fuerza, a mi juicio, que tiene ese personaje. Está retratando un elemento fundamental de la mente humana, que es esa capacidad de alternar la lucidez con la ceguera.
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