El cuarto pasajero del Peugeot donde viajaban Cerdán, Ábalos y Koldo –junto con la negra sombra de la corrupción que perseguirá a este Gobierno hasta el final de sus días– ha admitido que si se resiste a convocar elecciones es para no perderlas y que las gane la oposición. Debe de ser el primer político en una democracia abiertamente negacionista frente a la posibilidad de alternancia. Pero recordemos que se trata de Pedro Sánchez, el mismo que dijo que gobernaría sin contar con el Parlamento si ello fuera necesario, como realmente está sucediendo dada su propensión a los decretos y a lo poco que le gusta responder ante el Congreso. Ha intentado retrasar su comparecencia para explicarse sobre el informe de la UCO que señala como corruptos a los dos últimos secretarios del PSOE, capataces suyos e investigados por tejer una red de mordidas en la obra pública.
El miedo por lo que pueda aparecer en adelante es paralizador, Sánchez ni dimite ni convoca elecciones, tampoco está dispuesto a someterse a la cuestión de confianza que le piden algunos de sus socios, probablemente más para disimular que por otras razones. Sus grandes medidas contra la corrupción son pura cosmética como el maquillaje del pasado jueves: auditoría externa del partido y una comisión de investigación en el Congreso cuando ya es la Justicia la que está investigando el «caso Koldo», que ha pasado a ser el «caso PSOE».
Miente incluso cuando dice que lo eligió una mayoría de ciudadanos. No es cierto, salió investido, a cambio de lo que ya sabemos, por una mayoría parlamentaria que en estos momentos solo le sirve para mantenerse en el Gobierno como demuestra que en la legislatura no haya podido siquiera aprobar unos presupuestos.
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