Las calles de Irlanda del Norte han sido escenario en la última semana disturbios callejeros que revivieron capítulos de un pasado de violencia que parecía casi olvidado. La espita que desencadenó las algaradas fue la agresión sexual a una joven, por la que fueron detenidos dos menores de origen rumano. Escudados en su misión autoimpuesta de «proteger a las mujeres y niñas» de la localidad, agitadores enmascarados tomaron las calles en busca de inmigrantes a los que destrozar sus casas y pertenencias. Familias filipinas, ucranianas, búlgaras y de diversas procedencias vieron sus coches calcinados, sus ventanas apedreadas, y sus portales señalados con carteles como «aquí vive un filipino». Muchas de ellas, en aras de evitar ataques, colocaron ‘union flags’ (bandera del Reino Unido) en la entrada de sus hogares.
Las revueltas, que comenzaron en Ballymena, se extendieron más tarde a ciudades como Coledine, Portadown e incluso a barrios del norte de Belfast. Más de 60 policías resultaron heridos y fueron detenidos 15 agitadores.
Una vez más, la población norirlandesa ve cómo sus ciudades son escenario de violencia y división, aunque esta vez, el racismo se ha abierto paso entre el nacionalismo y la religión.
Los causantes de los disturbios «están tratando de instrumentalizar la violencia machista para justificar sus ansias racistas y xenófobas«, explica a EL PERIÓDICO Ivanka Antova, portavoz de las plataformas antirracistas de izquierda que organizaron el pasado sábado una marcha en Belfast en contra de los ataques. «Nos culpan a los migrantes de problemas socioeconómicos que los políticos no han sabido resolver, y que además nosotros también sufrimos», lamenta Antova, inmigrante ucraniana que lleva más de 17 años en el país.
Irlanda del Norte es la región más empobrecida del Reino Unido, y el problema de acceso a la vivienda, la falta de trabajo o el desmantelamiento de los servicios públicos son algunos de los principales problemas ahora mismo.
«Son episodios que lamentablemente estamos viendo en muchos otros países (…). Lo que ha pasado estos días solo se puede describir como racismo», declara, por su parte, Patrick Corrigan, director de Amnistía Internacional en Irlanda del Norte.
Portadown, el último escenario
El recelo al extranjero se siente en las calles de Portadown, una ciudad de 22.000 habitantes a 33 kilómetros de Belfast y escenario también de altercados racistas. El pasado sábado, esta localidad acogió una de las marchas preparatorias del Twelfth, la manifestación que cada 12 de julio conmemora la victoria de los protestantes frente a los católicos en Irlanda del Norte. Los unionistas se reúnen frente al Orange Hall, edificio nombrado en honor al líder de la Revolución Gloriosa, Guillermo de Orange.
Robert se dirige con paso ágil a la marcha mientras sostiene su corbata naranja en la mano; con las prisas no le ha dado tiempo a ponérsela. «Siento que vienen, cogen nuestro dinero y viven mejor que nosotros», dice, antes de añadir: «Además, nuestros políticos se lo permiten». Por uno de los portales cercanos al Orange Hall se asoma Billy, jubilado de 75 años que lamenta ser «el único blanco» de su calle. «Son gente que viene de países conflictivos, vienen a delinquir«, señala a EL PERIÓDICO. Estas afirmaciones contrastan con los datos oficiales: la inmigración ha aumentado gradualmente en Irlanda del Norte en la última década, mientras que la tasa de delincuencia ha disminuido significativamente de 81,4 delitos por cada 1.000 habitantes en 2002-2003 a 58,3 en 2023-2024.
El marido de Christine es uno de los músicos de la marcha, lleva más de hora y media bajo la lluvia buscándole entre la multitud, y entre tiritonas, rechaza por completo lo ocurrido en sus calles durante los últimos días. «Trabajo en un negocio de cara al público, y todos los migrantes con los que trato son encantadores», declara mientras se limpia las lentes de las gafas.
La marcha termina, y contra todo pronóstico, el silencio vuelve a reinar en las calles de Portadown. Cerca de la estación de tren, Abdullah regenta un kebab. «Conozco a los de los disturbios, son clientes míos», asegura. Irlanda del Norte vivió el sábado su primera noche de tranquilidad de la última semana, pero lejos de ver el final, la violencia contra los migrantes vive ahora uno de sus momentos más álgidos de los últimos años.
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