Admiro a la Guardia Civil desde niño. Desde que el cuartel de la Benemérita de mi pueblo abría sus puertas de par en par el día del Pilar e invitada a los vecinos a limonada. Aquel día, el cabo Abdón, siempre serio, podría decirse que incluso áspero, rompía filas de su aire circunspecto y se permitían de gala, el desliz de una sonrisa.
Nunca olvidaré una portada de ABC semanas después de las terribles inundaciones que asolaron el País Vasco en el verano de 1983. A toda plana, el periódico conservador titulaba, después del enésimo atentado, “Han matado a este Guardia Civil”. A toda plana aparecía una viñeta de Mingote en la que se veía a un miembro de la Benemérita cargando a hombros con una víctima de la riada. Eran los años del plomo, de la emboscada, del tiro en la nuca y aun así, los agentes tuvieron un comportamiento ejemplar, más allá de lo exigible a un servidor público.
Tengo amigos guardias civiles e incluso vinculaciones familiares con agentes, lo cual da pie a defender a un cuerpo de seguridad por lo general íntegro e intachable. Y a aplaudir la labor de la Unidad Central Operativa, denostada con saña por aquellos a quienes persigue. La “UCO patrótica”, dicen sus detractores, para tacharla de conspiradora y golpista. Mejor decir patriota, porque defiende los valores constitucionales frente a quienes pervierten y mancillan, desde el ámbito de la política, los hábitos de la virtud democrática.
Y que se preparen algunos, que si la UCO ha sido solvente en destapar la trama corrupta de Cerdán, Koldo y Ábalos, también los será en “desnudar” a otros malhechores, sea un fiscal general o la mujer y el hermano de quien sea.
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