Ridley Scott no habría encontrado mejor argumento para una película de terror claustrofóbico que las correrías por carreteras de España de cuatro tipos a bordo de un Peugeot, abducidos por el ansia de poder, uno, y por las ganas de trincar pasta a manos llenas de los otros tres con cargo a obras públicas. O de organizar dos de ellos, los más rumbosos, jaranas y orgías en paradores nacionales, ligeros de paños menores.
En el destartalado vehículo que conducía Koldo con “Jose” Ábalos de copiloto, se debió colar en algún momento imprevisto un patógeno que pervirtió la voluntad de estos personajes de entre tragedia griega y opereta, de tal modo que algunos comenzaron a enriquecerse a cuenta del virus de las mascarillas. No satisfechos con la mordida pandémica, se convirtieron en voraces comisionistas para favorecer a determinadas empresas en adjudicaciones de obras ministeriales. Al menos tres de ellos participaron, según la UCO, en el reparto. En el asiento de atrás dirigía la trama Santos Cerdán, el truhan discreto.
Falta por determinar el papel en el guion del cuarto pasajero, el que derramó días atrás lágrimas de cocodrilo asegurando que desconocía los tejemanejes de su tripulación, elegida por él mismo a dedo. Queda mucha conversación por escuchar, señor presidente en hibernación. Permanezcan atentos a las pantallas de sus móviles, que se avecinan nuevas entregas.
Reconozcamos que este PSOE de Sánchez es un partido de otra galaxia, en permanente guerra bacteriológica, a años luz de lo que fueron esas siglas en tiempos no tan lejanos.
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