Muere Fernando Lázaro, el periodista que destapó el ‘caso Faisán’ y publicó la foto que mostró a España el horror de la Covid

Que el periodista de El Mundo Fernando Lázaro (Logroño, 15 de abril de 1966-Madrid, 14 de junio de 2025) fue uno de los más destacados periodistas de investigación de la reciente historia de España no admite duda. En las hemerotecas están las exclusivas que lo demuestran. Del caso del bar Faisán, donde las fuerzas de seguridad advirtieron a una red de extorsión de ETA de una inminente redada, a la foto que acabaría por ser la espantosa representación de la pandemia. Lázaro, aunque no le gustaba hablar de ello, fue quien consiguió la foto de los féretros acumulados en la pista de patinaje del Palacio de Hielo de Madrid.

Quienes lo conocimos sabemos que, además de todo eso, que no es poca cosa, Fernando Lázaro era una excelente persona y un compañero generoso hasta extremos insospechados. Que, gracias a un carácter envidiable -siempre alegre, siempre jovial, siempre dispuesto a echar unas risas-, incluso ante las situaciones más adversas.

Y vaya si tuvo que enfrentarse a situaciones adversas. La principal, su enfermedad, con la que llevaba peleando desde un día del año 1999 en que fue diagnosticado de Linfoma MALT. El diagnóstico fueron un puñado de palabras técnicas, que inmediatamente asimiló con cáncer, pero, según dijo, “No puedo perder el positivismo vital que es el que me va a venir bien, por mí y por mi entorno. Hay que dar muchos pedales todavía”.

En Diario 16 se ganó la confianza de los empleados del taller, a quienes acompañaba indefectiblemente hasta que la rotativa empezaba a funcionar

Los dio. “Desde el principio, las cartas boca arriba -explicaba su reacción años después- . El médico dijo: este es el panorama. Dije fenomenal. Yo a lo que me dedico es al periodismo. Lo que quiero es claridad”. Lázaro siempre tuvo palabras de agradecimiento para el equipo médico que lo atendió: el Servicio de Hematología-Hemoterapia del Hospital Ramón y Cajal.

Con empeño, ganó todavía muchos años -siempre pocos- a la muerte. Trasplantes, medicaciones agresivas, discapacitantes, no pudieron con su fortaleza. Todavía habría de firmar muchas crónicas, de acudir a muchas tertulias -”mis amigos de Es Radio”, Telemadrid, TVE, RNE- y de recibir numerosos reconocimientos por su trabajo de las más diversas instituciones, cuyos nombres lo dicen todo: Dignidad y Justicia, Fundación Jiménez-Becerril, Voces contra el Terrorismo, Fundación de la Policía, Fundación Víctimas del Terrorismo o la Conferencia Episcopal con el galardón Bravo por la imagen de los ataudes de la Covid en el Palacio de Hielo.

Conocí a Fernando -me es inevitable recurrir a la primera persona- en Diario 16, donde trabajó como redactor de noche. Ya allí, encargado del cierre y pese a su juventud, dio muestras de su expansiva y cautivadora forma de ser –”un riojano en Madrid”, como se definía- y se ganó la confianza de los empleados del taller, a quienes acompañaba indefectiblemente hasta que la rotativa empezaba a funcionar.

En el verano del 89, cuando había ido a la Universidad de Navarra en busca de nuevos talentos para El Mundo, Fernando me abordó en el bar de la Facultad. Charlamos, me dijo que le entusiasmaba el nuevo proyecto, así que de inmediato le abrí un hueco en la lista que ya tenía cerrada con otros estudiantes. No ha habido encuentro posterior con Fernando que no me haya recordado ese encuentro: “Jefe, eso me cambió la vida”. No sólo en lo profesional, sino también en lo personal, ya que allí conoció a la compañera que iba a ser su mujer y la madre de sus hijas.

Su firma se repitió una y otra vez en la portada de El Mundo. Hasta el punto de ser una referencia para los jóvenes aspirantes a periodistas

Se incorporó a la sección de Nacional de El Mundo. Era el más joven en un equipo de profesionales reconocidos -expertos consolidados en periodismo parlamentario, en Relaciones Exteriores, en Casa Real,…-, lo que en absoluto le arredró. Pronto se abrió un hueco en Seguridad, Defensa y Terrorismo. Con su carácter, no le fue difícil conseguir fuentes allá donde indagaba, ya fueran las Fuerzas Armadas, las de Seguridad o los Tribunales. Tras las fuentes, llegaron las exclusivas, incontables exclusivas. Porque Lázaro era lo que se llamaba entonces un periodista de raza, de visión y de olfato agudos para ver y oler dónde se escondía la noticia.

Su firma se repitió una y otra vez en la portada de El Mundo. Hasta el punto de llegar a ser una referencia para los jóvenes aspirantes a periodistas, a los que contagió su pasión por la profesión en sus clases en los Máster de Periodismo e Investigación de su periódico o en el máster sobre Liderazgo y Valores del CEU San Pablo.

Quizá la exclusiva que más notoriedad le dio fue del llamado caso del bar Faisán, en la que estuvo trabajando durante meses y meses, hasta que consiguió, en marzo del 2011, el documento incautado que confirmaba todas las sospechas. Se trataba de un acta de una reunión de negociación del Gobierno con la banda, en la que se recogía que el “chivatazo” había sido una decisión política y que desde el gobierno se trató de evitar las detenciones.

No hay asunto de terrorismo destapado por El Mundo en el que no estuviera implicado, de una forma u otra, Fernando Lázaro. Pero no sólo. A él se deben también exclusivas sobre la evasión de capitales de los Pujol a Andorra o las imágenes de la vicepresidente venezolana Delcy Rodríguez en Barajas.

Pese a la maldita enfermedad, nunca dejó de estar pendiente de la actualidad. Estuvo publicando en el periódico hasta el pasado mes de febrero y en las redes hasta hace apenas unos días. Deja un hueco enorme en un momento en que el periodismo de investigación, su periodismo, se ha vuelto a manifestar como imprescindible.

Fernando Lázaro había cumplido 59 años el pasado mes de abril.

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