Pedro Sánchez llegó a la secretaría general del PSOE con la promesa de renovarlo, empoderar a sus militantes y abrirlo a la sociedad. Y a la presidencia del Gobierno con la de regenerar la política, desterrar la corrupción y sosegar este país y volver a unirlo después de la divisón que introdujo el “procés” catalán. Siete años después, el PSOE está agostado, sus referentes liquidados y la militancia es utilizada como carne de cañón para linchar al disidente.
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