Las plataformas necesitan ideas para alimentar al monstruo

«Cada vez más interesadas en la literatura», las plataformas de streaming viven, según Guillermo Arriaga, «a un ritmo vertiginoso». Y ese ritmo las obliga a buscar historias fuera de sus propios márgenes creativos: «Tienen que llenar horas y horas de programación y es imposible generar ideas sin parar. Por eso recurren a libros u otras películas». El guionista de Amores perros y Babel sabe de lo que habla: ha sido parte del engranaje audiovisual durante años, pero se ha volcado en la escritura, sobre todo después de ganar el Alfaguara de Novela en 2020 con Salvar el fuego. Ahora presenta El Hombre (Alfaguara), una novela que, dice, solo podía tomar forma en la literatura.

El libro, extenso y polifónico, gira en torno a Henry Lloyd, un personaje brutal y contradictorio que, en la frontera entre México y Estados Unidos a mediados del siglo XIX, construye un imperio con la ayuda de un ejército de esclavos libertos y dos hijos mulatos. Seis voces narrativas, situadas en distintos momentos históricos, reconstruyen su figura. «Pensé en hacer una película, pero la historia tomó otra dirección. Era demasiado compleja. Requería estructura literaria, profundidad del lenguaje, puntos de vista diferentes… hasta signos de puntuación distintos para cada narrador», ha explicado el escritor estos días en entrevistas a Europa Press y Efe

Arriaga vuelve así a sus obsesiones: la violencia, el poder, la identidad, el destino colectivo. Y, por encima de todo, la ambigüedad moral. «A mí lo que más me interesa es la naturaleza humana y sus paradojas. Lloyd es despiadado, invade tierras, asesina… pero también es un padre y esposo amoroso. Y aunque es capataz de esclavos, no los tortura». A Arriaga le atraen «los grises», afirma, aunque a menudo estén más cerca del horror que de la virtud.

Un país y su frontera

La novela, que abre con el asesinato de un muchacho a manos de otro, traza un mapa de la violencia fundacional sobre la que se erige Estados Unidos. Los enfrentamientos con los pueblos apaches, la pérdida del territorio mexicano, el patriarcado o los amores imposibles conviven en una narración que, sin embargo, rehúye la épica. Arriaga habla más bien de legado maldito y de brutalidad como combustible del progreso.

Ese paisaje es, además, geográficamente reconocible: la frontera. «Es una obsesión para mí desde hace años», ha asegurado estos días el autor, que conoce bien el terreno. «Cuando cruzas a pie, cambia por completo la perspectiva que tienes de los dos países. Es muy curioso ese mundo fronterizo: el 95% de las personas hablan español. Parece México, aunque estés en EEUU«.

A propósito de los límites, Arriaga niega que la frontera actual vuelva a modificarse, ni siquiera bajo un hipotético nuevo mandato de Trump. «No quiere cucarachas», dice con sorna. «Cuando Estados Unidos se quedó con Texas y Nuevo México, pensaron en quedarse todo México. Pero no lo hicieron porque estaba lleno de mexicanos, y eso no les interesaba. En cambio, Canadá sí les interesa: ahí hay blancos».

México y la ambigüedad

En la conversación aparece también el narcotráfico. Arriaga rechaza que México sea, sin matices, un país violento. «Cuando me lo dicen en Alemania, les recuerdo que allí hubo una matanza de treinta millones de personas [sic]. Nosotros estamos poniendo los muertos y los países del primer mundo están poniendo la diversión: se meten cocaína y heroína, y disfrutan. Ahora, con el fentanilo, que los mata, sí se convirtió en un problema para ellos».

Sobre el pasado colonial, se muestra escéptico ante la exigencia de disculpas: «Hay sectores en México que se sienten lastimados, es indudable. Pero no creo que España tenga que pedir perdón. México creció de muchas raíces. La historia es así».

Es, en el fondo, la misma tensión que recorre su escritura: ninguna historia es del todo lineal, ningún personaje del todo puro o perverso. «Cuando escribo no tengo muy claro por dónde irá todo. Dejo que la trama crezca por sí misma». En El Hombre, incluso los pasajes sin puntuación están trabajados como una filigrana para crear lo que él llama una «puntuación mental».

A diferencia del guion, donde todo es visual y externo, la novela permite explorar lo más opaco: la conciencia, la contradicción, el deseo. Y en tiempos de plataformas hambrientas, eso sigue siendo insustituible.

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