Un informe de la OCDE revela que la clave para revertir la crisis climática podría estar en la transformación radical de la economía oceánica: descarbonizar la pesca y el transporte, expandir las energías renovables marinas y restaurar hábitats costeros son estrategias capaces de reducir hasta un 35% la brecha global de emisiones.
En los pasillos de la Cumbre de los Océanos que se desarrolla estos días en Niza, el nexo entre océano y clima emerge como el eje central de la agenda internacional. Este vínculo, que durante décadas fue subestimado, hoy se revela como uno de los pilares imprescindibles para la estabilidad del planeta y el bienestar de la humanidad. Un nuevo informe de la OCDE arroja luz sobre la compleja relación entre el océano y el clima, y sobre cómo la economía oceánica puede ser tanto víctima como agente de cambio en la lucha climática.
El océano no es solo un vasto depósito de agua salada: es el mayor regulador climático de la Tierra. Genera la mitad del oxígeno que respiramos, absorbe cerca del 90% del exceso de calor causado por el cambio climático y retira de la atmósfera aproximadamente un tercio del CO₂ emitido por las actividades humanas.
Ecosistemas como los manglares, las praderas marinas y los arrecifes de coral actúan como sumideros de carbono de una eficacia inigualable, almacenando carbono a tasas muy superiores a las de los bosques terrestres. Sin embargo, este papel amortiguador está en peligro: el aumento de las temperaturas, la acidificación y la subida del nivel del mar están dañando los ecosistemas marinos y reduciendo la capacidad del océano para regular el clima, creando un círculo vicioso que acelera el calentamiento global.
Economía azul alterada
El cambio climático ya está alterando la salud del océano y, con ello, la de la economía azul, destaca la OCDE. La pesca, la acuicultura, el turismo y el transporte marítimo, pilares de la economía de países como Portugal, se ven amenazados por la disminución de la biodiversidad, la pérdida de hábitats y la mayor frecuencia de fenómenos extremos. Las proyecciones son alarmantes: si la temperatura media del océano sigue aumentando, más del 90% de los arrecifes de coral podrían desaparecer antes de fin de siglo, y hasta el 60% de los ecosistemas marinos ya muestran signos de degradación o uso insostenible.
Pero la economía oceánica no solo es víctima; también es parte del problema. Sectores como el transporte marítimo, la pesca industrial y el turismo costero contribuyen de forma significativa a las emisiones globales de gases de efecto invernadero. El transporte marítimo, por sí solo, representa alrededor del 3% de las emisiones mundiales de CO₂. La sobrepesca y las prácticas no sostenibles, además de agotar los recursos, agravan la vulnerabilidad de los ecosistemas ante el cambio climático.
Frente a este panorama, el informe de la OCDE señala que la economía oceánica puede y debe transformarse en un motor de soluciones climáticas. La descarbonización de la pesca y el transporte, el impulso a las energías renovables marinas —como la eólica y la undimotriz—, y la restauración de hábitats marinos mediante soluciones basadas en la naturaleza, son estrategias clave para reducir emisiones y reforzar la resiliencia del océano. Se estima que, si se implementan a gran escala, las soluciones oceánicas podrían contribuir a cerrar hasta un 35% de la brecha global de emisiones para 2050.
Referencia
The ocean economy and climate change nexus. The case of Portugal. Kristína Feiková et al. OCDE 2025.
Portugal, un referente
El caso de Portugal ilustra tanto los desafíos como las oportunidades de este tránsito, destaca la OCDE. Con una economía fuertemente vinculada al mar, el país ha apostado por una estrategia nacional que integra la protección de los ecosistemas, la expansión de áreas marinas protegidas —como la reciente creación de la mayor reserva del Atlántico Norte en las Azores— y la promoción de la innovación y la gobernanza participativa. Portugal también lidera en la planificación espacial marina, integrando usos como la acuicultura y la energía renovable, y en la movilización de financiación innovadora para proyectos sostenibles, como los bonos azules.
Sin embargo, el informe advierte que la gobernanza sigue fragmentada y que la financiación privada para actividades sostenibles es insuficiente. Para que la economía azul sea realmente un aliado en la lucha climática, es imprescindible fortalecer la cooperación internacional, mejorar la coherencia de las políticas y movilizar recursos públicos y privados a gran escala.
Oportunidad histórica
La Cumbre de Niza representa, así, una oportunidad histórica para situar el nexo océano-clima en el centro de la política global y avanzar hacia una economía oceánica que, lejos de ser un lastre, se convierta en el gran motor de la resiliencia planetaria.
El futuro del clima y el océano está entrelazado. Proteger el océano es proteger el clima, y viceversa. La ciencia y la política convergen en una conclusión ineludible: solo una economía oceánica sostenible permitirá garantizar la salud del planeta y la prosperidad de las generaciones futuras. Aunque esta constación solo quede en el papel mojado.