La Muela se ha consolidado en los últimos años como uno de los municipios más pujantes de Aragón, dejando atrás la negativa reputación que en su día generaron los casos de corrupción. Situada en el primer tramo de la ruta de Zaragoza hacia Madrid, la localidad encuentra en el polígono Centrovía su principal motor económico, con numerosos proyectos e inversiones empujados en parte por su proximidad a Plaza. Sin embargo, en las calles de esta zona industrial y logística aún se pueden apreciar huellas de un pasado controvertido, siendo el edificio Aranade un paradigma de ello.
El inmueble abrió sus puertas en octubre de 2007, un año antes del estallido de la burbuja del ladrillo, que a Aragón llegó con retardo por el efecto de la Expo de Zaragoza. Con tres plantas y 3.000 metros cuadrados de superficie, la inversión en este bloque de oficinas alcanzó los 7 millones de euros.
Era el buque insignia de la promotora Aragón Navarra de Gestión (Aranade), artífice del desarrollo urbanístico de Centrovía y de buena parte de las infraestructuras faraónicas que se construyeron en el municipio en los tiempos de la alcaldesa María Victoria Pinilla.
En su puesta de largo participaron entonces primeras espadas de la política autonómica de por aquel entonces, como el entonces vicepresidente del Gobierno autonómico José Ángel Biel. Se respiraba optimismo con el lanzamiento de un polígono estratégicamente ubicado que realzaba la posición logística de Aragón en el mapa nacional. Pero bajo el cemento ya se intuían grietas.
La Operación Molinos: La Muela ante el espejo
Solo año y medio después, en marzo de 2009, el edificio Aranade era registrado por agentes de la Policía Nacional y de la Agencia Tributaria. Aquella mañana estallaba la Operación Molinos, uno de los mayores escándalos de corrupción urbanística en la historia reciente de Aragón.
En el centro del caso estaban Julián de Miguel, gerente de Aranade y brazo ejecutor de un sistema opaco de adjudicaciones directas, comisiones infladas y favores institucionales. Según la investigación, su empresa llegó a cobrar hasta un 10 % en concepto de “gestión” por cada obra pública encargada por el Ayuntamiento de La Muela. Entre los proyectos figuraban instalaciones deportivas, un auditorio, la plaza de toros o el propio desarrollo de Centrovía.
De Miguel no solo amasó poder. Según el sumario, también hizo regalos a la alcaldesa Pinilla: coches de alta gama, pisos, caballos. Todo a cambio, supuestamente, de la paz institucional que permitía operar sin controles. Ambos fueron detenidos y pasaron por el banquillo.
Un polígono que aprendió a olvidar
Más de quince años después, Centrovía ha logrado algo que parecía improbable: sobrevivir a su propio pecado original. El polígono, repartido en cinco fases y con más de 430 hectáreas urbanizadas, está comercializado en un 90%. Acoge a más de 200 empresas del sector logístico, agroalimentario o tecnológico, entre otros, que dan emplea a unas 5.000 personas.
El renacer del enclave ha sido patente en los últimos años, con el desembarco de nuevas empresas y grandes proyectos en desarrollo. Entre ellos, el de Microsoft, que eligió este emplazamiento para instalar uno de los tres centros de datos que quiere desplegar en Aragón, para el que ha comprado 85 hectáreas. También Amazon apostó por Centrovía, donde levantó una planta logística de 35.000 m² que no llegó a abrir y para la que ahora busca un nuevo inquilino.
La guinda de esta reactivación la está poniendo la promotora inmobiliaria aragonesa Kyrene, que impulsa grandes operaciones logísticas con los suelos y activos deteriorados o en desuso que ha adquirido, entre ellos el edificio Aranade. Es un símbolo de las luces y sombras del pasado. Su destino todavía está por decidir. Podría enfrentarse a la demolición o ser objeto de una profunda reforma que le devuelva su esplendor.
De momento, el inmueble que da nombre a la controvertida promotora permanece en pie. La fachada, con su diseño de líneas modernas, está actualmente marcada por grafitis y signos de abandono, un vestigio ruinoso que es a la vez icono de los desmanes inmobiliarios de principios de siglo XXI. Sin embargo, su imagen decadente contrasta con el dinamismo que hoy define a Centrovía, donde hoy se habla en otro idioma: el del desarrollo, el empleo y la necesidad de mirar hacia adelante.