-¿Qué significa para ti ser una de los premios Jaume I de este año?
Recibir el Premio Rei Jaume I es un auténtico honor. Llega de la mano de una fundación de referencia para la comunidad científica y cuenta con el aval de universidades, empresas y asociaciones empresariales, además de un jurado internacional de máximo nivel en el que figuran varios premios Nobel. Referentes en mi campo que ya lo poseen lo hacen también mucho más especial. Científicos que además me han apoyado en este camino. Que ese reconocimiento me lo concedan, además, en mi propia tierra lo convierte en algo sencillamente extraordinario.
Más que un galardón, es un impulso que me anima a seguir avanzando en lo que me apasiona: ampliar las terapias y las herramientas de diagnóstico basadas en nanomedicina para enfermedades que aún carecen de soluciones claras, desde tumores metastásicos hasta patologías neurodegenerativas.
Pero el premio no es solo mío. Reconoce el esfuerzo de un equipo que lleva años trabajando con un nivel de exigencia muy alto, enriquecido por la colaboración de colegas, amigos y numerosas entidades que han confiado en nosotros —financiadores nacionales e internacionales, organismos académicos, empresas e instituciones públicas y privadas—. Ese apoyo merece ser devuelto a la ciudadanía con resultados que mejoren de verdad la salud de las personas.
– ¿Y qué supone compartir galardón con otras tres mujeres?
Es un hito: cuatro de los siete Rei Jaume I de 2025 somos mujeres y eso normaliza, por fin, el liderazgo científico femenino. Compartir escenario con referentes como Núria López-Bigas, Silvia de San José y Victoria Reyes García ofrece a muchas niñas un espejo donde mirarse y confirma que la excelencia no tiene género. Que todos los niñ@s/adolescentes pueden llegar donde quieran hacerlo independientemente de su género, no merece la pena ponerse límites sólo luchar por tus sueños.
Es un cambio que se está produciendo, llegando a ser una realidad, ya lo noté en las jornadas Women Lead: Shaking Science, en las que participé como investigadora Futura. Cuando te rodea tanto talento femenino, se multiplican las redes y la ambición colectiva. Este premio proyecta esa misma foto, pero ampliada a toda la sociedad. Pero tenemos que seguir educando, por ese motivo ser considerada una referente junto con otras mujeres que lo han sido para mí, me enorgullece muchísimo.
-En la actualidad, aproximadamente el 40% de las personas que se dedican profesionalmente a la investigación y la ciencia son mujeres, por lo que todavía queda una brecha de género para poder alcanzar la paridad en este sector. ¿Qué se puede hacer desde las administraciones para incentivar que más niñas y jóvenes se decanten por ser científicas?
Todas y todos podemos y debemos ofrecerles referentes a las nuevas generaciones de científicas, debemos mostrarles el camino y que puedan visualizar un amplio abanico de opciones para ellas. Vamos avanzando. Afortunadamente, hay muchos programas e iniciativas de las diferentes administraciones para promover la igualdad en ciencia pero no podemos bajar la guardia y tampoco podemos hacer marcha atrás. Y para que así sea tenemos que seguir trabajando para romper techos de cristal, para que las mujeres estén representadas en paneles de expertos y órganos de toma de decisiones.
-¿Cómo, cuándo y por qué se despertó en ti esa vocación como investigadora?
Desde niña fui una niña muy curiosa que mezclaba todo lo que encontraba para ver “qué pasa si…”. En el instituto me enamoré de las fórmulas químicas y decidí que quería investigar de verdad, así que estudié Química orgánica y, después, Química de Materiales con especialidad en catálisis en la Univ Jaume I (UJI) donde hice mi doctorado: me fascinaba cómo el reactivo adecuado puede cambiarlo todo. Pero mi rumbo se redefinió cuando mi padre, aún joven, enfermó de cáncer. Entonces entendí que la química, que mis materiales, debían servir para algo más que satisfacer mi curiosidad: debía ayudar a los pacientes. Por eso trasladé lo aprendido en la UJI, y en mis estancias durante la tesis en la Universidad de California, Berkeley a la biomedicina. Hice un postdoctorado con la profesora Ruth Duncan, pionera en polímeros terapéuticos, a la que considero mi madre científica, y me fascinó, por lo que continuo en este campo que me apasiona, con siempre al menos un proyecto de investigación en cáncer de próstata, la enfermedad que había tocado a mi familia. En esencia, la curiosidad me llevó a la ciencia y la vida me empujó a convertirla en una herramienta para mejorar los tratamientos oncológicos; sigo “mezclando cosas”, pero ahora con la vista puesta en ofrecer respuestas a los pacientes.
-Como vila-realense ‘de soca’, ¿cómo ves la situación de la ciencia en tu ciudad y en el resto de la Comunitat Valenciana y en España, respecto a otros países de Europa o del mundo?
España es, sin duda, una cantera de líderes científicos de impacto internacional, y la Comunitat Valenciana se está poniendo a la altura. València acaba de situarse —junto a Madrid y Barcelona— en los mapas europeos de ecosistemas innovadores gracias a un tejido biotech y digital que crece a gran velocidad. Ese salto se apoya en la Agència Valenciana de la Innovació (AVI) —hoy integrada en IVACE+i— y en programas como GenT o ValER, que atraen talento y aceleran la transferencia tecnológica siguiendo modelos de éxito como ICREA (Cataluña) o Ikerbasque (País Vasco). Así como los programas nacionales de ATRAE con capacidad de traer de vuelta investigadores de excelencia a nuestras instituciones.
El empuje emprendedor también ha sido clave. Un ejemplo es Curapath: nació como spin-off PTS en nuestro laboratorio del CIPF y, con el impulso inicial de Damià Tormo (Premio Jaume I 2025) y la financiación de Columbus VP, ha pasado a ser una referencia mundial en fabricación de nanofármacos GMP. Desde su adquisición por el fondo americano Arcline en 2021, emplea a más de cien profesionales —muchos formados en nuestro grupo— repartidos entre Paterna y Boston. Hay varios casos de éxito ya en la Comunitat y seguro habrá muchos más.
En Vila-real, la Cátedra de Cerámica e Innovación de la UJI demuestra cómo la alianza universidad-empresa dinamiza un sector; urge replicar esa fórmula en biomedicina. Castellón ya cuenta con hospitales como La Plana, el General y el Provincial y con una Facultad de Ciencias de la Salud de la UJI cada vez más activa: juntos tienen la masa crítica para impulsar la investigación oncológica traslacional y recortar la distancia con València y Alicante. Hay que apostar por ello desde todos los ámbitos político, institucional, académico, clínico….para hacerlo una realidad.
La Comunitat vive un momento de ebullición: más biotechs, más inversión y mejores puentes entre ciencia y mercado. Haber contribuido —de Vila-real a Boston— a crear empleo cualificado y a colocar València en el mapa europeo de la innovación es un orgullo, y también un aliciente para seguir empujando hasta que el próximo gran avance biomédico nazca aquí.
-El jurado de la Fundación Premios Rei Jaume I te ha concedido el galardón del 2025 en materia de Nuevas Tecnologías. ¿En qué consiste el trabajo que llevas a cabo junto a tu equipo?
Nuestro día a día sucede en el Laboratorio de Polímeros Terapéuticos del CIPF, que fundé en 2006 para explorar una idea sencilla pero muy potente: usar polímeros biodegradables como “LEGO molecular” y construir con ellos nanofármacos a medida. Con esa caja de herramientas diseñamos y producimos terapias avanzadas en los que se incluyen:
- Nanoconjugados polipeptídicos “inteligentes” que llevan varias moléculas (quimio, inmuno o ARN) en la misma partícula, liberándolas donde y cuando hace falta. Esta estrategia, financiada por la ERC (MyNano) la AEI o la Fundación La Caixa entre otros, ha demostrado alargar la supervivencia en modelos de cáncer de avanzado .
- Nanomedinas con tropismo de órgano e incluso orgánulo: desde copolímeros que encuentran la mitocondria dentro de la célula dañada a otros que viajan directo a los ganglios linfáticos para convertirlos en “fábricas” de linfocitos. De aquí sale la vacuna Polymmune, capaz de reactivar la respuesta inmune en melanoma avanzado o en cáncer de páncreas.
- NanoInBrain, nuestra plataforma intranasal que cruza la barrera hemato-encefálica y distribuye biológicos por el cerebro; abre la puerta a tratar Alzheimer y otras enfermedades neurodegenerativas, así como tumores o metástasis cerebrales de una forma no invasiva.
Todo empieza con síntesis de polipéptidos muy controlados, sigue con caracterización fisicoquímica y culmina en modelos animales y, con la capacidad de manufactura de Curapath, con colaboradores clínicos e industria aspiramos siempre a una traslación clínica.
En resumen, combinamos química, biología y medicina traslacional para crear sistemas de transporte dirigido que mejoran la eficacia y reducen los efectos secundarios de la quimio; que actúan como vacunas o vehículos génicos “off-the-shelf”; o que hacen accesibles órganos difíciles como cerebro o mitocondria. Ese enfoque modular y clínicamente orientado es el corazón de nuestro trabajo y la razón por la que el Premio Rei Jaume I reconoce a todo el equipo.
-¿Y en qué se traduce ese trabajo en la mejora de la salud y la calidad de vida de la gente?
Nuestro trabajo ya se ha asomado a la práctica clínica: los nanoportadores polipeptídicos que se producen en Curapath y derivan de nuestras patentes, se administran a pacientes en ensayos clínicos a través de diferentes empresas que requieren de estos nanomateriales para elaborar sus terapias. En otras palabras, el “coche” —el polímero— circula ya en humanos con buena tolerancia y sin la toxicidad hematológica que suele acompañar a los excipientes convencionales.
A la vez, seguimos dando los pasos preclínicos que convertirán ese coche en un sistema completo de terapia dirigida, con una mayor eficiencia y muchos menos efectos secundarios. Nuestra idea es diseñar nanofármacos personalizados entendiendo las características de poblaciones específicas de pacientes e implementando ese conocimiento clínico/biológico en nuestras herramientas químicas.
Nuestros datos preclínicos con algunas de las plataformas en las que estamos trabajando soy muy prometedores y cada avance acerca el objetivo que nos mueve desde el primer día: tratamientos más precisos, menos agresivos y, sobre todo, accesibles para las personas que ahora mismo carecen de alternativas.
-La inversión de las administraciones y grandes empresas en investigación científica, en general y en todos los campos, está muy por detrás de la que se realiza en otros lugares del mundo. ¿Qué se necesitaría hacer para que la sociedad entienda la necesidad de invertir en investigación? ¿Cuál crees que debe ser el papel de las distintas administraciones, en especial las autonómicas y la estatal, que son las que tienen competencias en estos temas?
A veces parece que apostar por la ciencia es apostar por una inversión a largo plazo, pero sin duda merece la pena y el retorno llega. Invertir en ciencia es invertir en una sociedad mejor, más preparada y más próspera. La ciencia avanzará hasta donde queramos en la medida en que la sociedad nos apoye, en este sentido la Fundación Premios Jaume I reivindica la necesidad de invertir y apostar por nuestra ciencia, es encomiable su labor en este sentido.
Para que la sociedad apoye la I+D hay que mostrar, con ejemplos cercanos, que la ciencia devuelve valor tangible: terapias, empleos y tecnología cotidiana. El Estado debe garantizar financiación plurianual, superar el 2 % del PIB en investigación y simplificar la burocracia. Las autonomías han de tejer clústeres locales y ofrecer incentivos fiscales y compra pública innovadora, alineados con la estrategia nacional. Si la administración comparte riesgo mediante créditos y cofinanciación, las empresas invertirán más. Cuando estos resultados se hagan visibles, la ciudadanía comprenderá que la investigación no es un gasto sino una inversión esencial. Sin investigación no hay innovación y por tanto no hay un buen futuro.
-La fuga de investigadores españoles a otros países es una constante desde siempre, pero… ¿qué os mueve a los que ejercéis vuestro trabajo en España a quedaros aquí y, posiblemente, renunciar a unos mayores ingresos económicos?
Salir al extranjero forma parte del ADN de cualquier científico: mis etapas en Reino Unido y en Estados Unidos me dieron técnicas, contactos y una perspectiva que en España, entonces, aún no existía. Pero la idea siempre fue volver. El CIPF me ofreció algo que pocos centros podían dar en aquel momento: dirigir mi propio grupo, montar infraestructuras punteras y convertir la investigación básica en proyectos con vocación clínica. Aquí he podido impulsar patentes, liderar consorcios internacionales y, sobre todo, formar a jóvenes que ahora investigan en hospitales, universidades y biotecs de dentro y fuera del país. Ese efecto multiplicador pesa más que una nómina más abultada.
También importa el entorno. En la Comunitat Valenciana contamos ya con plataformas de secuenciación, salas GMP y redes de hospitales dispuestos a colaborar; necesitamos más impulso institucional para mantenerlas en vanguardia, pero la base existe. Trabajar donde las ideas pueden saltar del laboratorio a la cama del paciente sin cambiar de idioma ni de huso horario añade un valor difícil de medir.
Y luego está la parte más personal: la familia. Tener a los míos cerca, contar con su apoyo logístico y emocional, es lo que me permite encajar jornadas maratonianas y viajes continuos. Sin esa red habría sido imposible llegar hasta aquí. En mi escala de prioridades, construir ciencia de excelencia y, al mismo tiempo, ver crecer a los míos en primera fila vale más que cualquier salario en otra latitud.
-Poco después de ser conocedora de que eras una de las investigadoras premiadas en los Jaume I del 2025, anunciaste que los 100.000 euros de dotación del galardón los reinvertirías en ciencia, en la investigación que se desarrolla en tu equipo … ¿Por qué?
Porque hemos llegado aquí todos juntos y el premio es de todos y tenemos que seguir trabajando todos en lo que más nos gusta, buscando soluciones a patologías que no la tienen a través de la nanomedicina, además de seguir formando a los investigadores y emprendedores del futuro que van a hacer mejorar nuestra sociedad.
-Estás considerada como una de las mejores doctora en química orgánica e inorgánica del mundo, y ahí está tu extensa contribución en artículos internacionales de carácter científico. Con todo, sigues residiendo en tu ciudad, Vila-real, y cuentas con el apoyo total de tu familia. En este sentido, ¿es complicado conciliar tu labor profesional con la familiar? ¿Cuál es tu secreto para combinar a la perfección ambas cosas?
Conciliar laboratorio y vida familiar no es cuestión de magia, sino de una coreografía bien ensayada. Mi “secreto” es un equipo doméstico tan sólido como el del laboratorio, donde mi marido es mi pilar. Él es mi socio al cien por cien para todo, y sobretodo en cualquier emergencia, con la misma precisión con la que yo escribo un proyecto. A su lado, mi madre y mis suegros son refuerzos de lujo; cuando los nenes eran muy pequeñitos —mis dos bichetes, que son lo más importante para mi en esta vida— su ayuda fue clave. Esa red me da la tranquilidad de saber que, si surge algo en el trabajo que no puede esperar, ellos sujetan el otro plato de la balanza.
A partir de ahí, todo se apoya en tres “erres”: resiliencia para aceptar que habrá días imposibles, responsabilidad para priorizar sin culpas y rigor para hacer eficiente cada hora en el laboratorio. Con ese engranaje, la ciencia y la familia no compiten: se complementan y se enriquecen mutuamente.
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