Luis Enrique.
La generación TikTok ya reina en el fútbol europeo. ‘Luis Padrique’, el streamer que fracasó con la Selección Española en Qatar, el primer hombre que dirigió a un equipo desde un andamio (el Celta) y que perdió un combate de pressing catch en EEUU 1994 contra Tassotti; tiene al fin su Champions. Todo ello, pese a poner a Rodri, Balón de Oro, de central, o condenar al descrédito a Mbappé, además de cargar con inquina contra la bienintencionada prensa.
No está mal para el técnico que cometió el pecado de usar Twitch y saltarse los cauces de la comunicación deportiva de frases hechas, reducida a ruedas de prensa tipo test. Aunque bien pensado, lo difícil era ganar una Champions con Messi andando y con Neymar cogiendo festivo para ir al cumpleaños de su hermana. Qué suerte ha tenido el asturiano de contar con un jugador como Dembélé, que llegó al Barça sin saber si era diestro o zurdo. Al que convirtió en un militante de un sindicato ludita capaz de quemar cualquier maquinaria.
Así, cualquiera puede lavarle el cerebro a una plantilla que, claramente, con su insultante descaro juvenil y espíritu colectivo, provocó las algaradas que se prolongaron hasta altas horas de la noche parisina. ¿A quién se le ocurre que un club-estado pueda tener mayor sentido de pertenencia que clubes históricos como el Real Madrid o el Bayern?
Va totalmente en contra de los valores republicanos, que, por supuesto, no le pertenecen a una entidad que ha creado a Desiré Doué, ejemplo para varias generaciones que se han desconectado de las clases gobernantes de su país. Los Luis Enrique de turno son esos líderes que conectan con los jóvenes y, en vez de abrumarlos con horas de sesiones tácticas, les enseñan cuatro conceptos sobre los que construir su personalidad.
Al libre albedrío, militando en un bachillerato de letras donde la literatura se reduce a una charla que les recuerda los deberes, pero que no depende del resultado. ¿Quién puede creerse un fútbol sin títulos? Porque todos coincidiremos en que, de no haber vencido a un Inter trasnochado, que dejó en la lona a otro oligofrénico ejemplo de rebeldía juvenil como el Barça, Luis Enrique seguiría siendo el mismo fracasado que perdió contra Marruecos.
Imagínense lo que eso supuso para la soberanía española. Miles de jóvenes celebrando una victoria contra el país que se lo ha dado y que, como añadidura, les ha permitido a sus padres transmitir su cultura. Hasta el punto de que uno de los mayores talentos generacionales de nuestro tiempo, Lamine Yamal, ha escogido jugar con… España. Bueno, una anécdota, porque esos son los inmigrantes que queremos, los que dan ejemplo, no como Luis Enrique, que, pese a llevar dos años en el PSG, no se comunica en francés.
Aunque bueno, mejor Asturias, cuna de la Reconquista, que ser un afrancesado, ¿no? Ahora todos son amigos del streamer que ganó una Champions. Y los que no, están pagando el hecho de haberle deseado el fracaso desde el día que cambió el Real Madrid por el Barça en un movimiento nada constitucional. Y lo hizo libre, no como Figo, que por lo menos se llevó un buen dinero de su operación. Luis Enrique nunca ha querido quedar bien y eso no puede ser en un deporte donde lo políticamente correcto es palabra de ley.
Por eso, que los ultras del PSG mostrasen un tifo con la imagen de su hija fallecida, Xana, que su padre también llevo en la camiseta de la celebración, siempre va a estar bien. Aunque sean hooligans que homenajeen a un líder que nunca ha hecho pornografía del dolor y que ha aprovechado siempre para poner en valor lo vivido, con una fundación que es referencia en el acompañamiento a niños y jóvenes con enfermedades graves.
Por suerte, algunos valientes han tirado de corporativismo para denunciar el trato que Luis Enrique dispensó a los que durante años se regocijaron en sus derrotas. Un ajuste de cuentas, no como el que harán la próxima vez que tropiece. En vez de ponerse las tertulias radiofónicas para escuchar cómo enmendaban una y otra vez sus planteamientos voces que evidencian que, los que ven mucho fútbol no necesariamente saben del juego. Y mucho menos de sus circunstancias.
A Luis Enrique no le hace falta la ironía, pero la emplea mejor que nadie. Nunca ha necesitado crear amigos, porque los suyos ya hablan bien de él. Que es lo que verdaderamente le ha importado al mejor técnico de la temporada, aunque no hubiera conquistado la Champions con un equipo de ‘una liga de granjeros’, según los apóstoles de las Superligas. Un curso en el que casi se tira al vacío en la fase de grupos y que logró remontar con la máxima que da título a su brillante documental. Y es que, efectivamente, Lucho, «no tenemos ni puta idea» de fútbol, por mucho que eso nos duela.