Después de nueve años dando la vuelta al mundo varias veces con una gira de reunión que ha tenido hasta cuatro nombres distintos, Guns n’Roses podrían haber llegado a fosilizar su repertorio y su directo. Pero, bien, a base de cambiar el orden de las canciones, introducir algunas (pocas) novedades y ‘covers’, lo suyo sigue siendo un señor concierto de rock a la clásica usanza, con margen para la improvisación solista y minutaje generoso: tres horas de himnos y algunas caídas de tensión que seguramente no impidieron el disfrute del público que ocupó este lunes el Estadi Olímpic sin llegar a llenarlo.
Los californianos vinieron a revivir (como hace siete años) su época dorada, cuando su hard rock pendenciero rompió algunos moldes de la era MTV. Marcando el camino, sendos fetiches, ‘Welcome to the jungle’ y ‘Mr. Brownstone’, de su debut, ‘Appetite for destruction’ (1987). Y otra más, ‘Out ta get me’ (que no sonó en 2018). Puntualidad, regular, aunque los 23 minutos de retraso fueron una minucia comparados con los desplantes de otros tiempos. Lo que no ha mejorado, al contrario, es la percepción que Guns n’Roses tiene de la prensa, cuyo acceso al Estadi vetó expresamente, complicando la cobertura informativa, un hecho sin precedentes en los anales de la Anella Olímpica.
Rock’n’roll altivo y muy seguro de su carácter icónico, el suyo, oficiado sin escatimar esfuerzos, hay que decir. Axl Rose puede no cubrir ciertas tesituras vocales (comenzamos a sufrir en los agudos de ‘Live and let die’), pero tensa la garganta al máximo, se entrega y vive cada estrofa. Le ayudan algunos coros (‘You could be mine’), pero recordemos que otros veteranos del ramo tiran de bases pregrabadas. La sección rítmica es colosal, con el bajista Duff McKagan y el nuevo del septeto, el batería Isaac Carpenter.
Rock y melodrama
Los Guns fueron una apisonadora en ‘Absurd’ (la nueva, o casi, de la gira junto con ‘Hard skool’) y en ‘Double talkin’ jive’, con su vertiginoso solo del caballero encopetado Slash. Siempre habrá la discusión de qué versión del grupo es la más genuina, la más rocanrolera o la faraónica-péplum, pero con ‘Use your illusion’ (1991) ellos ya dejaron claro en su día que lo querían todo. ‘It’s so easy’ y ‘Sweet child o’ mine’ prendieron (y el punk rock de ‘Attitude’, de Misfits, en la voz de McKagan), y las catedralicias ‘Coma’ y ‘November rain’ abrumaron con su rock progresivo y su melodrama. Slash fue el gran triunfador, dadas las penurias vocales de su compañero, pese a sus secuencias de ‘ego trip’ (menos tostón que en 2018).
Es también extraña esa insistencia en el semiacústico ‘Wichita lineman’, el (extraordinario, pero fuera de lugar) tema de Jimmy Webb (que en 1968 hizo suyo Glen Campbell) en torno a la soledad del operario que levanta postes de teléfono en las planicies de Kansas. ¿Así se siente Axl Rose, como un alma solitaria que sigue al pie del cañón pese a la añoranza existencial? Bueno, el grupo y él cumplieron, aunque no se adivine mucho más recorrido a este ‘tour’ asentado en un repertorio con muy pocas variaciones de un año a otro. Pero son tiempos de celebración de himnos e hitos, y Guns n’Roses los suministraron en abundancia en el largo camino que nos llevó a ‘Paradise city’.
Suscríbete para seguir leyendo