En el proceso de verificación de la actual hipótesis de cambio climático por efecto invernadero hay un elemento climático de muy difícil modelización: la precipitación. Muy especialmente en latitudes medias, donde se sitúa España, puesto que parece coincidir dos tendencias, aparentemente contradictorias: una evolución de fondo con disminución de las precipitaciones en gran parte de la península Ibérica, salvo en la fachada cantábrica y aumento de los episodios de lluvia intensa capaces de generar daños importantes allá donde ocurren. Esto último es especialmente sensible en el litoral mediterráneo que ha registrado un incremento notable de eventos extremos de lluvia en las últimas décadas. Ambos procesos coinciden en una característica común: la irregularidad creciente de los procesos de precipitación. Dos mecanismos de circulación atmosférica pueden estar en la explicación de esta condición: la dilatación de la célula de Hadley hacia el norte, en nuestro hemisferio, lo que conlleva un incremento de los días de estabilidad anticiclónica en nuestra zona, y el desarrollo más frecuente de procesos de reajuste atmosférico que impulsan masas de aire frío del Atlántico norte y del Ártico hacia nuestras latitudes meridionales. Si a ello unimos el calentamiento del agua del mar Mediterráneo, continuado y preocupante, tendremos las piezas de un puzle geográfico-atmosférico que da como resultado los dos mecanismos que está mostrando la precipitación en nuestro país y, en particular, en la fachada mediterránea, durante las últimas décadas. A ello debe adaptarse la planificación hidrológica y la ordenación del territorio, que tienen que arbitrar medidas para gestionar extremos de forma cada vez más habitual. No es una tarea sencilla, pero es necesario abordarla.