El pijo español tiene quien le escriba (y quien le lea)

Este fin de semana, Raquel Peláez es una de las protagonistas de la Feria del Libro de Madrid. Entre el viernes y el domingo tiene siete firmas, todo un indicio de interés. Su historia de los pijos de España, Quiero y no puedo, llegó a las librerías el pasado mes de septiembre, y desde entonces no ha abandonado las listas de los más vendidos de no ficción. Con su apetecible tapa dura rosa, el estampado de piqué de polo y el logo de Ralph Lauren reinterpretados por el ilustrador Cristóbal Fortúnez, esta inteligente taxonomía del pijo español desde su molde, Alfonso XIII, a su más reciente encarnación, el llamado cayetano, lo tenía todo para convertirse en otro éxito pop de Blackie Books.

Una buena idea y una autora brillante que encajan a la perfección en el variado catálogo que el editor Jan Martí ha configurado desde la creación de la editorial en 2009 y que otros desde entonces, sobre todo los grandes grupos editoriales, han tratado de replicar con más pena que gloria. «Blackie Books ha sido una fijación para [Penguin] Random House y para nosotros«, confesaba hace unos años Jesús Badenes, director general del negocio del libro de Planeta. «Jan Martí lo ha hecho muy bien, ha dado con una línea y con un público, sobre todo con un público, que le es muy fiel y al que le tiene el pulso tomado».

Blackie y el libro fetiche

«Ha considerado que en la misma colección pueden caber un libro de entrevistas a Andy Warhol y Jardiel Poncela. Si un alumno de mi máster de edición llegara con esto al proyecto final seguramente le diríamos que adónde va. Pero llega Jan y dice, cómo que adónde va, si eso está muy bien», explicaba Javier Aparicio Maydeu, crítico, catedrático de Literatura y director del máster de edición de la Pompeu Fabra de Barcelona. «Su caso desafía las lecciones de los viejos maestros del oficio, que dicen que para ser un editor bueno tienes que tener una marcada línea editorial con un marcado criterio. Pero tú coges los libros de Jan ¿y cuál es el criterio? Pues el suyo. Y engancha, y el lector de Blackie Books está esperando el siguiente eslabón de una cadena cuyo engarce no es capaz de identificar».

Con cuatro ediciones reales –no reimpresiones– y más de 20.000 ejemplares vendidos –un número extraordinario para un libro de no ficción–, Quiero y no puedo pende de la cadena de Blackie no como un eslabón más sino como una auténtica joya color rosa chicle. El ensayo de Peláez, afilado pero divertido, político pero no panfletario, ilustra al lector sobre el origen y la evolución de los tópicos aspiracionales que abrazamos para encajar en nuestro entorno, procurarnos una ventaja competitiva en el ascenso en la escala social o simplemente sentirnos mejor.

En el principio fue Alfonso XIII

La idea de Quiero y no puedo surgió cuando la periodista y columnista de El País trabajaba en Vanity Fair, una revista que define como «el ¡Hola! con mala hostia». Durante el verano de 2017, con el auge del fenómeno de la banda Taburete, con el hijo del extesorero del PP, Willy Bárcenas, al frente, Peláez percibió el ocaso de lo alternativo hípster y el regreso de lo pijo pero contaminado de aquello, con una nueva connotación, estética bohemia pero alma neoliberal. Peláez propuso entonces una historia de lo pijo que se desplegó en forma de reportaje de tres entregas. Pero se dio cuenta de que aquello tenía potencial y recorrido de libro, y no como mera descripción superficial de tipos, tendencias y marcas, sino como un ejercicio de crítica cultural que reconociera las implicaciones sociales y políticas de los marcadores de clase y estatus de ciertos productos de consumo.

Y todo ello en un contexto muy concreto, el español, donde el prestigio de la aristocracia, o al menos del gusto aristocrático, sigue vigente de un modo insólito. De ahí la importancia de la figura inaugural de esta cadena de valor. En el principio fue Alfonso XIII, con sus trajes ingleses, su pasión por la velocidad y su campechanía andaluza. Ese canon anglo-hispalense no solo sigue vigente, sino que vive hoy un momento de esplendor en la afectación petimetre de cierta juventud española.

Lo pijo y el dinero

Pero hoy lo pijo ha trascendido la aristocracia de sangre y a los ricos con anhelo de pátina, y alcanza a personas de clase media que han asimilado símbolos y estilos de vida tradicionalmente asociados a las élites. «El libro está concebido para explicar cómo hemos accedido al sistema de símbolos que les pertenecía sólo a ellos», explicaba la autora en un club de lectura celebrado en la librería Altamarea de Madrid, «y cómo ese sistema nos ha hecho creer que tenemos mucho más de lo que realmente tenemos«. Aquí entra el potencial alienante de lo pijo: cuando la clase trabajadora asalariada termina convenciéndose de que no lo es a través del consumo y de la imagen. Es lo que Peláez denomina disforia de clase. «Aparentemente la clase obrera no existe, pero en realidad somos todos clase obrera».

Nadie quiere parecer pobre, constata Peláez. Pero al parecer pocos quieren ser reconocidos como pijos. Los grandes pijos sienten que el término les rebaja. Y quienes no se identifican con el componente ideológico vinculado últimamente al cayetano, «una cebolla de capas conservadoras», en palabras de la autora de Quiero y no puedo, rechazan la etiqueta. Un caso paradigmático es el de Diego Ibáñez, vocalista de Carolina Durante, la banda que se dio a conocer con la canción, «Todos mis amigos se llaman Cayetano», que dio carta de naturaleza al fenómeno. En una entrevista concedida a El Independiente el pasado mes de octubre, se revolvía y se defendía de lo que, asegura, es una confusión: «Que mi familia no es rica ni por asomo, a ver cómo lo tengo que decir».

Pero que el pijo no es solo dinero queda claro al leer Quiero y no puedo. También que hay muchas maneras de serlo. El día de Altamarea se hizo un cuestionario rápido para jugar e ilustrarlo con nombres de personajes populares. ¿Es pijo Pablo Motos? «Tiene pasta, pero no es pijo». ¿Aitana? Sí. ¿Bad Gyal? No. ¿Belén Esteban? «NOOO». ¿Alaska y Mario? Sí. ¿C. Tangana? También. ¿Y Los Javis? La respuesta fue unánime. En la fiesta de nochevieja, de Javier Calvo y Javier Ambrossi, celebrada en su flamante casa de diseño, y en la que Anne Igartiburu fue contratada para oficiar las campanadas ante el selecto grupo de invitados, Diego Ibáñez cantó «Normal» con Rosalía en modo piano bar. Amos del piano bar, como la canción de Taburete. Y vuelta a empezar.

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