No voy a hablar de Carlos. Hablaré de su pasión y de su conexión con ella, con el deporte, porque nuestras pasiones marcan nuestros caminos, nuestras relaciones, nuestras acciones, nuestras virtudes e inmortalizan nuestra memoria. De todos los deportes en los que tuvo un papel importante —el tenis, el billar a tres bandas, el futbol o el futbito— me quedo con el protagonista: el tenis.
Ciertamente, el tenis fue su gran pasión, un deporte que requiere corazón. Y si algo describe a Carlos —dicho por todos— fue su gran corazón y generosidad. No conozco a nadie que, al pedirle un favor, incluso si no estaba en su mano concederlo, no viera cómo Carlos se desvivía por lograrlo. Con sus amigos, especialmente, aunque pasaran años sin verse. Y siempre sin contraprestación, sin pedir nada a cambio.
Una partida de tenis no termina hasta el último punto. Hay que jugar cada bola, y siempre se puede dar la vuelta al partido. Todos los que conocieron a Carlos pueden hablar de su tenacidad. No tiraba la toalla hasta conseguir su propósito. Insistente, sí, pero como decía Woody Allen: el noventa por ciento del éxito se basa, simplemente, en insistir.
El tenis es un deporte de caballeros. Carlos fue un caballero, algo que no te da ni el dinero ni las propiedades, sino la educación. Y de eso no le faltaba. Todo lo contrario.
A veces se gana, a veces se pierde. Pero eso no impide disfrutar. Esas finales en las que cualquiera pudo ganar, en las que tanto jugadores como público se divertían, eran un reflejo perfecto de su forma de entender la vida. Y, cómo no, la celebración. Pues sí, como nadie podrá negar, Carlos fue una persona divertida que, como en las victorias del tenis, no dejaba pasar una oportunidad para la celebración. Como se suele decir, disfruta el camino. Pues disfrutó el partido de la vida. Que no le quiten lo bailado.
Seguramente no enumere aquí todas las cosas que hizo o en las que participó —fueron muchas—, pero sí algunas de las que sé que se sentía muy orgulloso: el Club de Campo de Elda, del que fue presidente; la Comparsa Huestes del Cadí y su escuadra, los Negros del Cadí, donde fue fundador; el Circuito Alicantino de Tenis, del que fue presidente; colaborar como delegado de la Federación de Tenis de la Comunidad Valenciana; o de aquel imparable movimiento de apoyo al equipo español de la Copa Davis de tenis, “la Armada Española de Tenis”, iniciativa que, junto a muchos y en equipo, impulsó.
Nacido en Sevilla, llegó de niño a Alicante por el nombramiento de su padre como Jefe Superior de Administración del Cuerpo General de Hacienda Pública, siendo el jefe de inspectores de Hacienda. Estudió en los Jesuitas. Después se trasladó a Elda. No solo amó el tenis. Amaba la provincia de Alicante y “el pueblo”, como cariñosamente le llamaba a Elda. Se casó, tuvo una hija, a la que inculcó la pasión por el tenis y sus valores, y un nieto que, en formación, ya apunta a ser un gran militar profesional.
Vivió como se debe jugar al tenis: con pasión, con entrega y, siempre, con una sonrisa. Esa que vi la noche antes de que finalizara su partido en este mundo.
Lamentablemente, aunque luchó y devolvió los golpes como un verdadero campeón, con la fuerza y valentía de un Juan Carlos Ferrero o de un Rafa Nadal —quienes siempre fueron sus ídolos como deportistas y personas—, esta partida se la ganó un adversario, esta vez inagotable y tremendamente persistente: el cáncer.
El Grand Slam de su vida lo jugó con el corazón del tenis y con el tenis en el corazón.
Como dirán los de su otra, también, tierra: Sevilla: ¡Qué buena gente era Carlos! Eso es innegable.
Adiós, Carlos. Adiós, tío. Descansa en paz.