Hay obras que nos acompañan durante toda la vida y en cada etapa nos dicen cosas tan significativas como distintas entre sí. Para Antonio Muñoz Molina, esos libros han sido ‘En busca del tiempo perdido’, de Proust; los ‘Ensayos’, de Montaigne, y, naturalmente, ‘El Quijote’, que llegó a sus manos de niño rebuscando en un polvoriento baúl de su casa en Úbeda. Como el chico era de aquellos que leían “hasta los papeles rotos de las calles”, aquel deslumbramiento lejos de apagarse sigue intacto seis décadas más tarde. Las notas y fragmentos acumulados en los últimos diez años ahora se ordenan y toman cuerpo en ‘El verano de Cervantes’ (Seix Barral). Además de trazar unas tímidas memorias en las que revela una reciente depresión, también es capaz de comparar las andanzas del de la Triste Figura con Mortadelo y Filemón o las viejas películas del Oeste. Muñoz Molina publica este libro a los 69 años, exactamente la edad a la que falleció Cervantes.
Habría que decir que quienes busquen un ensayo académico se van a sentir aquí algo decepcionados.
Este es un ensayo completamente empapado de autobiografía. Habla del efecto que ‘El Quijote’ ha tenido sobre la vida de las personas y, claro, el primer ejemplo que tengo es el mío. Los ensayos académicos están muy bien y algunos son extraordinarios, pero mi intención era otra. Este libro fue naciendo como un cuaderno de apuntes, de anotaciones sobre la marcha.
Esos fragmentos se van encadenado a modo de cerezas, coges una y a la vez te llevas enganchada otra.
Todo está muy revisado y creo que bien estructurado, pero sí me apetecía saltar de una cosa a otra con total libertad.
El niño Antonio, que leía novelas baratas y de aventuras, topó por casualidad con un viejo volumen ‘El Quijote’, de la editorial Calleja. ¡Qué tiempo en los que se consideraba que ese libro podía ser una lectura infantil!
Bueno, Stendhal y Flaubert llegaron al libro en adaptaciones para niños. Y eso está muy bien, no hay que ser puritanos. Yo me encaré a la novela completa porque fue la que encontré y también porque el lenguaje del libro no era muy distinto del que se hablaba en casa.
¿Entonces se podían entender más cosas del pasado porque no existía esta brecha digital en la que solo vale lo inmediato?
Imagino que si vivías en una ciudad o en un sitio más desarrollado era más difícil comprender el mundo de Cervantes, pero yo me crie en la provincia de Jaén, que está tan cerca de la Mancha, y en una familia del campo. Aquella era una época inmediatamente anterior al comienzo del desarrollo y la mecanización agrícola. Así que yo leía cómo Dulcinea cernía el trigo en un cedazo y le ponía unos costales al burro para cargarlo y era igual que como se hacía en casa. También la socarronería de Sancho Panza y los refranes, esas cosas todavía perduraban.
«La palabra ‘clásico’ sugiere algo perfecto, inamovible y lejano, y ‘El Quijote’ no es nada de eso»
A pesar estar muy familiarizado con ‘El Quijote’, eso no excluye que siga teniendo misterios para usted. Italo Calvino dijo aquello de que “un clásico nunca acaba de decir lo que tiene que decir”.
Hay que tener mucho cuidado con la palabra clásico porque sugiere algo perfecto, inamovible y lejano. Y ‘El Quijote’ no es nada de eso. En realidad, son dos novelas, escritas con 10 años de diferencia. La primera parte es muy experimental, porque el autor no tiene un modelo que imitar y se lo va inventando mientras escribe, mientras va tanteando. Y ese tanteo hace que la primera parte sea más imperfecta y desigual que la segunda. Eso a mí me parece muy estimulante.
Una vez le pregunté a Francisco Rico cual de las dos partes prefería y también me dijo que, sin duda, la primera. Me sorprendió, porque lo habitual es mencionar la segunda.
Es que Paco Rico sabía mucho, no solo como erudito, también como degustador de la literatura. En esa primera parte, además de experimentar, Cervantes también va madurando como escritor. Es capaz de introducir cada vez más personajes en las escenas, lo que es dificilísimo. Al principio eran historias autoconclusivas, como las de Mortadelo y Filemón, que siempre acababan a porrazos, y en la siguiente ya estaban dispuestos para una nueva peripecia. Poco a poco van alcanzando más complejidad.
Antonio Muñoz Molina, rodeado de libros / José Luis Roca
Con ese juego narrativo de historias contadas al estilo de las muñecas rusas, ¿se puede decir que Cervantes inventó la novela experimental a principios del siglo XVII?
Pues sí. En España se suele oponer la novela experimental al realismo, pero él fue capaz de congeniar las dos cosas. Reflejar la vida y el habla de la gente común y hacerlo con respeto y sin caricatura, y, a la vez, hacer cosas muy locas como dejar con las espadas en alto a Don Quijote y el Vizcaíno, interrumpir la acción y decir que no tiene más información y que no puede contar más. O hacer juegos literarios como criticar a sus contemporáneos en la escena de la biblioteca, cuando echan los libros al fuego. Sin olvidar que en la segunda parte del Quijote los personajes han leído la primera.
Pero todavía no nos hemos puesto de acuerdo en si es una comedia o un drama.
Hasta bien avanzado el siglo XVIII era un libro de risa. Pero los románticos alemanes empezaron a apreciar su lucha como la del idealismo contra la realidad, e hicieron de él un libro serio. En Inglaterra, su influencia fue más cómica. Por ejemplo, sirvió como modelo a una autora extraordinaria, Charlotte Lennox, que luego inspirará a Jane Austen, y que en ‘El Quijote femenino’ creó a una mujer con la cabeza llena de romances amorosos que acaba viendo las cosas vulgares de su vida bajo ese filtro. ‘Los papeles póstumos del club Pickwick’, de Dickens, será heredero de esa tradición.
En Marcela, la pastora que rechaza el matrimonio y el convento y reivindica su libertad, es fácil ver a una precursora del feminismo.
Pero no podemos caer en la tentación de que cuando nos guste un artista convertirlo en uno de los nuestros. Es muy probable que las ideas de Cervantes respecto a las mujeres fueran las de su época y a lo largo de ‘El Quijote’ se dice que las mujeres deben estar encerradas en sus casas; pero luego a la vez es capaz de imaginar a mujeres deslumbrantes como Marcela, que dice: “Libre nací y porque nací libre quiero vivir en la soledad de estos campos”.
«Tengo la suerte de estar muy bien cuidado por mi familia y por mi mujer, que me ha sostenido incluso físicamente»
Que Don Quijote recupere la cordura al final justo antes de morir es bastante triste. ¿Esa historia solo podía acabar con la muerte?
El personaje ha llegado al límite. En Barcelona se burlan de él y le derrotan. Y él llega a decir: “No puedo más”.
En el libro, revela estar tomando unas pastillitas blancas que le arreglan el ánimo. ¿Sintió que el “no puedo más” del hidalgo también estaba dirigido a usted? ¿Puede leer y escribir cuando tiene esos bajones?
Depende del grado y del momento, pero, en fin, tengo la suerte de estar muy bien cuidado por mi familia y por mi mujer, que me ha sostenido incluso físicamente en esos momentos. Muy pocas veces he perdido la posibilidad de leer y escribir.
Gracias a Trump, Putin y Netanyahu, la realidad no viene últimamente muy esperanzadora para alguien que entona el ‘no puedo más’. ¿’El Quijote’ puede ser un refugio?
La lectura te saca de la urgencia del presente inmediato. Uno tiene que descansar de tanta realidad de vez en cuando. No es un anestésico, pero dulcifica frente a la última matanza en Gaza. Además, es un ejercicio de libertad personal. Estás ahí tú solo con la obra literaria. Es un acto de soberanía que no está mediatizado por ninguna empresa tecnológica.