El entrenador del Real Madrid, Xabi Alonso.
Empachado de títulos, el Real Madrid de Ancelotti se dejó ir. Lo hizo pese a que el verano pasado a su álbum de cromos llegó el más deseado, un Mbappé que ha sido Bota de Oro pero que no ha podido frenar un despeño anunciado. La caída en Champions League del Barça (ganador de Liga y Copa) suavizó un drama que pudo ser todavía más grande para el club de Florentino, que históricamente ha ido alternando mano dura y mano izquierda para su banquillo. Ahora, para reflotar el rumbo de un Real Madrid con muchos asteriscos, el elegido ha sido Xabi Alonso (Tolosa, 1981), exjugador de la entidad, campeón del mundo y de todo lo demás, que se ha postulado como uno de los técnicos con más proyección de la órbita futbolística.
Su rastro como futbolista aún hoy es rutilante, miembro de la generación dorada de la selección e integrante de la plantilla merengue que consiguió la ansiada décima; sin embargo su silueta como entrenador todavía genera entre los más escépticos cierta neblina de duda, la de desenvolverse en plaza grande. Su currículum en el banquillo, de momento, es intachable, incluso ilusionante; el doblete en Alemania con el Bayer Leverkusen –apodado con socarronería histórica como Neverkusen– le sacudió de un plumazo el cartel de meritorio: quitarle al Bayern Múnich una Bundesliga viene a ser algo tan inverosímil como sacar Las meninas del Museo del Prado. Por delante tiene un miura que no le ha hecho temblar y el Madrid ya ha comenzado a redibujarle un vestuario que requería de una buena sesión de ventilación.
Once años después de su marcha, en el interior de Concha Espina Alonso sólo se reencontrará con un Carvajal al que se le ha buscado competencia en el lateral con el internacional inglés Arnold. El resto se ha volatizado; el último, el exprimido Modric, al que despedirá tras el Mundial de Clubes. Se desconoce si le tratará de usted, igual que hizo Luis Aragonés, que en 1974 pasó de la noche a la mañana a entrenar a sus compañeros en el Atlético. Precisamente El Sabio es uno de los integrantes de la excelsa ristra de técnicos de los que bebió Alonso en su carrera como futbolista: Guardiola, Ancelotti, Benítez, Mourinho, Del Bosque… Otro palmarés envidiable. Con un poco de aquí y un poco de allá, Alonso parece cómodo entre dos aguas; se mueve bien entre el uniforme castrense y el capote que tan buen rédito da históricamente al Madrid. Hasta que hace falta sacudir el árbol.
En este término medio piensa Florentino, tan sabedor de que a sus niños les conviene de tanto en tanto alguien que ponga orden como de que las estrellas rinden mejor con carantoñas. Durante su presentación como técnico madridista, Alonso compareció educado, recto y elegante; una imagen y un discurso que le viene como anillo al dedo a un Real Madrid que en los últimos tiempos ha entrado en el juego de una viralidad mal entendida, desplante incluido en la última gala del Balón de Oro, que le ha empañado la bandera blanca y limpia de su himno de las mocitas.
En lo deportivo, Xabi Alonso tiene por delante la definición de su equipo, una diatriba que los más canónicos no negocian: o toro o torero. El donostiarra, por contra, ha confesado que buscará un híbrido: «Quiero orden en dos tercios del campo y libertad en el último». Como futbolista pronto se quitó el sambenito de ser el hijo de; fue un mediocentro preclaro, de visión privilegiada y un golpeo embelesador; uno de esos jugadores que todo el aficionado sabe que acabará siendo entrenador. Fue también un firme escudero de un mourinhismo que ahora se recompone silenciosamente en Chamartín: Arbeloa y Diego López, núcleo duro de la confesión, han asumido las riendas del Castilla para el curso que viene, toda vez que Raúl, hasta ahora técnico del filial, ha vuelto a salir por la puerta de atrás de la entidad que un día llevó su cara por todo el mundo.
La galopada de Alonso por la banda en traje de chaqueta en la final de Lisboa es ya una de las estampas icónicas del madridismo reciente; ahora asume un cargo apasionante, donde deberá traer de vuelta al césped a Vinicius, disperso entre una cosa y otra, y rodear de buenas ideas a Mbappé, al que la Champions League le esquiva de manera canalla. Pocos entrenadores dirigieron al Madrid con la vitola de haber sido campeón del mundo, aunque el recorrido de los últimos en la entidad (Heynckes, Valdano, Zidane) presagia lo mejor para Alonso, acostumbrado desde joven a derribar barreras y a que no le comparen con nadie.