Los ingenieros no solemos meternos en política porque sabemos que es un problema irresoluble al ser dinámico, multivariable y sin reglas objetivas. Abundan los juristas, economistas o politólogos de nuevo cuño, más acostumbrados a lidiar con la naturaleza y contradicción del ser humano. Sin embargo, no puedo pasar de largo lo ocurrido en las últimas semanas sobre la llamada rebaja fiscal asturiana. Tiene miga.
El Gobierno del Principado propone rebajar el primer tramo de tributación del IRPF: del 10% al 9% cuando se gane menos de 12.450 euros. En cambio, propone subirlo en otros dos tramos, en uno se ve afectada la clase media (subida del 18,5% al 19,2% para rentas entre 34.007 y 53.407 euros) y otra los ricos (subida del 25,5% al 26% para rentas superiores a 175.000 euros). Según palabras del portavoz del Ejecutivo: «esta reforma va dirigida a la mayoría social, el 80% de los asturianos, que se ahorrarán al menos 119 euros». Esa cantidad se corresponde a unos 10 euros al mes, con los que podríamos comprar la increíble cantidad de 5 cafés. Y de los baratos, nada de franquicias yanquis.
¿Todo este revuelo por 5 míseros cafés al mes?
Ya no sé si se refieren a una rebaja de impuestos o a rebajarnos la autoestima porque parece que nos tratan como a bobos. Esta situación guarda semejanza con la anécdota que escribió en 1931 el diplomático y escritor Salvador de Madariaga (La Coruña 1886, Locarno 1978) en su ensayo titulado España. «Sitúense. Andalucía en días de latifundios y república. Cercanos los comicios uno entre tantos caciques congrega a sus braceros y les insta a decantarse por un determinado candidato, a cuyo efecto reparte monedas para todos. Uno de ellos rechaza el oprobio y, arrojando las monedas al aire, sentencia: “en mi hambre mando yo”». Una frase que entona un cántico a la libertad y dignidad. Son dos conceptos inseparables, pues no hay libertad sin dignidad ni dignidad sin libertad. Recomiendo profundizar en Madariaga –fue además ingeniero de minas– por su vida brillante, viajada, ecuánime y polivalente.
¿Cómo ha evolucionado el IRPF en los últimos 15 años en España?
Nos quitan más dinero de nuestros bolsillos. La semana pasada el INE publicó la encuesta de estructura salarial del 2023 y podemos compararla con 2008, primer año del estudio. En 2008, el salario anual medio a jornada completa era de 24.052 euros y pagaba el 12,8% de IRPF. Si se actualiza al poder adquisitivo equivalente a 2023, es decir, corregida la inflación, se correspondería a 31.557 euros. Por otro lado, el INE dice que el salario medio que ganaron los españoles en 2023 fue de 32.168 euros; es similar al de 2008 actualizado, como hemos visto. Sin embargo, en 2023 el trabajador pagó mucho más de IRPF, el 17,8%. Son 5 puntos más que en 2008, ¡una subida impositiva del 40%! Si comparamos ambas rentas quitando el IRPF, resulta que el salario disponible de 2023 es mil euros menor al del 2008 actualizado. Es decir, en 15 años los trabajadores promedio tuvieron menos ingresos, terrible. A este ritmo, algún iluminado afirmará que un español con una renta anual promedia no es clase media. ¡A pagar más impuestos! Por cierto, en estos 15 años ninguno de los Gobiernos centrales ha rebajado los tramos del IRPF para corregir el efecto de la inflación, esto es, deflactar.
¿Necesitamos políticos más técnicos y menos generalistas?
Hace dos meses vimos unas sorprendentes declaraciones de la exconsejera de Igualdad de Extremadura y actual miembro del Consejo de Seguridad Nuclear, la socialista Pilar Lucio (politóloga): «para ser consejera del Consejo de Seguridad Nuclear no es imprescindible tener conocimientos técnicos extraordinarios, aunque evidentemente ayuda; a lo mejor tener demasiados conocimientos también es contraproducente». El saber no ocupa lugar… pero despista. Si esta filosofía se expande, auguro más apagones sin que nadie sepa explicarnos las causas. Hay notables excepciones de ingenieros dedicados a la política, con desigual suerte. Desde el expresidente Calvo-Sotelo, Josep Borrell o Pedro Duque hasta los más cercanos para Asturias como Álvarez Cascos, Gabino de Lorenzo o el actual presidente del PP, Álvaro Queipo.
¿Y qué sucede con el resto de los impuestos que pagamos?
El IVA general en 2008 era del 16%, ahora del 21%. Un incremento de 5 puntos, ¡toma ya! Otro impuesto controvertido es el de Sucesiones, de ello habló claramente en este periódico el economista y académico Gregorio Izquierdo: «Es falso que Sucesiones grave sólo a las personas: grava sus ahorros, sus inversiones, sus esfuerzos y sus incentivos, muchas veces con el aliciente de transferir a otra generación lo cosechado. Si no se puede hacer ese traspaso, en la práctica la propiedad privada se convierte en una especie de concesión administrativa temporal y el incentivo a esforzarse se ve dilapidado». Y no hablemos de Transmisiones, Plusvalías, Donaciones, etc. Bastante gente tiene la sensación de estar en una constante concesión administrativa, al tener que pedir permiso –y pagar– por casi todo para poder trabajar y vivir.
¿Se rebela el contribuyente contra el fisco?
Cada vez más. Asturias es la región donde más han aumentado las reclamaciones por los impuestos. Entre 2019 y 2023, las reclamaciones presentadas ante los Tribunales Económico-Administrativos de Asturias aumentaron el 175%, pasando de 1.834 a 5.056. Es la cifra más alta en dos décadas y en ninguna otra región se produjo un salto tan espectacular. La media de incremento en España fue del 32%. Bajo este panorama desolador, escuchamos al presidente Barbón decir «¿Asturias un infierno fiscal? Cada vez nos parecemos más al paraíso» o pagamos con 260.000 euros la campaña publicitaria Asturias Me Renta, donde el Ejecutivo nos muestra su edén de bonificaciones fiscales autonómicas. Camarero, otros 5 cafés por favor.
El ingeniero –con verdadera vocación– suele comenzar explicando su producto por las carencias que tiene, es decir, lo que le falta o falla. Es debido a que siempre está pensando en cómo mejorarlo, no se conforman con lo creado. Por eso algunos ingenieros son pésimos vendedores. Los políticos hacen lo contrario, no expresan sus defectos o equivocaciones. ¿Cuántas veces aparece la palabra error en el diario de sesiones de sus señorías? Algunas, cierto, pero para señalar los fallos ajenos, nunca los propios. Es evidente que nadie es perfecto ni infalible y cuando reconoce sus fallos es una clara muestra de su voluntad de aprender y mejorar y, consecuentemente, es sincero y creíble. Por eso la ciudadanía desconfía de la política.
En definitiva, necesitamos políticos bien formados y que tomen medidas sin infantilizarnos. Los españoles ya no estamos famélicos como hace un siglo, pero a veces parece que los dirigentes nos siguen tratando como a ignorantes o nos esquilman como a siervos. Queremos una política de altura, de consensos y sin dogmatismos. Si no, seguiremos anclados a aquella época de caciques y braceros, de monedas y hambre.
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