El Elche ha vuelto a primera. Y hoy ya se puede recurrir a una amplia historia. Amplia y fluctuante. En su primera etapa en la cumbre del Sinaí liguero el Elche, sin duda, fue mucho “más que un club”. Cuando oleadas de inmigrantes llegaban a esta ciudad en pleno proceso de reinvención, el Elche fue el punto que encontraron en común quienes nada tenían en común. Fue el gran factor de integración. El empadronamiento emocional de los recién llegados. Fue mucho más que un club. Fue un símbolo.
El símbolo de una ciudad sumida en el destajo de sol a sol, huérfana de cultura y poco estudiada. En él sublimó el ilicitano su voluntad de ser. El Elche fue la gran ventaja competitiva de un pueblo a falta de otras cualidades colectivas poco musculadas.
El símbolo de una economía emergente en los años sesenta que transformó la ciudad y que se reveló sostenible en el tiempo. En el mismo tiempo que el Elche se sostuvo en la cúspide de primera. Símbolo y réplica fiel del desarrollismo ilicitano en su década prodigiosa.
El símbolo de un empresariado osado, que escaló desde el sudoroso tren de producción zapatera y que coronaba su triunfo en el palco del viejo Altabix cosiendo sus avales al chaleco de Esquitino o Martínez Valero. El palco del Elche, el gran signo de éxito empresarial en los sesenta.
La crisis del petróleo en los primeros setenta gripó la economía occidental. Y la ilicitana, tan dependiente de la exportación. Y gripó al Elche. Y bajó a los infiernos. Dejo a su imaginación el paralelismo entre el desarrollo económico en la ciudad y la tabla clasificatoria franjiverde.
Desde entonces la relación entre el Elche y la ciudad ha evolucionado. Incluso, ha mutado. La posición del club en el territorio del fútbol español se tornó un carrusel ciclotímico. Los hijos de los arrojados empresarios de antaño, quizás en un arrebato de cordura, desalojaron el viejo palco y reservaron los avales para sus negocios y para el salario de quienes los trabajaban. Los hijos de los antiguos trabajadores del destajo fueron a la universidad y se abrieron a nuevos y amplios horizontes dejando atrás antiguas debilidades, que ya no requerían compulsivamente de un campeón en el césped que las sublimara.
En esa etapa se pasó de las directivas de racimo, asumiendo riesgos en tropel tras el presidente, a presidentes singulares sosteniendo a pulmón propio al club en las sucesivas crisis. Y llegó el momento de convertir un símbolo en una sociedad anónima. La afición ilicitana realizó la travesía que va de una relación presidida por la magia con la camiseta de la franja verde a descubrir que ésos no eran, ni siquiera, los colores de la ciudad y a convertirse en una hinchada al uso, cada vez más parecida a las demás.
Todo un proceso que conservó el enganche emocional, pero que perdió el espejismo simbólico. Y llegó el momento en que el club quedó extrañado y pasó a ser propiedad de un inversor extranjero. Nada podría concebirse más lejano a la radical raigambre originaria. Todo el derecho tiene el perspicaz empresario a manejarse como tal. Suyo fue el riesgo. Suyas las decisiones. Suyas las acciones de la mercantil. Ningún indígena tomó la iniciativa.
Nadie debería insistir en que el interés del presidente foráneo antepone la rentabilidad a los colores. Está en su derecho. Es más, está en su deber como se espera de un empresario. En la rúa se le vio emocionarse ante la aclamación de los hinchas, lo que ayudaría a incubar una vía hacia la emoción localista. Como hombre de fútbol que dicen que es, nadie tendrá que explicarle que esos cálidos vítores hoy se tornarán crueles improperios mañana.
Largo recorrido el del Elche. Sabemos que fue mágico en sus orígenes, que fue arduo su caminar. Quizás falta saber qué es ahora. En qué lugar de los sentimientos de la ciudad habita. Qué representa.
Quizás falte al Elche un relato. En el terreno de juego ha desarrollado un relato futbolístico tórrido y adormecedor, muy lejos de aquel fútbol vulnerable pero pícaro, estético y sudamericanizado que le caracterizara en sus orígenes. Pero para reencontrar la magia de antaño hace falta crear otro tipo de relato más allá del terreno de juego.
Y, por qué no, quizás un dueño externalizado pudiera ser quien redescubriera al Elche su sitio en un lugar tan internalizado como el corazón mismo de los ilicitanos. Su turno, señor Bragarnik. Ya ve lo agradecida que es esta ciudad. Y, créame, no hay activo más sólido que aquel que está apalancado en el corazón de los clientes.
Suscríbete para seguir leyendo