Geert Wilders cumplió ayer su amenaza de tumbar la coalición de gobierno en Países Bajos. La alianza del Partido por la Libertad de Wilders (PVV) con liberales, centristas y populistas agrarios sólo duró once meses. Bastante más tiempo, por otra parte, de lo que muchos esperaban.
La exposición más sencilla de los motivos la ofreció Dick Schoof, el hombre escogido para liderar el Gobierno tras el veto del resto de los socios a la figura de Wilders. El Gabinete ha caído, en palabras de Schoof, “porque faltaba la voluntad en uno de los partidos de la coalición, el PVV”. El primer ministro en funciones no se mordió la lengua y tachó de “irresponsable” la decisión de Wilders de apretar el botón nuclear.
Ningún otro miembro de la coalición supo anticiparse a su movimiento. Ni la sucesora de Mark Rutte a la cabeza del Partido Popular por la Libertad (VVD), Dilan Yesilgöz, ni la líder del Movimiento Campesino-Ciudadano (BBB), Caroline van der Plas, ni la máxima autoridad del Nuevo Contrato Social (NSC), Nicolien van Vroonhoven.
El líder ultra esgrimió la laxitud de sus socios sobre la cuestión migratoria para deshacer el Gobierno. “Habíamos acordado que Países Bajos sería el país más estricto [en inmigración] de Europa —trasladó Wilders a la prensa—, pero estamos entre los que están al final de la lista”.
Wilders no dice la verdad. La inmigración se ha reducido de forma significativa desde que alcanzara el récord en 2022. Por primera vez desde que hay registros, los Países Bajos recibieron menos de tres solicitudes de asilo por cada 1.000 habitantes en 2024, una cifra inferior a la media de la Unión Europea, según los datos de Eurostat.
No importa. Wilders quiere ir mucho más lejos. El líder ultra presentó una hoja de ruta con diez medidas —que contemplaba cerrar las fronteras a los solicitantes de asilo, devolver refugiados sirios o cerrar centros de acogida— inasumibles no sólo para sus socios de coalición, sino también para los estándares de la Unión Europea.
“La mitad del plan de diez puntos ya estaba incorporada en leyes en las que estábamos trabajando”, replicó la ministra Mona Keijzer, de la cuota del BBB. “Si se observa objetivamente, no tiene sentido; el hecho de que en una democracia haya que pasar por las Cámaras es algo bien sabido”. El viceprimer ministro Eddy van Hijum, del centrista NSC, lamentó que lo de Wilders fuera “un conflicto buscado”.
La postura maximalista de Wilders en materia migratoria tiene un objetivo claro. “Mi intención es ser el próximo primer ministro. Voy a hacer que el PVV sea más grande que nunca”, anticipó ayer él mismo.
En las elecciones de noviembre de 2023, su Partido por la Libertad obtuvo los mejores resultados de su historia. Un 23,49% de los votos y 37 de los 150 escaños de la Cámara de Representantes. Era imposible seguir ignorándolo. Ahora, Wilders quiere superar la gesta, pasar a la siguiente pantalla.
“El objetivo principal de Wilders es convertir las próximas elecciones en un referéndum sobre la migración”, explica Simon Otjes, profesor de Políticas en la Universidad de Leiden, en diálogo con EL ESPAÑOL. “Estaba previsto que el Gobierno cayera, pero el PVV decidió escoger ese tema —y no otros como la seguridad internacional, el presupuesto o la agricultura— para dar el paso”.
Las encuestas, sin embargo, apuntan en otra dirección. Los de Wilders rondan el 20% de intención de voto, tres puntos por debajo de su mejor marca. La cuestión es que, justo detrás, aparecen las siglas de GroenLinks–PvdA, la alianza entre ecologistas y socialdemócratas que encabeza el excomisario europeo Frans Timmermans, con muchas más opciones de quedar en cabeza que en noviembre de 2023.
Resignado, Schoof presentó en la tarde de ayer en el palacio real Huis ten Bosch la dimisión en bloque de su Gabinete al rey Guillermo Alejandro. Y eso que estuvo a punto de haber deserciones en las filas de Wilders. Algunos miembros del Gobierno de la cuota del PVV amagaron con mantener su puesto en contra de las directrices de su líder, según el medio público NOS.
Emergieron los nombres del ministro de Economía, Dirk Beljaarts, y la secretaria de Estado de Justicia y Seguridad, Ingrid Coenradie. Ninguno de los dos dio el paso definitivo, sin embargo, por lo que las carteras de los ministros del PVV serán repartidas entre el resto de miembros de la coalición.
Suele ser habitual que los gobiernos en funciones no saquen adelante medidas de calado, pero Schoof se comprometió a tomar decisiones en las áreas de seguridad, economía, vivienda y migración. “Haremos todo lo que esté en nuestras manos dentro del margen que ofrezca la Cámara para buscar mayorías”, expresó el primer ministro en funciones. “Confiamos en que también como Gabinete interino podamos prestar un servicio a los Países Bajos”.
Y es que el momento elegido por Wilders no es inocente. Dentro de tres semanas, en la cumbre anual de la OTAN, Schoof deberá hacer las veces de anfitrión para sus socios en La Haya. Inestabilidad neerlandesa dentro de la inestabilidad europea.
Wilders se comporta, en este sentido, como un outsider, pero no lo es. El líder de la ultraderecha de los Países Bajos es el miembro más longevo de la Cámara de Representantes. Nadie lleva más tiempo que él en el parlamento de La Haya. Entró por primera vez en 1998, y desde entonces no ha vuelto a salir. Tampoco en previsible que lo haga en el futuro más inmediato.
A Schoof, en cualquier caso, todavía le queda tiempo. La última vez transcurrió casi un año entre la caída del cuarto Gobierno de Rutte y su investidura, por lo que el antiguo jefe de los espías, con pasado socialdemócrata, permanecerá en el cargo varios meses más a expensas de las próximas elecciones y las negociaciones posteriores para formar gobierno.
El camino será largo. Por de pronto, el Gabinete saliente debe fijar, con el asesoramiento del Consejo Electoral, la fecha para las próximas elecciones legislativas, que no serán en ningún caso antes del receso de verano. La cuenta atrás de Wilders, de todos modos, ya ha empezado.