Se alza silente y algo maltrecha en el número 3 de lo que en su día era la calle Velintonia y en 1977, a raíz de que se le concediera el premio Nobel, el Ayuntamiento de Madrid rebautizó, a pesar suyo, como Vicente Aleixandre. Allí llegó, como él mismo decía, «siendo poeta inédito», en 1927, y allí vivió hasta su muerte, en 1984, salvo los años de la Guerra Civil, cuando se mudó a casa de sus tíos, en la calle del Españoleto, y los periodos estivales, en que se trasladaba a Miraflores de la Sierra. Allí escribió, echado en la cama como solía, la mayor parte de sus poemarios. Y allí recibió a algunos de los mayores poetas en español del siglo XX, de Lorca a Neruda, de Miguel Hernández a Carlos Bousoño, de Luis Cernuda a Pere Gimferrer.
Dos años después que él, en 1986, murió su hermana Conchita. Velintonia quedó deshabitada, se fue deteriorando. Hubo peticiones para que se revitalizara, pero nada salía adelante. Finalmente, el desacuerdo entre los herederos terminó arbitrándose en una subasta judicial en la que, tras dos intentos fallidos, se acabó adjudicando el pasado mes de abril a la Comunidad de Madrid, autora de la única puja, por valor de 3,19 millones de euros. La que fue residencia de Vicente Aleixandre será a partir de 2027, año del cincuentenario de la concesión del Nobel y del centenario de la Generación del 27, a la que perteneció, Casa de la Poesía. Por delante queda una importante tarea de rehabilitación que procurará mantener su latir y la mayoría de elementos originales recuperables.
Acceso a la vivienda del poeta y premio Nobel Vicente Aleixandre. / ALBA VIGARAY
La casa está hoy vacía, presenta humedades y hay que consolidar de manera importante la cubierta. En algunas partes conserva los suelos originales dibujando geometrías y en las paredes se ve la marca que dejaron cuadros, espejos, retratos que colgaron, como se puede ver en algunas fotografías de época, de Góngora, Rimbaud o Baudelaire. El timbre con el que se llama a la puerta, por ejemplo, sigue funcionando y suena como lo escuchaba el autor de Historia del corazón cuando acudía a visitarlo algún poeta. Y muchos de los enseres de Aleixandre se conservan y están localizados. La pretensión de la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre es que la planta primera de la casa sirva de casa museo y la planta superior se utilice para actividades culturales, aunque será la Comunidad de Madrid la que decida cómo será esa futura Casa de la Poesía
«Se puede decir que hay dos Velintonias«, explica Alejandro Sanz, presidente de la asociación y una de las personas que más han batallado por preservar la memoria de este espacio en el distrito de Chamberí, cerca de la Ciudad Universitaria. Aleixandre llega a esta casa en mayo de 1927 con su familia «y cinco personas de servicio». Allí vivieron hasta que, con el estallido de la Guerra Civil, y la llegada de los bombardeos a las proximidades, se instalan en casa de unos familiares. El poeta regresa con su hermana, en 1940, y la casa se reforma, de ahí la alusión a las dos Velintonias. Curiosamente, señala Sanz, el autor de la casa original fue Lorenzo Gallego Llausás y el de la reforma su hijo, Fernando Gallego Fernández.

Estancia de Velintonia donde se encontraba el dormitorio de Vicente Aleixandre. / ALBA VIGARAY
La casa, de tres plantas, es muy grande para los dos y la dividen, hacen una entrada independiente por Velintonia, 5 a la planta superior y ellos se quedan viviendo en la planta principal. Esa planta superior la llegó a alquilar Vicente Aleixandre a un compañero de la Ciudad Universitaria, Cayetano Alcázar, casado con la poeta Amanda Junquera, quien era, a su vez, amante de la escritora Carmen Conde. «En un momento dado estuvieron viviendo en esta casa los tres, el marido, la mujer y la amante de su mujer», subraya Sanz.
Pero ese es otro relato de los muchos que atesora Velintonia. Con la nueva disposición, a partir de 1940, la casa se transforma notablemente. Y tres de las estancias que resultan son hoy las de mayor carga simbólica: la biblioteca, el dormitorio del propio Aleixandre y la cocina. «La biblioteca es donde recibió a casi toda la poesía en lengua española desde los años 40», apunta el presidente de la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre. Claudio Rodríguez, Francisco Brines, Carlos Bousoño, José Hierro, Luis Antonio de Villena, Antonio Colinas… Originalmente era la cocina. Aún asoma el suelo de cocina por debajo del entarimado en algún lugar de la estancia. Se ha recuperado la chaise longue en que Aleixandre los recibía y podrá ir ahí, y Sanz afirma que se van a recuperar también una librería original y algunas baldas. En una de las paredes es donde colgaba, aún se ve el cerco que dejó, una reproducción del célebre retrato de Góngora pintado por Velázquez que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Boston y que le había regalado Pedro Salinas.

Detalle de la cocina de Velintonia, lugar donde originalmente estuvo el salón en que se reunían los poetas de la Generación del 27. / ALBA VIGARAY
De frente y a la derecha según se accede se llega a lo que a partir de 1940 fue el dormitorio del poeta. Hoy apenas queda en él un lavabo del que alguien se ha llevado los grifos. Durante las décadas en que ha estado deshabitada, Velintonia ha sido ocupada en algún periodo. La mayor parte del dormitorio se podría recuperar también, porque está localizado, en el Centro Cultural Generación del 27, en Málaga, según apunta Sanz. Está localizado también, y perfectamente conservado, el Renault 4 en que viajaba de Velintonia a Miraflores de la Sierra los veranos. Pero hay en el rescate del dormitorio algo de más significación que la mera recreación de un espacio. «Aquí concibió la mayor parte de su obra a partir de los años 40», enfatiza Sanz en medio de la estancia. «Él escribía tumbado en la cama», prosigue. «Después de cenar, sobre las once, se venía para acá, se metía en la cama, se cogía su carpetita de piel, sus cuartillas, su pluma estilográfica, porque en los años 40 no había bolígrafos todavía y él no escribía como Lorca con lápiz, y escribía sus poemas hasta las dos, las dos y media, las tres de la madrugada…». En alguna otra habitación queda alguna tulipa de las lámparas, pero no aquí.

Vicente Aleixandre, en el jardín de Velintonia, en una fotografía que dedicó en 1935 al también poeta Miguel Hernández. / ASOCIACIÓN DE AMIGOS DE VICENTE ALEIXANDRE
Tan evocador como el dormitorio es la cocina. No tanto por lo que es como por lo que fue. Antes de la reforma de 1940, esa cocina y un aseo contiguo conformaban el salón en que se reunían los poetas del 27. El lugar en el que Federico García Lorca, por ejemplo, se sentaba al piano de Madrid que había sido de la madre de Aleixandre, Elvira Merlo, Aleixandre no sabía tocar el piano, y cantaba y entretenía a todos. Lo cuenta Sanz, pero lo cuenta de manera aún más gráfica y directa, pues lo vivió, la poeta Concha Méndez en el libro que escribió su nieta, Paloma Ulacia Altolaguirre, Memorias habladas, memorias armadas: «Cuando acudía Federico las reuniones eran divertidísimas; se sentaba al piano y cantaba una letra que él había compuesto para el Vals de las Olas; luego bailaba con una servilleta atada como si fuera un traje, bailaba simulando ser una cupletista. Iba tanta gente a casa de Vicente que no alcanzaban las sillas y teníamos que sentarnos en el suelo».
En ese salón desaparecido, reconvertido en cocina, Lorca le leyó a Aleixandre por primera vez los Sonetos del amor oscuro, como se suele recordar, pero también, como asegura Alejandro Sanz, Así que pasen cinco años, El público y probablemente, los primeros borradores de Poeta en Nueva York, pues fue a Velintonia tras su gira americana. Pudo incluso haber llegado a leerle allí La casa de Bernarda Alba, que escribió en 1936. Según relata el presidente de la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre, Lorca llegó a llamarle para ir, pero ese día estaba en Velintonia Miguel Hernández, a quien no apreciaba, y prefirió no pasar. «Ya iré otro día», le dijo. Viajó a Granada y ya no volvió. De hecho, es por ello uno de los deseos de Sanz que en la restaurada Velintonia se llegue a representar una función de La casa de Bernarda Alba.

Cinta de la persiana de una de las ventanas de Velintonia. / ALBA VIGARAY
Miguel Hernández fue, pues, otro de los que pasó por casa de Aleixandre. Sanz recuerda que en la primavera de 1935, Hernández escribió al poeta porque había visto en un escaparate un ejemplar de La destrucción o el amor que no podía permitirse comprar y le pedía uno. Aleixandre le recibió en Velintonia y le dedicó uno y una fotografía. Volvió en más ocasiones. Y aún regresaría a ayudarle a recoger lo que pudo salvar tras los bombardeos de la Guerra Civil, incluida un libro de Lorca, Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, «con la huella de la bota que un miliciano había estampado en su cubierta».

Vista del balcón de Velintonia desde el jardín, con el cedro del Líbano que plantó Aleixandre. / ALBA VIGARAY
Existe otro espacio de Velintonia también particularmente significativo. Se trata del jardín al que solía salir el poeta “con un pequeño capote que tengo para esto”, tal y como citaba ayer la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en su primera visita a la casa tras la compra, para leer “largo rato”. Allí plantó el propio Aleixandre un cedro del Líbano que apenas medía 30 centímetros cuando lo hizo y hoy se erige bien por encima del tejado.
En gran medida ese jardín contribuye a recrear el “paisaje sonoro” que envolvía al poeta de silencio y algún trino. “Eso hay que recuperarlo, porque vivimos en una época de ruido”, reflexiona Sanz. “En una ocasión Jean Cocteau visitó el Museo del Prado con Salvador Dalí y a la salida les preguntaron qué obra salvarían de un incendio. Cocteau, en tono surrealista, dijo: ‘Yo, las llamas que lo han incendiado’, y Dalí repuso: ‘Yo, el aire que contienen Las Meninas’. En esta casa está el aire de toda la poesía española del siglo XX. Hay que saber respirarlo, pero está”.