De aquellos polvos estos barros.
Hace años leí una pintada en una zona de ocio de Alicante, Juventud rebelde y patriota, decía sin más mensaje. Comprendí el significado que hoy en día se materializa en actitudes de que ser franquista, o imaginarlo, es heroico en la defensa de una mítica España eterna, con retórica bronca y voto a las derechas, preferentemente ultras. Según estudios demoscópicos, parte de los jóvenes han transitado de electores por Ciudadanos, PP y Vox, a medida que los ingredientes de la supuesta rebeldía patriótica eran difundidos por mecanismos de influencia de estos partidos. El producto ideológico es de fácil asimilación, de comida rápida, emotivo, sin esfuerzo de reflexiones. También sectores de los maduros están en esta posición política, aunque se consideren apolíticos.
En general, han sido [mal]educados en la creencia de que el crecimiento era ilimitado, que llegaríamos a un estado del bienestar tal que en España ya no habría diferencias de clase, todo sería una única boyante clase media. Las sucesivas crisis de todo tipo han dejado un panorama bien feo. Este joven se siente desencantado, no tiene la seguridad que habíamos inculcado a ellos y a sus padres. Sin futuro bello, piden seguridad, refugio, algo ilusionante. Este proceso de psicología de masas ni es nuevo ni exclusivo de España y de Europa. Ha sido denominado ola reaccionaria mundial. Un movimiento que minusvalora o rechaza los derechos humanos, la solidaridad y la cultura de la paz. Es fácil ofrecerles a estos sectores un pasado dorado y la promesa de una patria ideal para todos los hermanos, que solucione todos los problemas del mundo actual. Tan solo deben seguir sin reflexión a los expertos poderosos que saben el cómo. Les es confortable creer en la predestinación que exime de responsabilidad. En suma, vuelve a resultar apetitoso el vino viejo en odres nuevos.
De 1939 a 1975 la memoria oficial fue legitimadora del régimen, graduando sus versiones en función de la supervivencia del mismo. Durante la Transición la urgencia por asentar un sistema constitucional asentó una amnesia, más o menos voluntaria, sobre el largo periodo anterior. Desde los 90 los hijos y nietos del antifranquismo ejercieron una crítica de la memoria oficial, dentro y fuera de la universidad, para elaborar una visión del pasado reciente según los principios de la verdad, la justicia reparativa y la no repetición, demandando a los poderes públicos la asunción y defensa de estos valores para el avance democrático. Finalmente, estas aspiraciones se plasmaron en buena medida en la legislación vigente, que ahora algunas instituciones autonómicas pretenden recortar en pro de lo que entienden por concordia. Esta no es posible sin la investigación científica, las fuentes accesibles y el debate racional. Y no solo entre los historiadores, también en la sociedad y en las nuevas generaciones es necesaria la enseñanza de la Memoria Democrática en los niveles educativos. La tarea de aquellos es explicar los hechos históricos; no juzgar el pasado, que es la finalidad moral de la Memoria Histórica: indicar lo que está bien y lo que está mal; y organizar en consecuencia desde estos criterios el desarrollo social. Si queremos una convivencia sin violencia política.
El martilleo de simplismos de los opositores ha sido machacón: Nos acordamos del abuelo cuando hay subvenciones./ Cero euros del presupuesto para memoria./ Tanto meterse con Franco. Nos salvó del comunismo./ ¡Qué cansinos, siempre con lo mismo./ Ya ha pasado mucho tiempo, me aburre. La lista de comida rápida es larga. Me detendré en dos de los argumentos más manidos. Los nacidos en los años 40-60, que se socializaron unos en el miedo y otros en la complacencia, sostienen que remover el pasado doloroso genera tensión y reabre heridas, que es mejor pasar el tiempo que todo lo cura. El resultado es irresponsable con los jóvenes. La ignorancia no cura, no explica cómo hemos llegado aquí. No garantiza un futuro mejor sin conocer los avances de los derechos humanos que sirven de consensos básicos.
Las capas de las edades intermedias y los Z son más líquidos: «¿El franquismo, malo?, porque tú lo digas». «Tan libre soy de ser fascista como demócrata». Es entre los menos instruidos por donde circulan estas creencias, pero también entre los universitarios, bien por convencimiento o por conveniencia. Para estos la investigación histórica es maleable. Todo vale, igual de solvente es una pila de libros críticos como a favor del franquismo, incluso las justificaciones del cardenal Gomá o de Pío Moa. Un esquema común de quienes quieren limitar o tergiversar el sentido de construir una Memoria Histórica Democrática es que todos fuimos culpables; por tanto, cabe el olvido como expiación colectiva, lo cual algo reconforta, pero resulta peligroso para la salud y mejora democráticas. De aquellos polvos estos barros. El reto de futuro es difícil, pero necesita del debate racional, la investigación y la enseñanza crítica.