El hijo de un amigo, de apenas 11 años, ha muerto. Me quedo sin aliento por mucho tiempo. Las lágrimas sustituyen la rabia y la tristeza. ¡No hay derecho! Nadie se puede acostumbrar a perder; ni siquiera las pérdidas anunciadas, esas que día tras día juegan con nuestra esperanza y desánimo. No nos resta más que pasar el inevitable luto y aceptar que la vida, a partir de ahora, será distinta. Aceptar que vivir consiste encontrar y perder, y que cuando media el amor entre ambos, las ausencias nos dejan maltrechos, perdidos, desquiciados, suspendidos en el limbo de la incertidumbre.
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