Los pronósticos apuntaban a una Polonia dividida entre el europeísmo y el ultranacionalismo y los datos al cierre de los colegios electorales ratificación esta polarización: Rafal Trzaskowski, alcalde de Varsovia y candidato liberal, será el próximo presidente de Polonia, aunque con un resultado más que ajustado: un 50,3 % de los votos, según el sondeo a pie de urna de Ipsos, difundido por la televisión polaca Tvp. A su rival, el ultranacionalista Karol Nawrocki, el candidato del partido Ley y Justicia (PiS), se le atribuye un 49,7 %.
«Hemos ganado, aunque al filo de la navaja. Sabíamos que sería difícil», fueron las primeras palabras de Trzaskowski, un minuto después de difundirse estos datos, emocionado, pero comedido y mientras estallaba el júbilo en la sede de su Plataforma Ciudadana (PO), el partido del primer ministro Donald Tusk. En Trzaskowski están depositadas las esperanzas del gobierno polaco de poner fin al veto que, desde la presidencia, ha impuesto hasta ahora el presidente saliente, Andrjez Duda, afín al PIS, a sus reformas.
«Al final de la noche, seremos nosotros los ganadores. Salvaremos Polonia», afirmó en paralelo Nawrocki, con gesto combativo y confiando al parecer en que los resultados finales, que tal vez no se conocerán hasta el lunes, den la vuelta a su favor a ese marcador.
En la primera vuelta de las presidenciales se había registrado y una participación récord, con un índice del 68 % entre los casi 29 millones de electores polacos. Para la segunda ronda se superó el récord hasta situarse en un 72,8 %, según datos la Comisión Electoral polaca.
Los expertos consideraban que una alta movilización iría en beneficio de Trzaskowski, representante de la voluntad de consolidar a Polonia como país de peso creciente dentro de la Unión Europea (UE). Cada dato parcial de participación difundido durante la jronada era recibido por el equipo de Trzaskowski como un buen síntoma, plasmado en la sucesión de tuits en cascada donde se elogiaba la movilización ciudadana.
La agenda pendiente del primer ministro
De un triunfo de Trzaskowski, un político con bagaje europeo, además de alcalde carismático, depende el fin del veto a las reformas prometidas por Tusk en la campaña electoral que le llevó a la jefatura del gobierno, en 2023, pero que se han visto bloqueadas sistemáticamente por Duda. En Polonia, el presidente tiene la jefatura sobre las fuerzas armadas y la potestad de vetar prácticamente todas las leyes.
Tusk no ha podido así revertir la dinámica marcada por los anteriores ocho años de gobiernos liderados por el PIS, en línea de confrontación con UE) por erosionar el estado de derecho, minar la independencia del poder judicial o pretender ejercer su control sobre los medios.
Las esperanzas de victoria del ultranacionalismo polaco estaban depositadas en ese neófito en política y exboxeador que es Nawrocki, con vínculos pasados con negocios turbios y prostitución, pero que a ojos del PiS representa la cercanía con el ciudadano de a pie, descontento con el elitismo europeísta atribuido a Tusk y al alcalde de la capital.
Trzaskowski había ganado la primera ronda, celebrada en mayo, por una mínima ventaja. Pero en la recta final hasta la segunda vuelta los sondeos apuntaban a un empate. El alcalde de Varsovia había dedicado su último día de campaña a buscar el voto fuera de la capital. Recorrió en una sola jornada seis etapas por el norte polaco, incluida Gdanks, la ciudad natal de Nawrocki. En Varsovia, nadie se atrevía a avanzar pronósticos, más allá de que podía ser una noche frenética hasta tener resultados consolidados, ya el lunes.
“Es un momento clave para Polonia. Somos un país decisivo para la defensa europea. Tenemos que hacernos escuchar internacionalmente”, afirmaba Pawel Mrozek, joven activista que hasta el último minuto seguía llamando al voto ante el Palacio Presidencial, aunque sin decantarse por ningún candidato. La medianoche de viernes a sábado se había impuesto el llamado silencio electoral, lo que en Polonia se lleva con notable rigor.
El pulso inacabable entre Tusk y Kaczynski
La bandera europea, junto la polaca, era omnipresente en la capital y también ante la sede presidencial que ocupará Duda hasta agosto, en que expira su mandato. Podía interpretarse como un gesto favorable a la opción europeísta. Pero otro símbolo, igualmente ante la sede presidencial, apuntaba en la dirección opuesta: el monumento a las víctimas de la catástrofe áerea ocurrida en el aeropuerto ruso de Smolensk, en 2010. Murieron los 96 ocupantes del avión presidencial, entre ellos entonces jefe del estado, Lech Kaczynski. Sucesivas investigaciones atribuyeron al mal tiempo y la niebla el accidente. Para el líder del PiS, Jaroslaw Kaczynski, hermano gemelo del fallecido presidente, hubo fallos en los preparativos del viaje y ningún interés en investigarlos por parte del entonces jefe del gobierno -o sea, Tusk-.
La elección entre Trzaskowski y Nawrocki tenía aires de reedición de la pugna eterna entre Tusk y Kaczysnki. Ambos políticos vienen enfrentándose en las urnas, directa o indirectamente, desde 2007. Entonces ganó la partida Tusk, quien ascendió así por primera vez a la jefatura del gobierno. Fue reelegido en 2011, pero cuatro años después fracasó en su intento de saltar a la presidencia. Se tomó la revancha en 2023, al ganar las elecciones parlamentarias y poner fin a los ocho años de dominio exclusivo del PiS.
La presión de la nueva ultraderecha
Tusk necesita una presidencia europeísta para consolidar a Polonia entre los grandes socios de la UE y en el grupo de los que más invierten en Defensa, ya que dedica un 5 % de su PIB al gasto militar. El PiS, por su parte, junto al objetivo de retener la presidencia tiene ante sí otro desafío que no procede del europeísmo liberal, sino de una ultraderecha vigorosa y rejuvenecida: la Confederación, el partido al que un agitador de las redes sociales llamado Slawomir Mentzen ha encumbrado a tercera fuerza.
Para el electorado de Mentzen, entre ellos muchos jóvenes, el PiS de Kaczsynki representa a una Polonia avejentada y rural. Quieren romper con las ayudas a la familia o el campo que mima el conservadurismo polaco. La pujanza de Mentzen es un factor de alto riesgo para el ultranacionalismo clásico. Nawrocki ha buscado en la campaña atraerse a este electorado, pero su partido puede acabar engullido o erosionado al menos por esa formación más joven que, que a diferencia del declaradamente antirruso PiS sí busca -y obtiene- la cercanía con Moscú.