Andrés Megías Pombo recogió el viernes la Medalla de Oro de Canarias como presidente de Pastas La Isleña, la empresa fundada por su bisabuelo en 1870 en Arucas que se ha convertido en una referencia de la mejor tradición industrial de las islas con un vínculo muy especial con su tierra y sus gentes.
De padre de Gáldar y madre asturiana de Mieres, Andrés Megías, al que hemos tenido oportunidad de acercarnos en la Academia de Gastronomía de Las Palmas, es una personalidad que trasciende el mérito de ser un industrial de reconocido prestigio y ejecutoria. Ha recibido merecidos reconocimientos por su bagaje empresarial, por su integridad y por su honradez. Con ser notables sus virtudes con los fideos y el chocolate, no son las más relevantes.
El galardón en el Día de Canarias es un excelente motivo para subrayar una trayectoria humana del más alto nivel, aunque con la prudencia propia de los grandes hombres con una vida interesante. Es admirado por su faceta humana y su estilo personal; exquisito en el trato, afectuoso y atento en las relaciones personales y de una integridad moral admirable. Una buena persona, un intelectual y un caballero.
Este empresario de Arucas, afable, cortés y servicial, se formó en Ciencias Políticas, Sociología y Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense con una pléyade de profesores que han dejado huella en su vida. Nombres como Manuel Fraga Iribarne, Luis Diez del Corral o José Antonio Maravall son suficiente para calibrar la vocación y la formación política de este consagrado empresario humanistas grancanario. El padre de del ministro José María Maravall descubrió pronto las capacidades y el talento de aquel joven canario y le recomendó que terminase los estudios de farmacia, siguiendo la mejor tradición familiar, aunque en los intereses del estudiante vibraba la fibra política y le planteaba su interés en hacer una tesis doctoral sobre Melquíades Álvarez, el político republicano gijonés que murió asesinado en la Cárcel Modelo de Madrid en agosto de 1936.
Zeppelin
Los años de estudios en Madrid los relata con la emoción de un tiempo inolvidable de un chico bien en una familia acomodada que también había sufría los desastres de la guerra. Un tío había sido fusilado en 1940. Sin ser político, era farmacéutico, estaba casado con la hermana de un distinguido militar republicano. Otro, en cambio, había dado la vuelta al mundo en el Zeppelin. Su padre Andrés Megías Mendoza y su madre, nada afectos a Falange, eran monárquicos de don Juan, ambos de derechas y religiosos, pero sin los excesos de aquellos tiempos. La asturiana Purificación Pombo Álvarez, que se jubilaría como farmacéutica en Las Palmas, había sido alumna de la Institución Libre de Enseñanza, en el centro de mujeres que dirigía María de Maeztu.
En la vida de Andrés Megías Pombo nada humano es ajeno y su persona responde a la definición aristotélica de animal político en el más noble sentido de la palabra. Con una inteligencia clara y una voluntad firme, ha sabido combinar la experiencia vital, la teoría académica y la práctica empresarial como pocos.
Su sonrisa es el dato más revelador de sus dotes intelectuales. Y en su rostro le florece cierta jovialidad cuando habla de sus pasiones, en especial, de las musicales y gastronómicas. Siente la amistad como pocos y tanto que algunos han abusado de su lealtad amistosa. Sin olvidar su habitual y congénita discreción, tal vez por tener compañeros de viaje a gigantes como Jerónimo Saavedra, Guillermo García-Alcalde o Rafael Nebot, haya pasado más desapercibida su altura cultural e intelectual,
El único defecto que se le reconoce, como atribuía Ortega y Gasset a uno de sus adversarios políticos en otros tiempos convulsos es ser «demasiado wagneriano».
Suscríbete para seguir leyendo