A los 20 minutos, el Paris Sg de Luis Enrique había ofrecido tal exhibición en Múnich que el Inter pareció levantar la bandera blanca de la rendición. Y la levantó. Es como si no hubiera salido del vestuario, asustado por lo que le tocaría sufrie sobre el césped bávaro. Un festival de juego, con un ataque líquido, donde Dembélé y Doué se intercambiaban las posiciones, mientras Kvararatskhelia quedaba anclado en el costado izquierdo.
Era como si ‘Lucho’, como expresó en su día y le tildaron de loco y arrogante, los guiara desde el banquillo con un ‘joystick’ camuflado en la clarividencia cerebral de Vitinha y un sabio joven como Joan Neves (20 años). Jugaba el PSG: jugaba, en realidad, Luis Enrique. Jugaba también Xana, la hija del técnico que falleció hace seis años.
Si existe la perfección en una final de Champions, y con toneladas de presión sobre un club que lleva gastadas fortunas sin ton ni son, la protagonizó el PSG en Múnich. Hace 10 años, el Barça de Messi, Neymar y Luis Suárez alcanzó su última Champions. El Barça del tridente, con Rakitic e Iniesta ofreciendo una lección de sosiego y fútbol. Y el PSG dibujó una obra de arte maravillosa en Múnich logrando la mayor diferencia -cinco goles- en una final de Champions.
Aquella noche de Berlín (6 de junio de 2015) no necesitó ‘Lucho’ ni que marcara Leo. Origen y final de un grupo de leyenda. Rakitic (1-0, m. 4), Luis Suárez (2-1, m. 68 para sortear el empate de Morata) y Neymar (m. 90+7) hicieron al asturiano tocar la luna. Aquel Barça firmó 18 disparos, 8 a puerta en la final contra la Juventus. Y este PSG ya había realizado 13 tiros en los primeros 45 minutos y cinco a puerta.
Campeón y sin Mbappé
Estaba aplastando al Inter a quien dejó seco y exhausto. Apenas dos tiros del conjunto italiano en la primera parte y ninguno a puerta, signo de la impotencia con la que se ahogaba Inzaghi, el técnico que no sabía como desactivar la bomba de destrucción masiva construida por Luis Enrique en tiempo récord: dos años, semifinal de Champions con Mbappé y campeón sin Kylian.
Y París entregada como nunca a un entrenador asturiano, que adora usar la bicicleta para ir a Poissy, la ultramoderna ciudad deportiva del equipo francés. El tipo que comprometió su palabra hace unos meses anunciando que el PSG sería mucho mejor sin el fichaje estrella del Madrid. Los hechos y, sobre todo, sus jugadores le han dado la razón al asturiano.
Un técnico que tuvo que vivir una larga espera desde Berlín. Tan larga que ha durado una década. Diez años en los que, además, sufrió un terrible drama familiar con el fallecimiento de su hija.
Metabolizó, y en público, ese dolor para convertirlo en el motor de su vida. Sentía, y así lo explicó, que tenía que clavar una bandera en el centro del césped del Allianz como hizo en el Olímpico de Berlín. Entonces, Xana lucía el ‘ocho’ que perteneció a Iniesta. Y en Múnich fue su padre quien colocó la bandera.
El orgullo de ‘Lucho’
Era la bandera del buen fútbol, basado en la posesión, capaz de firmar, sin embargo, dos goles con registros bien distintos. El 1-0 hizo sentirse orgulloso a Luis Enrique porque la paciencia de Vitinha, excelente pase el suyo, que rasgó la defensa del Inter, oteó la internada de Doué. A veces, el penúltimo pase es mucho más valioso que la asistencia.
Y como prueba de que el PSG es un equipo indescifrable ese primer tanto fue anotado por Hakimi, disfrazado de delantero centro. ¿Qué hacía el lateral derecho jugando de ‘nueve’? ¡Y Pacho! El ecuatoriano salvó un balón imposible y ahí arrancó el contragolpe del 2-0 firmado por Doué, un joven de 19 años, a quien, curiosamente, fichó el verano pasado para suplir a Mbappé.
¡Qué decir de Vitinha en el 3-0! Su conducción y la pausa de Dembélé pisando el balón para la jugada, otra más, de Doué. O la asistencia, venenosa y profunda de Ousmane, para el 4-0 que llevó la firma de Kvaratskhelia. Faltaba el 5-0, rubricado por Mayulu.
Y Luis, feliz y orgulloso, descubrió qué se siente cuando se toca la luna y por segunda vez. El último 4-0 en una final de Copa de Europa data de 1994 y ocurrió en Milán. Allí quedaron las ruinas del ‘Dream Team’ de Cruyff, masacrado por el Milan. Triplete con el Barça para Luis Enrique. Y triplete con el PSG, el primer equipo que gana una final de Champions por cinco goles de diferencia.