Durante su discurso en el emotivo homenaje que le dedicó el torneo Roland Garros, Rafael Nadal agradeció a su tío Toni por haberlo hecho sufrir y llevarlo al límite, destacándolo como «el mejor entrenador» de su carrera. En múltiples charlas, Toni Nadal ha insistido en que uno de los principales problemas a la hora de entrenar a chavales jóvenes es la gestión de la frustración y la falta atención; a su juicio el talento no reside tanto en la habilidad innata como en la capacidad de aprender y, para ello, es necesario tomar conciencia de los límites. “No todo el mundo puede ser un Rafael Nadal, pero todos tenemos la capacidad de hacer las cosas algo mejor», ha defendido.
Hace cinco años, la Encuesta de Población Activa mostraba que la escasa resistencia a la frustración era una de las principales causas de que uno de cada ocho alumnos dejara sus estudios en Secundaria; hoy, la tasa de estudiantes que abandona se ha reducido al 13,4%, más de diez puntos por debajo que hace una década y ya se equipara a la media nacional. En las aulas canarias cada vez cobra más importancia la educación emocional. Según Calixto Herrera, maestro y psicopedagogo reconocido con la Medalla de Oro de Canarias, asegura que «se ha avanzado mucho y podemos presumir de que hay un profesorado muy competente y comprometido».
Como ejemplo, recuerda que el Archipiélago fue pionero en incorporar la educación emocional como asignatura obligatoria con Emocrea, además de otros programas y formaciones específicas al profesorado. «En las escuelas de Canarias ya hay una cultura y un compromiso de trabajo importante. En muchos centros no se trabaja solo como algo aislado en determinados momentos, sino desde lo cotidiano, desde el momento en el que entramos en aula, es decir, con espacios en los que la palabra, la mirada y la presencia que genera vínculos esté presente», abunda Herrera.
Sin embargo, a pesar de estos avances, el sistema aún arrastra carencias estructurales, como las ratios, los salarios o la sobrecarga de tareas burocráticas del profesorado, que dificultan atender la complejidad de la realidad actual en las aulas. Para Herrera, es necesario que esa responsabilidad no recaiga solo sobre los hombros de los docentes y que se integre «una mirada multidisciplinar», en la que distintos profesionales se den la mano para acompañar.
Ámbito familiar
Y, en el caso concreto de la frustración, es imprescindible el trabajo previo desde casa, según Tamara Cabrera, psicóloga especializada en la atención a la infancia y la adolescencia. La frustración «es aquello cuando no ocurre lo que yo espero o deseo», explica Cabrera, «y si no me enseñan a gestionarlo bien, es cuando aparecen una serie de conductas, como rabietas, berrinches, llantos o agresividad, que se ve también se ve en adultos que no toleran un no por respuesta y lo pasan mal, carecen de autocontrol y les cuesta mucho resolver sus conflictos».
Con más de 16 años trabajando con menores en el ámbito judicial, Cabrera ofrece una perspectiva de oportunidad «para aprender habilidades y emociones clave, que hay que adquirir desde pequeños». En este sentido, considera fundamental la etapa de 2 a 6 años, cuando pasa la fase de dependencia absoluta de un bebé y comienza a darse cuenta de que no está solo en el mundo.
Validar y dialogar
Cabrera detalla que una situación de frustración, lo principal es validar la emoción y el diálogo. «Se reconoce su emoción, porque es normal que se enfade», indica, y «se le enseña a que por un berrinche no se le va a dar lo que quiere al instante y no pasa nada, ya vendrá, no significa que no valga como persona, sino simplemente que no era el momento adecuado, que la situación no se dio o que la oportunidad aún no había llegado».
En las primeras etapas de la vida, los bebés lloran para reclamar y aprenden que ante esa llamada tienen una respuesta, pero «hay muchas veces en las que eso no se podrá dar». En este punto, Cabrera aclara que tampoco es adecuada la falta de respuesta, porque si cada vez que un bebé llora nadie le hace caso, aprende abandono y puede desarrollar una conducta reprimida.
De lo que se trata es de que los padres puedan «poner en palabras lo que el niño siente y dialogar con él para que también pueda razonar esos conceptos», por lo que resulta fundamental dar ejemplo, «porque como estemos los adultos van a estar los niños«. En determinadas situaciones, los progenitores también deben saber aceptar que sus hijos «no tienen que estar al 100% felices todo el tiempo».
El juego
Una herramienta útil para aprender a gestionar las emociones con los menores son los juegos de mesa. La psicopedagoga y experta en neuroeducación María Couso señala que este tipo de dinámicas «permiten entrenar la capacidad de tolerancia a la frustración porque enfrenta a la derrota en reiteradas ocasiones a lo largo de varias partidas como parte del propio juego, que es una analogía de la vida«.
Como ejemplos, Couso expone juegos de mesa de tipo competitivo, especialmente aquellos que permiten trabajar el control de impulsos, como aquellos que consisten en anticiparse para actuar más rápido que otro para ganar. La también autora del libro Cerebro, infancia y juego, propone probar con partidas de corta duración, de unos tres o cinco minutos, donde la sensación de malestar por perder dure poco y, de forma progresiva, probar con exposiciones cada vez más largas «para que empiecen a acostumbrarse y a tener esa sensación de que el disfrute está en la propia partida, no en la victoria».
Además, Couso afirma que es clave el ejemplo que den los adultos cuando van perdiendo durante una partida y su mediación. «El diálogo es tremendamente importante, que sea capaz de estimular las ganas de seguir probando a pesar de la frustración en los niños pequeños y no que de forma inmediata retire el estímulo para evitar ese estado emocional del propio niño», especifica Couso.
Perspectiva social
Herrera, que se ha dedicado durante más de 20 años a la docencia, también pone el foco en el contexto social. «El problema es que muchas veces se culpabiliza a los niños y a las niñas o a los propios adolescentes, usando términos como generación de cristal, banalizando un dolor o una lucha», critica. A su juicio, la frustración «es un indicador, un síntoma de que algo está ocurriendo» que no siempre recae en la responsabilidad individual.
Desde el 1 de enero de este año, coordina el proyecto Migraciones y odiseas de colores en las escuelas de Canarias en la Dirección General de Protección a la Infancia y a la Adolescencia, con el que trata de sensibilizar la mirada hacia los menores extranjeros no acompañados que llegan a las islas. En el acompañamiento que ha podido realizar con los chicos, Herrera ha podido observar que «lo que más pesa en sus almas son sus ilusiones, esperanzas o proyectos, porque cuando llegan aquí todo se desmorona y viene un sentimiento de frustración enorme, de tristeza o de vacío, donde se cuestionan su sentido de autoeficacia o de autoestima«.
Por ello, Herrera considera importante ayudarles a entender esa emoción con pensamiento crítico para tomar conciencia «de que esto forma parte del vivir, que la vida no es línea recta, que hay caídas, subidas y bajadas, que sentirnos frustrados no significa que seamos más débiles, sino que somos humanos».
El psicopedagogo remarca que se trata de problemas que implican a toda la sociedad, «que no enseña a perder, a lidiar con el otro» y, por el contrario, envía constantes mensajes «de felicidad instantánea». Ante ello, considera que es vital que existan espacios de acompañamiento en los que se puedan poner palabras al dolor y se pueda comprender su procedencia.