“No pensábamos que hacíamos algo tan importante». Así detalla Felisa, una maestra ya jubilada, su experiencia como una de las autoras de las cartillas educativas que, más de cuarenta años después, siguen utilizándose en las aulas.
Felisa será reconocida como Hija Predilecta de su Castilla La Mancha, junto con otras compañeras, por un trabajo que no solo enseñó a leer a miles de niños, sino que también sembró una forma diferente de enseñar: desde la emoción, el juego y la cooperación. Las famosas «Cartillas Micho».
El origen de estas cartillas se remonta a principios de los años 80, cuando Felisa, junto a sus compañeras Pilar, María Isabel y Emilia, comenzó a adaptar el método onomatopéyico del pedagogo Matías Sanabria, originalmente creado para adultos analfabetos, al contexto del aula infantil.
Un método que nació del aula y la amistad
Fueron compartiendo ideas en los recreos, lo que ya hacían en clase, cuentos y juegos. Cada una aportaba lo mejor de sí: Emilia recortaba figuras de gatos, Pilar componía letras, Felisa hacía los dibujos. «Así nació la familia Micho: papá gato, mamá gata y sus hijos Morito, Canelo y Michinto, protagonistas de aventuras que ayudaban a los niños a descubrir letras y sonidos».
Los niños de 4 a 6 años se interesaban más por los cuentos de animales que por los de personas, y decidieron sacar adelante este método, que unía narrativa, ritmo, lateralidad, psicomotricidad y grafía, era completamente nuevo en su enfoque: respetaba los tiempos del niño y lo preparaba de forma lúdica y progresiva para la lectoescritura.
“Lo más bonito es que aún hoy, hay maestros que lo siguen utilizando en clase”.
Creadora de las cartillas Micho
Felisa García, una de las creadoras de cartillas Micho
El éxito fue inmediato: en septiembre de 1981, Bruño editó 100.000 ejemplares de las cartillas y se agotaron. “Ellos mismos se quedaron sorprendidos de la acogida que tuvo. No pensábamos llegar tan lejos”, cuenta Felisa.
El sistema incluía libros, fichas, música, cintas de cassette y una propuesta didáctica completa. Cada ficha tenía su objetivo y actividad, todo pensado al detalle. Incluso los colores de las letras se elegían con intención: el rojo para sonidos fuertes como la “R”, el verde para la “C” y el amarillo para sonidos suaves como la “G”.
Felisa recuerda aquellos años con nostalgia «estábamos jóvenes, con energía, nos llevábamos muy bien. Cantábamos en los recreos, preparábamos juntas las clases después de las cinco de la tarde, era como una segunda familia”.
Esa complicidad fue clave para que el proyecto funcionara.
Incluso hoy, décadas después, antiguos alumnos se acercan a saludarla. Nos contaba esta conquense que “una vez fui a Muface por un asunto de salud, y una funcionaria me reconoció. Me dijo: ‘¿Usted es doña Felisa? Fui alumna suya. ¡Aún enseño a mis hijos con lo que usted me enseñó!’”, cuenta con orgullo.
Para ella, enseñar es acompañar. “Lo que hace un buen profesor es sacar de dentro hacia afuera. Cada niño lleva dentro lo que puede llegar a ser. Solo hay que ayudarle a sacarlo”, reflexiona.
Ahora, con el reconocimiento como Hija Predilecta a punto de entregarse, Felisa se muestra agradecida. “No lo esperábamos, pero nos llena de emoción. La enseñanza, cuando se hace con vocación, deja huella”, concluye.