En la memoria colectiva de Canarias hay un capítulo que, por su rareza y simbolismo, merece ser contado con voz firme y mirada serena. Tazacorte, ese apacible rincón de la costa oeste de La Palma donde el sol acaricia las plataneras y el mar arrulla los muelles, fue un día un volcán humano de rebeldía y anhelo. Fue en 1911, cuando este pueblo de apenas 5.000 almas se atrevió a hacer lo impensable: proclamarse libre e independiente de España.
No fue una revolución armada, ni una declaración de guerra. Fue un acto profundamente humano, nacido del hartazgo, de la dignidad y del deseo de no ser nunca más súbditos de un poder lejano que los ignoraba. Durante tres días, Tazacorte no fue parte de España. Fue un pueblo libre, erguido sobre su historia, su sudor y su orgullo.
La historia comenzó mucho antes. Desde finales del siglo XIX, los bagañetes —como se conoce a los habitantes de Tazacorte— sufrían el abandono de Los Llanos de Aridane, el municipio del que dependían. Aquel centralismo insensible aplastaba sus aspiraciones, relegaba sus necesidades y convertía a su gente en súbditos sin voz.
Pero Tazacorte no era un pueblo cualquiera. Era una comunidad trabajadora, con una economía agrícola fuerte, comerciantes audaces y una juventud inquieta. En 1898, la chispa del descontento se encendió. Durante 27 años, comerciantes, agricultores y líderes locales tejieron una resistencia silenciosa, una lenta pero firme marcha hacia la autonomía.
El tiempo ha pasado, pero Tazacorte no ha perdido su esencia rebelde ni su espíritu libre / Tazacorte
El estallido simbólico de 1911: cuando Tazacorte se alzó
Y entonces, en 1911, la indignación acumulada se transformó en un acto de valentía sin precedentes. Durante tres días, las calles de Tazacorte se llenaron de banderas improvisadas, de pancartas, de gritos que atravesaban las montañas: “¡Viva Tazacorte libre e independiente de España!”.
Fue un acto simbólico, sí, pero lleno de significado. No buscaban armas ni fronteras. Querían respeto, visibilidad y autogobierno. Querían ser dueños de su destino. En ese breve instante, la política, la historia y el alma de un pueblo coincidieron en una misma llama. Tres días que marcaron a generaciones.

La bandera / La Provincia
Lo que ocurrió en Tazacorte no fue un delirio pasajero. Era la expresión de un pueblo que se sentía adelantado a su tiempo. Mientras otros rincones de La Palma seguían presos del caciquismo, Tazacorte impulsaba ideas modernas, fomentaba la educación, abría sus puertas al mundo y exportaba no solo plátanos, sino pensamiento.
Por todo eso, se ganó el sobrenombre de “París chiquito”. Porque en su corazón latía una ambición progresista que chocaba con el inmovilismo del entorno. En esa pequeña franja de tierra palmera, el futuro parecía estar un poco más cerca.
La victoria definitiva: de la simbología a la autonomía real
Aquella independencia efímera no se tradujo en una república ni en cambios inmediatos. Pero sembró un precedente que floreció en 1925, cuando Tazacorte consiguió su emancipación oficial y se convirtió en municipio propio. La justicia, aunque tardía, llegó.
Desde entonces, la historia de los “tres días de libertad” se transmite como un legado vivo. No hay bagañete que no conozca la anécdota. No hay fiesta que no evoque aquel momento con una mezcla de orgullo y nostalgia.

Los visitantes que llegan buscando sol, mar y tranquilidad, descubren mucho más / Tazacorte
El tiempo ha pasado, pero Tazacorte no ha perdido su esencia rebelde ni su espíritu libre. Ahora es conocido por ser uno de los lugares más soleados de España, por su puerto deportivo de primer nivel, por su playa de arena negra y por su exquisita gastronomía marinera. Viejas, petos y albacoras coronan las mesas con el mismo orgullo con que un día se enarbolaron las pancartas de independencia.
Los visitantes que llegan buscando sol, mar y tranquilidad, descubren mucho más. Encuentran un pueblo con alma, con historia y con una identidad que se ganó a pulso. Las excursiones en barco permiten observar ballenas, delfines y tortugas, pero también acercarse a las fajanas volcánicas, testigos de otra batalla reciente con la naturaleza: la erupción de 2021.