Cristina Lain, la ‘reina de África’ española tras la primera foto de un lechwe, el animal más raro del mundo: lo daban por extinto

«El lechwe es para el parque nacional de Upemba, en el Congo, lo que los gorilas de montaña son para Virunga», asegura Cristina Lain, también conocida como Tina. Desde hace algunos días, no sólo sabemos que ese rarísimo antílope africano no se había extinguido, sino que existe por primera vez una foto publicada de la criatura. La tomó Manuel Weber, un joven alemán de 26 años crecido en África.

La han reproducido medios de todo el planeta y eso incluye a un buen puñado de diarios españoles, que, sin embargo, han pasado por alto el notorio detalle de que la persona al frente de ese parque en cuyo equipo de biomonitorización trabaja Weber es una mujer de 48 años de origen español. Y esa es justamente Lain.

El primer apellido original, compuesto de su padre barcelonés con raíces vascas, era Laín del Tej, pero ella le quitó el «del Tej» y suprimió la tilde de Laín, un típico apellido de raigambre aragonesa.


La española Tina Laín, junto a dos de los rangers de Upemba.

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Aunque Cristina nació en Zambia y tiene nacionalidad francesa (de donde procede su madre), se formó en labores vinculadas a asuntos humanitarios con Cáritas España. Trabaja en el Congo y otros espacios africanos desde hace veinte años. A Upemba llegó en 2016 para hacerse cargo de la dirección del parque nacional. Y lo primero que hizo fue ponerse al frente de un ejército de más de doscientos hombres y mujeres: los rangers que se ocupan de defender a las criaturas de ese espacio de furtivos, guerrillas como los mai-mai y la presión humana.

El pasado lunes remitió al equipo de reportajes de EL ESPAÑOL una breve nota personal llena de entusiasmo: «¡Otra supernoticia! Tenemos la primera fotografía publicada del lechwe de Upemba (Kobus anselli). La imagen, publicada hoy en el African Journal of Ecology, acompaña la primera evaluación de la población en medio siglo. ¡Creemos que sobreviven menos de cien individuos!».

La noticia se extendió al cabo de dos días como la pólvora de confín a confín de este planeta, incluso entre quienes (la inmensa mayoría) jamás habían oído hablar de la existencia de ese antílope. El grueso de los medios de comunicación acudieron a la Wikipedia y se apresuraron a referirse al animal como una subespecie. Y lo cierto es que hay un cierto debate taxonómico sobre si es en realidad una subespecie del lechwe común (Kobus leche anselli) o una especie diferenciada (Kobus anselli).

Los conservacionistas de Upemba como Tina se inclinan por esta segunda opción, claro que lo perentorio ahora no es, a su juicio, dirimir las disputas científicas sino entender que esa fotografía y ese hallazgo sólo confirman la vulnerabilidad de esa criatura y su absoluta necesidad de protección. «Sería estupendo que el mensaje fuera ‘el lechwe de Upemba precisa atención‘ en lugar de ‘este tipo sacó una foto genial'», afirma.

Esta es la única fotografía que se ha logrado tomar del 'lechwe Upembe', un raro antílope de cuya supervivencia se dudaba hasta no hace demasiado.


Esta es la única fotografía que se ha logrado tomar del ‘lechwe Upembe’, un raro antílope de cuya supervivencia se dudaba hasta no hace demasiado.

A su juicio, los medios han cometido algunas imprecisiones. «La primera es que no es la primera imagen del antílope, sino la primera foto publicada. La segunda es que nosotros lo consideramos una especie propia basándonos en los estudios de Cotterill (2005) y el animal ha sido mencionado como una subespecie. No obstante, somos conscientes de que no hay unanimidad a ese respecto».

En palabras de Cristina, «hacía varias décadas que no se había detectado su presencia y, por lo tanto, en ausencia de signos de vida, no estábamos seguros de si quedaban ejemplares hasta que nuestro equipo de biomonitorización se propuso hacer un censo y encontró trazas de su presencia. Es cierto que algunos de nuestros rangers aseguraban que habían visto algunos, pero no había una foto que lo demostrase. Lo fundamental es entender que se trata de un antílope que sólo existe en Upemba, lo que implica que, si se pierde en esa zona, se perderá toda la especie«.

¿Cómo logró Weber realizar esa fotografía? «Desde el mes de septiembre tenemos un avión en el parque nacional con el que hemos comenzado a hacer censos aéreos de la biodiversidad de todo nuestro territorio», aclara. Gracias a eso han averiguado igualmente que todavía se conservan unas 170 cebras.

Luego extendieron la búsqueda a la zona anexa al altiplano en busca de los antílopes y ella misma pudo ver cinco lechwes mientras se preparaba para colocar collares de seguimiento en un pequeño grupo de elefantes. «De hecho, no estaba completamente segura de que fueran lechwes, pero ahora, gracias al trabajo de Manuel y del resto del equipo de biomonitorización, sabemos que no se han extinguido y que queda un grupo reducido. No más de cien, en cualquier caso», apunta la directora de Upemba.

Tina, junto al veterinario Richard Harvey, implantando un collar en uno de los pocos elefantes que sobreviven en esa región del Congo.


Tina, junto al veterinario Richard Harvey, implantando un collar en uno de los pocos elefantes que sobreviven en esa región del Congo.

Justin Sullivan

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El Kobus anselli fue detectado en la depresión de Kamalondo, en el sur de la República Democrática del Congo. En total, el equipo de Cristina reportó los avistamientos de 10 individuos durante lo que era el primer intento de censo realizado en más de 50 años.

«Fue verdaderamente meritorio que consiguiéramos esa imagen porque es una especie tremendamente difícil de rastrear«, afirma. Como son supervivientes, saben esconderse muy bien en esa zona de humedales con altas hierbas donde les detectaron.

Manuel y el resto del equipo de biomonitorización que lideraba avistaron varios ejemplares, pero el propio sonido del avión los ahuyentó. Hubo una hembra que se detuvo un poco a mirar hacia arriba. Y es la que ha quedado inmortalizada.

Weber es de origen alemán pero ha pasado buena parte de su vida cerca de Lubumbashi. Tras conseguir esa instantánea, el técnico admitió que había pasado días sin dormir antes de realizar el censo porque le atormentaba la intuición de que, si no eran capaces de encontrar al menos uno de esos antílopes, iban a ser testigos de la extinción de otro vertebrado superior.

Estos son los rangers africanos del pequeño ejército de Tina que arriesgan su vida para proteger a las criaturas de Upemba.


Estos son los rangers africanos del pequeño ejército de Tina que arriesgan su vida para proteger a las criaturas de Upemba.

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A su vez, necesitaban esa foto para hacer algo de ruido en el planeta y atraer la atención que se precisa para ofrecerles protección a los últimos de la depresión de Kamalondo.

¿Qué es lo que ha sucedido para que estuviera a punto de desaparecer una especie cuya población se estimaba hace sólo setenta años en 22.000 individuos? Los humanos, por supuesto. «No quedan carnívoros lo suficientemente grandes como para amenazar a esos antílopes, de manera que los únicos que les depredan a full son los hombres», se lamenta Tina Lain.

Se sabe, a ese respecto, que durante el decenio de los 90 se cazaban casi industrialmente y se transportaban todas las semanas a la ciudad de Bukama para ser vendidos como carne. Eso fue la puntilla.

La zona donde han sido detectados los lechwes no forma parte de los límites del parque, sino de sus anexos. Aunque posee la misma protección, su situación es vulnerable porque en toda la depresión de Kamalondo hay pescadores y asentamientos humanos que han favorecido el furtiveo. Es decir, la mayoría de los antílopes desaparecieron en esa zona aledaña donde están más expuestos debido a la presión humana.

Apenas quedan 170 cebras en Upemba, y el equipo de la española Tina está invirtiendo mucha energía en implantarles collares.


Apenas quedan 170 cebras en Upemba, y el equipo de la española Tina está invirtiendo mucha energía en implantarles collares.

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En el momento de su creación, el 15 de mayo de 1939, Upemba tenía una superficie de 17.730 kilómetros cuadrados, pero en julio de 1975 se revisaron los límites y hoy en día su extensión es de 10.000 kilómetros cuadrados, con un anexo de otros 3.000. Su zona inferior se encuentra en la depresión de Upemba, que es un área exuberante de lagos y pantanos bordeada por el río Lualaba. Es precisamente ahí donde se han detectado los antílopes. Su sección superior se encuentra en las montañas más secas de la meseta de Kibara.

El trabajo que realiza Tina junto a su equipo es posible gracias a un contrato de colaboración con el Instituto Congoleño para la Conservación de la Naturaleza, que es la entidad que tutela todos los parques nacionales y las áreas protegidas del país.

Upemba es además el único lugar de la República Democrática del Congo, donde quedan todavía cebras en libertad, además de hienas, leopardos, chacales y pangolines. Claro que buena parte de sus esfuerzos se concentra en proteger a unas pocas manadas de elefantes.

Mientras Manuel Weber se afanaba en realizar el censo de los lechwes, Tina y el resto de su equipo trabajaba justamente en el marcaje de diez de esos paquidermos con collares (al final sólo se pusieron nueve de una forma efectiva). La historia de los elefantes del parque nacional de Upemba fue otra carnicería semejante a la que han sufrido los antílopes.

Varios de los guardabosques del equipo de Tina han perdido la vida defendiendo a los animales de amenazas humanas.


Varios de los guardabosques del equipo de Tina han perdido la vida defendiendo a los animales de amenazas humanas.

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De los cien mil paquidermos que llegaron a habitar la provincia congoleña de Katanga quedan sólo unos pocos centenares debido a la caza industrial y al acoso incesante, no sólo por parte de furtivos, sino de grupos armados Mai-Mai, como los Bakata Katanga de Gédeon Kyungu.

Se trata de una milicia ultraviolenta que sembró de cadáveres las comunidades locales cuando trataban de defender su agenda nacionalista y separatista. Ese peligro es tan real que varios de los rangers a cuyo frente se halla Tina han perdido la vida durante los últimos años en enfrentamientos con insurgentes. Ni siquiera es infrecuente que partidas de rebeldes organicen ataques deliberados contra sus guardabosques para apoderarse de sus armas. El año pasado murieron dos de ellos en combates, además de dos rastreadores.

Ahora Tina confía en que el marcaje con collares de nueve de esos elefantes ayude también a proteger a los elefantes. Mientras realizaban el marcado de ocho hembras y un macho, han advertido un hecho extraordinario junto al veterinario y el piloto al que contrataron para realizar ese trabajo.

Como se trata de supervivientes, de los últimos de Upemba, son mucho más agresivos que en otros lugares de África y han adquirido una habilidad sorprendente para ocultarse extremadamente bien de los humanos al más mínimo ruido. Eso complicó la operación. La matriarca de uno de los grupos intentó incluso atacar a la avioneta.

Desde este helicóptero se anestesió a los elefantes, antes de implantarles los collares. El piloto vino desde Suráfrica y tenía más de cuarenta años de experiencia en este tipo de trabajos.


Desde este helicóptero se anestesió a los elefantes, antes de implantarles los collares. El piloto vino desde Suráfrica y tenía más de cuarenta años de experiencia en este tipo de trabajos.

Justin Sullivan

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También se han percatado de que hay muchos ejemplares jóvenes y pocos machos, lo que podría ser un indicio de que los animales más grandes han sido abatidos para apoderarse de su marfil. Que haya jóvenes sugiere que se están reproduciendo más para garantizar su supervivencia. Curiosamente, sus colmillos son cada vez menores, lo que podría ser también otra estrategia evolutiva de defensa.

Cristina aclara que es complicado precisar cuántos elefantes quedan: «Uno de los grupos a los que hemos implantado un collar era de unos ochenta ejemplares y sabemos que hay otro grupo más al norte con un número semejante. En Upemba hemos logrado ver una manada de veinte o treinta, pero había muchos escondidos, así que no es sencillo elaborar un censo fiable. Dos fueron asesinados a principios de año».

La gran ventaja de los collares es que, a partir de ahora, podrán seguir sus pasos, lo que a su vez podría ayudarles eventualmente a corregir su trayectoria para que eviten a los humanos o, sobre todo, a conocer sus movimientos para advertir a las comunidades de su llegada con el fin de que éstas adopten ciertas estrategias ya experimentadas que les van a permitir mantenerles lejos de los cultivos agrícolas sin comprometer su vida: desde vallas de pimienta, que los elefantes odian, a colmenas de abejas.

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